En una semana el papa Benedicto XVI estará en nuestro país. La visita, anunciada desde el año pasado, ha despertado fuertes críticas que buscan la defensa de la laicidad y, por supuesto, del uso de los recursos que se han destinado para la serie de eventos en los que Su Santidad participará. Entre ellos está la misa en el Cerro del Cubilete, a la que ya se confirmó al asistencia de los tres principales candidatos a la presidencia.
La primera en confirmar fue Josefina Vázquez Mota. Y no es sorpresa, el Partido Acción Nacional es católico por tradición. El segundo fue Andrés Manuel López Obrador, aunque él habría preferido una reunión privada con el Papa antes que asistir a una misa católica; y es que él, ha confesado, es de credo cristiano, de ahí sus conflictos con algunas causas que son bien apoyadas por la izquierda y en las que a él le han pesado las decisiones, optando por posturas que no incomoden a la Iglesia. Y, finalmente, Enrique Peña Nieto, quien desistió en un primer momento, pero ayer se anunciaba que sí estará ahí.
Curioso que un país que, si bien es católico en una gran mayoría, ha defendido la laicidad de su Estado; incluso hace apenas unas semanas se discutía una reforma al artículo 40 de la Constitución, con la que se establecería textualmente a México como un país laico: “es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, laica, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una Federación…”, protegiendo así cualquier intento de la Iglesia católica (que es la de mayor presencia en nuestro país) y el resto a entremeterse en asuntos de orden político.
Aunque se sabe que, además de los eventos públicos, Benedicto XVI tendrá una reunión privada con el presidente Felipe Calderón, donde, según se ha informado, los temas que podrían tratar serían los de seguridad —inevitable— e inmigración —otro de los pendientes—, además de los obligados por la Iglesia y que están dentro del alcance de la laicidad: la familia, el aborto, la eutanasia, la investigación de células estaminales y la píldora del día después. Temas en los que, sabemos, la Iglesia católica tiene muy claras sus posturas, y que han costado serias discusiones y enfrentamiento cuando se han subido a debate en los poderes federales.
Pero también está en agenda la reforma al artículo 24 constitucional, el que habla de libertad religiosa y donde se limitan, prácticamente se anulan, las posibilidades de participación política de la Iglesia. Habrá que esperar lo que dirá el Papa al respecto. Y es que la religión, en éste caso la Iglesia católica, como todas las instituciones de su tipo, tiene un lado A y uno B. Por un lado, la existencia de ellas representa para muchos una fuente de consuelo y esperanza, de refugio. Pero, en contraparte, como fe institucionalizada es también una fuente de poder que, inevitablemente, busca ser ejercido. Ahí la delgada línea.