“Francisco Parra, cura de la Iglesia de Cristo Rey de Lorca (Murcia) deja su cargo y entrega las llaves de la parroquia para que sus feligreses, pertenecientes a uno de los barrios más obreros de la ciudad, no tengan que pagar su sueldo”. Así daba la noticia la cadena Ser de Lorca el pasado día 28 de octubre. Hasta ese momento, los 550 euros del sueldo del cura procedían del obispado, que advertía al sacerdote que, en adelante, tendría que vivir de su parroquia y, por lo tanto, cobrar a sus fieles por las misas y por la administración de los sacramentos.
“Paco no es un díscolo. Es un cura con sentido común y sensibilidad pastoral que sabe perfectamente que su sueldo no puede depender de sus feligreses del barrio de La Viña, uno de los más afectados por el terremoto y de clase obrera, que ya bastante tienen con mantener el funcionamiento de su parroquia”, explican varios compañeros del sacerdote de Lorca.
El caso del cura Parra es un claro botón de muestra de la precaria situación económica de la inmensa mayoría de los párrocos de la diócesis de Cartagena-Murcia. Más aún, los sacerdotes con los que hemos hablado (y que, por supuesto, piden anonimato) añaden: “Los curas estamos siendo víctimas de una especie de ‘robo’ piadoso por parte de nuestro obispo”.
Y explican este llamativo contrasentido de un obispo que se queda con el sueldo de sus curas. La diócesis de Cartagena, como todas las demás diócesis de España, recibe cada mes el sueldo íntegro de todos sus curas, que le remite la Conferencia episcopal, procedente de los ingresos por la declaración de la renta.
Es lo que, en el reparto del llamado Fondo común Interdiocesano, figura así: “b. Módulos en función de los sacerdotes. Unos módulos calculados en función del número de sacerdotes de cada diócesis y su dependencia total o parcial del presupuesto diocesano”.
En concreto, la diócesis de Cartagena recibe por este concepto casi 6 millones de euros anuales y, según sus propias cuentas se gasta en “retribución del clero” 5.397.885 euros. Si, como dicen los curas murcianos, a la mayoría de ellos no les paga el obispado, ¿a dónde va ese dinero y por qué sigue figurando esa partida en las cuentas presentadas por la diócesis como retribución del clero?
De hecho, uno de los pasatiempos de los curas murcianos cuando se juntan es calcular el dinero que el obispado ha ingresado por cada uno de ellos a lo largo de sus años de ejercicio ministerial.
Bromas aparte, la cruda realidad es que los curas de Cartagena-Murcia se vean enfrentados a este dilema: O cobran a sus feligreses o no comen. Y, de hecho, en la pandemia, cuando se cerraron los templos, muchos curas pasaron necesidad, mientras otros optan por buscarse un trabajo civil, para poder subsistir dignamente.
El obispado sólo paga a los curas que no tienen parroquia o a los que están en parroquias tan pobres, que no les pueden mantener, como en el caso citado de Francisco Parra, hasta hace poco.
El sueldo medio que se asignan los curas murcianos, que viven de sus parroquias, es de 800 euros al mes. Y, por supuesto, sin pagas extraordinarias ni vacaciones, excepto los de las parroquias más ricas y pudientes de la diócesis. Y, encima, si a alguno de ellos se le ocurre protestar en el obispado, inmediatamente le dicen que “a ver si te hiciste cura para ganar dinero”.
Además, “cuando ya eres viejo y te has quedado sólo, te dicen que te vayas a una residencia de ancianos de las monjas, porque han tenido la desvergüenza de vender la antigua residencia sacerdotal”, explica un cura jubilado.
“El problema del clero es que no tenemos sindicatos, porque en el ámbito laboral civil a nuestro obispo le llamarían explotador y otras lindezas por el estilo”, dice uno de los sacerdotes con el que hablamos. Otro cura añade: “Seguimos adelante, porque creemos en Cristo y queremos a nuestra gente, a pesar de que los que nos debieran cuidar lo único que hacen es aprovecharse de nosotros”.
Y un tercero concluye, solemne: “Viendo como tratan a sus trabajadores, ríome yo de sus sermones”.