La Iglesia Católica española, en materia de restituciones, no parece seguir el ejemplo del papa Francisco, quien ha liderado la devolución de bienes culturales del Vaticano desde su nombramiento.
Las restituciones de bienes culturales en Europa forman un goteo constante desde el Congreso de Viena de 1815, cuando Francia fue obligada a devolver lo usurpado por las tropas napoleónicas, incluida la pinacoteca del Prado de Madrid. Desde entonces, el trajín de obras de arte, llevadas de un lugar a otro por guerras o conflictos de otro tipo, no es nuevo, como tampoco lo es recuperar lo desaparecido. En el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid cuelga un pissarro reclamado por una familia judía, perseguida por los nazis. La petición más sonada es la de los mármoles del Partenón de Atenas exhibidos en el Museo Británico de Londres o el busto de la reina Nefertiti expuesto en Berlín, exigido por Egipto.
Junto a los casos que generan estruendo, otros pasan sin pena ni gloria, con discreción y buena voluntad. Los nietos de Pedro Rico, alcalde republicano de Madrid, han recuperado de un museo de Gran Canaria cinco cuadros incautados en la Guerra Civil. En 2017, el presidente francés, Enmanuel Macron, anunció la devolución de obras expoliadas a los países colonizados abriendo así una caja de truenos que todavía zumba entre Europa y África.
En España, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun Domènech, habla de descolonizar el Museo de América y el de Antropología. Hasta el Vaticano atiende las restituciones de bienes culturales desde que la fumata blanca anunció que Francisco era papa. En 2023, la Santa Sede devolvió tres esculturas a Grecia; antes, repuso tres momias incas a Perú y, antes, varias piezas arqueológicas a Ecuador. Misioneros católicos las habían trasladado de sus lugares de origen a Roma. El papa anunció las restituciones, con buen atino y armonía, al decir que hay que analizar caso por caso, sin generalizar. Calificó la devolución de las esculturas griegas como un «símbolo de amistad, para proseguir el camino ecuménico con la Iglesia Ortodoxa griega». En abril de 2023, el Santo Padre, de viaje a Hungría, declaró a Associated Press lo siguiente: «Esto recuerda el séptimo mandamiento; si robas algo, debes devolverlo».
Desde hace unos mesesel Vaticano está acordando con Canadá las restituciones a aquel país. Pero la política de Roma en transferencias de patrimonio cultural no llega al obispado de Calahorra La Calzada-Logroño. Allí corren un tupido velo al ser preguntados por Público por un botín de guerra (diez piezas de orfebrería de oro y plata) otorgadas por Baldomero Espartero a la iglesia de San Martín de Cenicero (La Rioja) en 1840 por haber vencido a los carlistas en la guerra de 1833.
El botín de Espartero, casado con una terrateniente logroñesa, procedía de las parroquias de Morella (parte de la provincia de Castelló y de la diócesis catalana de Tortosa), donde el general dio por finalizada la guerra y se coronó como el gran espadón de Isabel II. Las «alhajas», tal como están descritas en la documentación histórica, fueron recibidas con jolgorio y música en Cenicero, según explica la prensa de la época.
El obispado riojano a día de hoy escurre el bulto, remite a un inventario oficial de la provincia de Logroño de la década de 1970 que registra tres de las diez joyas incautadas. La más destacada, una custodia de grandes dimensiones elaborada en oro y plata, no está citada en el inventario. Tres cálices, una bandeja, un incensario, una navecilla, una patena con cucharilla, un copón y una caja labrada forman el resto del botín trasladado de Morella a Cenicero al acabar la guerra.
Las parroquias de Morella —unificadas en la actualidad en una—, como propietaria del botín, está en proceso de decidir la reclamación al amparo de informar al obispado de Tortosa, mientras que el alcalde de la ciudad, el independiente Bernabé Sangüesa, aduce que «el Ayuntamiento está a favor de la restitución, y a la espera de que tomen una decisión para ver cuáles son las opciones a seguir». A diferencia del caso de Sijena (Huesca), que generó un litigio judicial entre Aragón y Catalunya por obras compradas por la Generalitat a las monjas del monasterio. El lance de Morella y Cenicero no conlleva intercambio de dinero. El Tribunal Supremo anuló la venta y las obras pasaron de un museo de Lleida a una sala anónima de Aragón.
El acceso del público al patrimonio cultural universal fue una de las razones esgrimidas por Reino Unido a Grecia hasta que Atenas inauguró el museo de la Acrópolis. Desde entonces buscan fórmulas de cesión a plazo, compartir la propiedad u otras opciones que, de momento, mantienen abierta la disputa. Morella cuenta con un museo eclesiástico cuyo segundo piso está destinado a la orfebrería con vitrinas por llenar. En Cenicero, los bienes artísticos están en un armario de la sacristía bajo llave. De parroquia a parroquia o de obispado a obispado, la Iglesia Católica española, en materia de restituciones, no parece seguir el ejemplo del papa Francisco.
El Museo del Prado, expoliado por los franceses (1808-1814), organiza un ciclo de conferencias, del 7 al 28 de noviembre, sobre «La recuperación del patrimonio saqueado». Las imparte la profesora Bénédicte Savoy, quien ha manifestado a El País: «Percibo que en España existe quizás una mayor reticencia que en otros lugares a abordar las cuestiones coloniales, tal vez porque la cronología y el perímetro de su proyecto colonial son otros». Desde la colonización de América hasta los saqueos de iglesias de Erik el belga, colaborador policial para restituir décadas de robos, el proceso de devoluciones en España será largo, puesto que, como dice el papa, debe hacerse caso por caso, sin generalizar.