Las operaciones policiales se alejan ya del mero perfil del adoctrinador
En la lucha contra el yihadismo en España hay un punto de inflexión que no hay que buscar ni en la intensidad de las operaciones policiales ni en las técnicas de vigilancia. Ha sido el propio yihadismo el que ha evolucionado por sí mismo en el país, el que ha dado un paso más. Las operaciones de la Policía Nacional y de la Guardia Civil ejecutadas en 2023 -con 77 presuntos terroristas detenidos en 35 dispositivos- han evidenciado que los agentes que luchan contra este tipo de terrorismo ya no sólo se enfrentan a captadores o a personas que sirven de altavoz para el Daesh.
Los últimos 12 meses dieron la vuelta a esta tendencia y ahora, los terroristas están dispuestos a pasar a la acción. Cometer atentados en España, organizarlos desde aquí para ejecutarlos en otros países llamando abiertamente a «hacer la Yihad», ultimar la compra de armas o de chalecos antibalas son las nuevas costuras del yihadismo. 2023 también trajo una tendencia nueva y preocupante: hubo más detenciones de adolescentes que nunca. «Este segmento poblacional es el caldo de cultivo perfecto para quienes captan», argumenta uno de los agentes consultados por EL MUNDO. También se ha apreciado la presencia de personas muy jóvenes en las células desarticuladas en operativos policiales antiterroristas.
Nivel 4 de alerta
En muchas ocasiones, que los detenidos aceleraran la búsqueda de armas, ultimaran la obtención -también la confección- de manuales de explosivos o planearan un atentado -aunque no tuviera ni fecha ni lugar- provocó que se pusiera en marcha el dispositivo para sacarlos del circuito delincuencial. La efervescencia del yihadismo mantiene a España en alerta 4 sobre 5 desde el 26 de junio de 2015.
Una de las últimas operaciones que llevó a cabo la Comisaría General de Información (CGI) de la Policía Nacional dejó claro que la inyección de estos postulados en España llegaba a la infancia. El dispositivo arrojó varios detenidos pero el que más llamó la atención fue un profesor de una escuela coránica de Extremadura que guardaba en su casa manuales para adoctrinar a niños y los tenía clasificados por edades y distintos contextos. También escondía un cuaderno manuscrito de cómo fabricar explosivos. El manual, titulado Cómo formar a un niño para que sea un buen yihadista, contenía distintas entregas y constaba de imágenes de, entre otras cosas, tanques o armas como kalashnikov que los pequeños tenían que relacionar para familiarizarse con ellas. Además, este dossier se dividía en capítulos por edades: de 7, 8, 9 o 10 años. Cada edad tenía un material diferente.
Este dispositivo se inició porque uno de los detenidos planeaba un «gran atentado» en Francia con la ayuda de un hombre de origen magrebí que vivía en España. Ambos se habían conocido a través de las redes sociales. «Yo soy tu hermano y te presto apoyo. Estoy en España», le dijo en lo que los investigadores entienden que era un ofrecimiento de cobijo en el viaje que el otro hombre había iniciado desde Turquía para acabar atentando en Francia. Y no sólo eran palabras. Los agentes intervinieron munición para arma corta, un hacha y manuales de explosivos. Incitar de manera directa a cometer un atentado contra agentes policiales motivó la detención inmediata de un hombre en el mes de marzo. Se presentaba como sicario de Alá. Gestionaba distintos perfiles en redes sociales, en los que contaba con cientos de seguidores, y difundía continuos discursos amenazantes contra cualquier tipo de autoridad, principalmente funcionarios policiales y militares, erigiéndose asimismo como yihadista y muyahidín.
Control «máximo»
Desde el principio, puso en guardia a los investigadores. Tenía nacionalidad española, unas creencias radicales y cambiaba constantemente de casa. Un mes después, el propósito de otro hombre que, desde Burgos, llamaba abiertamente a «hacer la Yihad» fue motivo de inquietud. La amenaza es constante, no lo niega ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil, aunque las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado insisten en que tienen un control «máximo» que convierte a España en el país del mundo donde, cada año, se lleva a cabo el mayor número de operaciones contra el terrorismo yihadista internacional.
Otro de los arrestados a finales de 2023, siguió el mismo patrón. Alentaba a atentar y además insistía en hacerlo «de forma masiva». Visualizaba, casi compulsivamente, gran cantidad de material extremadamente violento y de enaltecimiento terrorista. Intentó también captar a otros usuarios a los que adoctrinaba -a través de las redes sociales- en las tesis yihadistas, mostrándoles vídeos de productoras afines a Daesh que incluían decapitaciones, ejecuciones individuales y en grupo. Cuando endureció su discurso radical y habló de «atentar en España» los agentes ejecutaron la detención. Esto y el interés que mostraba en conseguir armas de fuego propició el arresto.
Otro ejemplo del viraje del yihadismo en España se localizó el pasado mes de octubre en Cataluña. Cuando los expertos en la lucha contra el terrorismo detectaron al denominado Califa, supieron que no estaban ante un aficionado ni ante un divulgador sin más. Aquello era algo más. El Califa era creador y administrador de varios grupos en los que trataba de adoctrinar a jóvenes en el credo yihadista; dinamizaba a sus seguidores y creaba grupos privados a los que invitaba a los radicales con los que entablaba mayor confianza y en los que hablaban abiertamente de la causa terrorista.
Su seguimiento permitió la identificación de otros miembros de la célula, todos ellos jóvenes, que estaban interconectados entre sí, aunque no se conocían físicamente. Dos de ellos estrecharon sus lazos y acabaron contrayendo matrimonio, contando para ello con la autorización del líder y comenzando a convivir en la misma casa. Esta nueva relación supuso un punto de inflexión en la investigación, ya que se detectó que aumentaba exponencialmente su nivel de radicalización. Grababan vídeos en los que reclamaban «derramar sangre para recuperar Al Ándalus y restaurar el Califato».
El intenso entrenamiento físico al que se sometía, su deseo de pasar a la acción y la búsqueda inmediata de armas blancas y chalecos de un hombre «entregado» al yihadismo propició otro operativo a final de año. La preocupación fue mayúscula al descubrir el número de usuarios que le seguían: cerca de 400.000.