El cadáver rígido de un hombre electrocutado yace en una de las esquinas inferiores. Una mujer desnuda, tal vez muerta, cae hacia delante atada a un poste junto a un instrumento de tortura, una porra con pinchos metálicos. Dos personas lloran mientras bajan a un ahorcado del cadalso. Unas figuras encapuchadas – la inquisición o el Ku Klux Klan– se mueven al fondo.
Podrían ser imágenes sacadas de la portada de las macabras secciones de la llamada nota roja y referidas a Michoacán, uno de los estados mas violentos de México, donde los actos de sadismo atroz han sido cotidianos. Pero no lo son. Todo lo contrario. Se espera que esas imágenes –una vez restauradas– puedan ayudar a Morelia, la capital michoacana, uno de los conjuntos de patrimonio cultural más importantes del mundo, a recuperar algo del turismo y de vida cultural perdidos en la última década de violencia.
Se trata de un fresco pintado en 1934 en una pared interior del Museo Regional Michoacano en el centro de Morelia por tres jóvenes artistas judíos procedentes de Los Ángeles invitados a México por el famoso muralista mexicano David Siqueiros. El líder del trío y autor principal del mural conocido como La inquisición, aunque los jóvenes pintores lo titularon La lucha contra la guerra y el terror, era Philip Goldstein. Nacido 21 años antes en el gueto judío de Montreal, pronto cambiaría su apellido a Guston y, junto con su amigo Jackson Pollock, crearía el nuevo género del expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York.
Para el visitante al museo michoacano, el más antiguo de la red pública de México, el mural de casi 100 m2, resulta perturbador incluso en su estado deteriorado actual de dibujos medio borrados y pintura decolorada. Pintado al estilo del quattrocento de Piero della Francesca, Paulo Uccello o Giotto –renacentistas predilectos de Guston–, el deterioro del mural puede crear la sensación de estar en Florencia y no en Morelia, a 300 kilómetros al oeste de la ciudad de México.
Y, efectivamente, el rector de la universidad que entonces gestionaba el museo, Gustavo Corano, contrató a los muralistas mexicanos y estadounidenses en los años treinta con el fin de hacer de Morelia una “Florencia moderna”. Guston trajo a su colaborador en el muralismo de Los Ángeles, Reuben Kadish, y Jules Langsner, un joven, completó el trío. Guston y Kadish, ambos hijos de familias judías del Este de Europa que habían huido de la violencia antisemita, eran compañeros de viaje del partido comunista estadounidense. Participaron, al igual que Pollock, en los programas de arte público del New Deal de Roosevelt. Su mural en el centro de la Alianza Obrera en Los Ángeles –pintado con la ayuda del hermano de Pollock– es la “composición más radicalmente izquierdista pintada en EE.UU. durante la Gran Depresión”, explicó Ellen Landau, biógrafa de Pollock y autor del libro México y el modernismo estadounidense. Fue el que convenció a Siqueiros, de visita en la ciudad en 1933, de que los veinteañeros judeoestadounidenses deberían pintar el mural de Michoacán. Fueron tiempos revolucionarios en México. Y Lázaro Cárdenas, oriundo de Morelia, accedería el mismo año a la presidencia, nacionalizaría el petróleo, expropiando a la Standard Oil, y se enfrentaría a las conservadoras élites empresariales y católicas.
Los jóvenes artistas de California plasmarían sus propias denuncias contra la iglesia católica en la pared del museo en una serie de imágenes escalofriantes de la violencia de la Inquisición. La yuxtaposición de las figuras encapuchadas con la simbología nazi resultó explosiva. Las nuevas técnicas de escorzo, aprendidas del muralismo de Siqueiros, resultaban efectos especiales como los de una película. Una gigantesca figura que trata de emerger de la oscuridad mientras otros cierran su paso parece estar a punto de caerse encima del espectador. Según Landau, Guston y Kadish aportaron sus propias técnicas, tal vez asimiladas de la capital de la nueva industria del cine. Guston trabajó de actor en algunas películas de Hollywood.
Pero no todos en Michoacán quisieron ser modernos. Tampoco existía un apoyo popular a la revolución laica de Cárdenas. Los llamados cristeros, un ejercito de pobres que luchaba en nombre de Jesucristo, habían frenado el avance del anticlericalismo republicano. Por eso quizá, el mural de Guston, Kadish y Langsner desató la indignación en algunos segmentos de la sociedad michoacana. “Los artistas estadounidenses se marcharon; Siqueiros se fue a España; y luego vino la reacción de la clase conservadora moreliana horrorizada por el desnudo y la esvástica “, dice Jaime Reyes, director actual del museo.
La dirección del museo de entonces decidió ocultar el mural bajo una capa de yeso. “No lo destruyó porque sabía que podría recuperarse”, dice Reyes. Solo fue redescubierto a mediados de los setenta. “Se había olvidado que existía”, añade. El vaivén esquizofrénico del progreso y la reacción no solo existía en el México de aquellos años. Un mural de Guston y Kadish en Scottsboro (California) con referencias a la lucha socialista había sido destruido por un grupo de violentos de la ultraderecha estadounidense. Rockefeller, por su parte, ya había destruido el mural de Diego Rivera en el Rockefeller Center de Nueva York al año de encargárselo.
La angustia que se palpa en el mural de Guston y Kadish en Morelia no sólo se debe a los tiempos políticos en los que fue pintado. El ahorcado en el fresco es, con toda seguridad, una referencia al trauma que sufrió el joven Guston que, de niño, encontró a su padre colgado del techo de una cabaña en Los Ángeles.
Según Landau, el mural “es una obra nada menos que asombrosa por su precocidad y su profundidad”. Es más, “resultó muy importante” para la evolución artística posterior de Guston. Tras liderar con Pollock el expresionismo abstracto, Guston volvió al arte figurativo en los años sesenta y recuperó el símbolo del encapuchado ya como caricatura, y con una dosis fuerte de humor negro, que invertían la denuncia literal del mural de Michoacán, explica Landau. “Lo épico y lo narrativo del muralismo mexicano tuvo una fuerte influencia en Guston y Pollock, Guston más por Siqueiros , Pollock por Orozco”.
En estos momentos, el museo está negociando con la fundación Guston en Los Ángeles una restauración completa de la obra. En diciembre se rehabilitó la sala que alberga el mural instalando una cúpula de cristal con filtros para rayos ultravioletas. “Hasta la fecha las restauraciones han sido reintegraciones de colores, ahora queremos proteger el mural de la humedad y consolidar el edificio,” dice Reyes. La hija de Guston pretende visitar Morelia en enero o febrero para finalizar los planes. El fundador de la multinacional de distribución cinematográfica Cinepolis , el multimillonario Alejandro Ramírez –amigo de la familia Guston– espera incorporar este mural, así como otros en Morelia de las hermanas Marion y Grace Greenwood (oriundas de Brooklyn), a la oferta de atracciones culturales relacionadas con el importante festival de cine de Morelia. El museo expone otra obra maestra, El traslado de las monjas, un cuadro anónimo del siglo XVIII. “Cuando se tapó el mural de Guston, trajeron El traslado de las monjas; ahora tenemos los dos”, sonríe Reyes.