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El monasterio de Burgos que lideró una mujer y cuya memoria manipularon para no pagar impuestos

Entre finales del siglo XII y del siglo XIII la orden benedictina que vivía en el Monasterio de San Salvador de Oña falsificó documentación para borrar el verdadero origen del convento.

El 12 de febrero de 1011 los condes de Castilla Sancho García y Urraca fundaron el Monasterio de San Salvador de Oña para que su hija la infanta Tigridia gobernara el cenobio dúplice: estaba integrado por religiosos y religiosas, que compartían el espacio aunque hacían vidas independientes, salvo en algunas liturgias en concreto. Un siglo más tarde, la memoria de Tigridia y de las religiosas fue manipulada por la orden benedictina para evitar pagar unos impuestos que reclamaba entonces el Obispo de Burgos.

El de Tigridia era un destino que muchas veces la aristocracia reservaba a sus segundas o terceras hijas: se les entregaba el señorío en dote para protegerlas. Se trataba de mujeres laicas que estaban al mando del convento. En este caso, se conservan 17 documentos referentes al Monasterio de Oña bajo el mandato de Tigridia, aunque solo en diez de ellos se la menciona. En algunos casos como “abadesa” y en otros, como “domina” (señora).

“Los historiadores de la época moderna trataron de adjudicarle el cargo de abadesa a Tigridia a toda costa, pero la historiografía actual ha descubierto que es bastante frecuente que exista una mujer vinculada a la alta aristocracia que ni siquiera es religiosa, aunque tenga que vivir bajo una conducta monástica y ejemplar”, explica Leticia Agúndez San Miguel, profesora ayudante doctor de la Universidad de Cantabria.

A través de esta fórmula se les confiaba parte del patrimonio familiar y ellas debían guardar la memoria familiar, que posteriormente serían enterrados en el monasterio. “Ellas custodiaban la memoria de sus antepasados y se preocupaban por la salvación espiritual de sus familiares”, agrega Agúndez San Miguel, autora del artículo La memoria femenina en los diplomas falsificados de San Salvador de Oña: un monasterio dúplice frente a la reforma benedictina (2021).

Sí es verdad que el documento fundacional incluía una extensa dotación patrimonial que quedaba a cargo de Tigridia. “Supuso la súbita creación de un dominio señorial muy superior al que muchas otras entidades monásticas lograron reunir en toda su existencia”, apuntaban en La Política Económica de los Monasterios Castellanos en la Baja Edad Media (2011) los investigadores Francisco Reyes, Félix Palomero, Gonzalo Viñuales e Irene Palomero.

De monasterio dúplice a cenobio benedictino

Los historiadores creen que Oñeca, tía de Tigridia y abadesa de San Juan de Cillaperlata, estuvo -como “tutora instructora o interina”, según el historiador David Peterson- con Tigridia en los primeros años hasta que la infanta tuvo la suficiente autonomía para gobernar ella sola el convento. Tigridia fallece en 1030 aproximadamente y en el año 1033, el rey Sancho III El Mayor de Navarra suprime el cenobio dúplice, reubica a los religiosos y a las religiosas y coloca a los benedictinos allí porque el Papa deja de ver con buenos ojos los monasterios ‘mixtos’. Es un fenómeno que se da en toda la península durante el reinado de Sancho El Mayor.

Los historiadores saben de la reforma del monasterio a través de un documento falsificado que data de mediados siglo XII, cien años después de que se dividiera a las órdenes religiosas que vivían en Oña. Según explica esta investigadora de la Universidad de Cantabria, existen dos tipos de falsificaciones: los falsos absolutos -totalmente inventados- y los falsos diplomáticos -parte del contenido es verídico-. “El siglo XII es conocido como el siglo de los falsarios. Se falsificaban documentos para garantizar derechos jurídicos cuando alguien no tenía las garantías suficientes”, apunta.

Documentos falsificados

En el caso de este documento que explica el cambio en el Monasterio de Oña, los benedictinos justifican su aparición en escena por el “recurrido tópico de un decaimiento en la observancia monástica”. Es decir, que las religiosas no cumplían con su mandato monástico. “Eso es una falsificación posterior y viene a degradar un poco la memoria de estas mujeres. Se establecen como los salvadores de la comunidad, que han salvado de la supuesta mala fama que tenían”, asegura.

Esta no fue la única falsificación. Entre finales del siglo XII y del siglo XIII se hacen dos copias del acta fundacional, en las que se manipula parte del contenido: según una de las falsificaciones dice que Tigridia solo gobierna a una comunidad femenina y se borra el rastro de cualquier comunidad masculina en el origen del monasterio. Y en el otro documento falsificado, se dice que la comunidad está regida por un abad. “Eso borra la memoria de esas mujeres y de Tigridia”, afirma esta investigadora.

Se demuestra así que entre mediados del siglo XII y finales del siglo XIII la comunidad benedictina “reescribe la historia de su fundación” para “justificar y legitimar su posición”, aunque por el camino “deterioran la memoria de las mujeres que habían regido el monasterio en sus años fundacionales”.

Para no pagar impuestos

La pregunta sería: ¿por qué? Los historiadores intuyen que el motivo fue evitar pagar impuestos. A mediados del siglo XII, el obispo de Burgos reclama unos diezmos a las comunidades monásticas sobre las iglesias que gobiernan. Así que los benedictinos de San Salvador de Oña tienen que justificar que les pertenece el cenobio desde su fundación para estar exentos de pagar impuestos. Y como no era así, decidieron falsificar documentos para reescribir su historia.

“No solo tratan de ser los legítimos depositarios de esos bienes, sino también evitar que el pasado de la institución estuviera ensuciado por una convivencia doble no resultaba prestigioso para ellos”, indica esta historiadora, que destaca cómo los monjes benedictinos “también enaltecían la historia” de su propia institución porque esa convivencia de géneros -para ellos- no era “demasiado deseable”.

Algunos anacronismos son los que permiten a los historiadores identificar estas falsificaciones. En el caso de Oña, las tres copias fiables del acta fundacional se conservaron por casualidad. Los pergaminos se habían utilizado como tapas para encuadernar unos libros parroquiales. Estas copias demuestran las invenciones de los benedictinos a lo largo del siglo XII y XIII. Ahora, se conservan en el Archivo Histórico de Burgos.

Ya en la época moderna se empezó a recuperar y ensalzar la figura de Tigridia, prácticamente santificándola. “El recuerdo se debió de mantener en San Salvador de Oña porque fue enterrada dentro de la Iglesia, lo que era un prestigio. Eso da muestras de su posición social. Pero ya en la época moderna sus restos fueron movidos a una serie de arquetas y colocados en distintos altares”, explica Agúndez San Miguel. Sin embargo, no hay documentación oficial que la atribuya ningún milagro o que reconozca su santidad.

“En aquel tiempo se reservaba [este privilegio] a obispos, presbíteros y a aquellos fieles seglares de los que se hubiera probado la capacidad de obrar milagros. [El enterramiento dentro de la iglesia] se debió a la afirmación devota de sus coetáneos, que otorgaron a la Infanta fama de santidad, y ésta le fue atribuida por ”sensus fidei“ (sentido de la Fe)”, escribe la investigadora María Pilar Alonso Abad en La Infanta y Abadesa Santa Tigridia: Patrimonio devocional en torno a la Santa del Monasterio de San Salvador de Oña.

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