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El Mal

Hubo un tiempo, sobre todo en los años de hambre de la postguerra, en que eran muy celebrados los espectáculos de artistas que se comían cosas insólitas, como clavos o pedazos de vidrio.

El famoso faquir Daja-Tarto, nacido en Cuenca, que llegó a estrella del Circo Price, era un gran comedor de bombillas. También comía ladrillos y cemento, por lo que se puede considerar un profeta honrado y consecuente del boom de la construcción. Hacía otras cosas extraordinarias nuestro faquir. Se metía una larga daga nariz arriba. ¡Eso sí que era body-art! Fue capaz de mantenerse enterrado en una plaza de toros mientras duró la corrida. Cuando volvía a la vida, se escuchaba un estremecedor olé. ¡Eso sí que era subversión! Pero, por lo que me contaron, lo que más gustaba a la gente era aquella habilidad suya de comerse bombillas, comerse la luz, en lo que no sé si sería otra metáfora anti-sistema. El plato informativo de cada día tiene una cierta semejanza con la comida del faquir Daja-Tarto. Lo que tragamos es la realidad hecha añicos. Hechos inconexos. En poco tiempo, se pierden los hilos. Vemos en Irak imágenes que se vieron en Vietnam. Pero, ¿qué pasó en Vietnam? Volviendo al presente, y frente a los despojos de realidad que se nos ofrecen, condimentados según la Ley de Especies Picantes que denunció Karl Popper en su diatriba contra el sensacionalismo informativo, lo que necesita un país es tener, al menos, un referente claro. Y no hay mejor referente, no nos engañemos, que localizar el Mal. No los males genéricos, propios de la humanidad. Cada país tiene un Mal mayúsculo, específico. Hay que detectarlo para no diluirse en la historia. Hablar del mal, habla cualquiera, como hablamos de achaques por teléfono, esa estimulante competencia de a quién le va peor. Pero algo muy diferente es nombrar el Mal, el verdadero Mal, en público y con agallas. Monseñor Cañizares, nuestro gran exorcista, se ha atrevido a hacerlo. El Mal es esa perversa asignatura, Educación para la Ciudadanía, que explica los valores constitucionales y los derechos humanos. Pero esta vez se equivoca. Tiene más razón su milicia periodística. El Mal de España es el cine español. Desde El verdugo a Mar adentro, todas las obras maestras obedecen al Mal.

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