Se lo conoce como el “juicio de Charlie Hebdo”, pero el megaproceso que comienza este miércoles en París va mucho más allá. Los 49 días de juicio contra 14 acusados de complicidad con los autores materiales de los atentados de enero de 2015, con casi un centenar de abogados, 144 testigos y 200 personas constituidas como acusación civil, abrirán sin duda las heridas de los familiares y amigos de las 17 víctimas mortales de la primera oleada de unos ataques yihadistas en Francia que desde entonces han costado la vida a más de 250 personas. Una pesadilla que comenzó el 7 de enero de 2015 con el ataque de los hermanos Chérif y Said Kouachi a Charlie Hebdo en el que murieron iconos de la revista satírica como su director, Charb, o los dibujantes históricos Cabu, Tignous o Wolinski. El horror continuó con el asesinato, un día después, de una policía en las afueras de París a manos de otro extremista, Amedy Coulibaly, quien cerró su ruta asesina con otra matanza, el 9 de enero, en el supermercado judío parisino Hyper Cacher.
Pero el juicio es, también, un proceso que va a obligar a Francia a plantearse su posición, cinco años después de unos atentados que cambiaron para siempre al país, ante cuestiones clave como la libertad de expresión y el derecho a la blasfemia, la laicidad o el antisemitismo. La respuesta inquieta a más de uno.
En materia de antisemitismo, “la sociedad francesa no ha despertado tras el ataque del Hyper Cacher, como no despertó tras el asesinato de tres niños en una escuela judía en Toulouse en 2012 ni tras el asesinato de Ilan Halimi”, un joven judío secuestrado y torturado en 2006, lamenta Patrick Klugman, abogado de 16 víctimas del hipermercado judío en el que fallecieron cuatro rehenes antes de que Coulibaly fuera abatido. En entrevista con un grupo de corresponsales, Klugman habla de una “paradoja francesa”: Francia es “el país que tiene el mayor número de actos antisemitas y, a la vez, tiene el arsenal más completo para combatirlos y una clase política extremadamente movilizada. Pero el problema está allí. Francia es un país muy fracturado y el antisemitismo es una de las manifestaciones más visibles de esas numerosas fracturas, porque además es el único punto de encuentro entre alguien de extrema izquierda y otro de extrema derecha, entre muy ricos y muy pobres, entre un francés de viejo linaje y alguien de la periferia parisina de origen extranjero. Es un virus extremadamente expansivo”.
Las cosas tampoco parecen ir mucho mejor en materia de libertad de expresión. ¿Se atrevería hoy alguien a publicar las caricaturas de Mahoma que fueron el detonante del atentado contra Charlie Hebdo?
“Honestamente, no sé quién lo haría hoy, el miedo ha ganado, porque la vida que ha tenido el equipo de Charlie no la quiere nadie”, confiesa Caroline Fourest. La periodista francesa colaboró con la revista y es una firme defensora de todas las libertades que, afirma, encarna esta publicación irreverente desde sus comienzos. “Charlie Hebdo es la tradición satírica y, por tanto, la libertad de expresión crítica que nos ha permitido poner a la iglesia en su lugar y permitir así que emergiera la república. Esa tradición de caricatura y sátira es la fuente de todas nuestras libertades, incluidas las que disfrutan hoy las minorías o las mujeres, gracias a la laicidad”, resume la también ensayista, autora de títulos como Elogio de la blasfemia o Generación ofendida.
En el banquillo se sentarán los denominados segundos cuchillos, 11 acusados (otros tres están bajo orden de busca y captura, entre ellos Hayat Boumeddiene, pareja de Coulibaly) de haber ayudado material o intelectualmente a los primeros cuchillos, los autores materiales, que murieron tras los ataques.
Fourest coincide con el abogado de Charlie Hebdo, Richard Malka, para quien el juicio es un proceso sobre la libertad de expresión —”el móvil del crimen era la voluntad de prohibir criticar a Dios, es decir, la libertad de expresión, resumiendo, la libertad”, declaró en la revista Le Point— que debe hacer reflexionar también a los que, con sus críticas a Charlie, se convirtieron en “cómplices intelectuales” del mismo.
“Es importante que nos interroguemos sobre la responsabilidad de los terceros cuchillos, los que señalaron a Charlie como un posible objetivo a fuerza de estigmatizarlo, de llamarlo racista, con una deshonestidad intelectual muy peligrosa e inflamable”, afirma Fourest. Sobre todo porque, advierte, hay incluso en la izquierda un sector “identitario” que está formando el pensamiento de los jóvenes y que “confunde la crítica de las ideas, incluso la crítica de la religión, con la crítica de las identidades, lo que impide el debate sobre el integrismo religioso. Confunden el derecho a la blasfemia con el racismo, y envenenan nuestro debate público en un contexto en el que existen siempre asesinos que pueden ampararse en esa confusión para sentirse legítimos y autorizados para matar” como lo hicieron los hermanos Kouachi, Coulibaly y sus cómplices ahora llamados a responder ante la justicia.
Francia fue el primer país del mundo en abolir el delito de blasfemia, tras la Revolución Francesa en 1789. Dos siglos después, solo el 50% de los franceses se muestran favorables al “derecho a criticar, incluso de manera escandalosa, una creencia, un símbolo o un dogma religioso”, según una encuesta realizada en febrero. Los críticos con la blasfemia son en gran medida jóvenes, reveló el sondeo de Ifop para Charlie Hebdo. En lo que va de año, el país se ha visto sacudido por el caso Mila, una adolescente que sufrió tales amenazas por decir en sus redes sociales que “odiaba” el islam que tuvo que cambiar de colegio. En julio, centenares de internautas reclamaron la supresión de la cuenta satírica de Twitter Dieu officiel (Dios oficial), que tiene 1,2 millones de seguidores, por considerarla blasfema.
“Ante una secularización de la sociedad que continúa (en Francia hay cada vez menos creyentes y más agnósticos y ateos), constatamos que ciertos creyentes exacerban su identidad religiosa y se muestran mucho más intolerantes ante las críticas de otros de sus prácticas culturales”, señala el relator del Observatorio de la Laicidad, Nicolas Cadène. No significa que la sociedad francesa sea menos tolerante hoy que hace cinco años. “El índice de tolerancia no parece bajar. Pero creo que el miedo y el repliegue en los valores refugio, como son las religiones, están aumentando”, explica por correo electrónico.
¿Han ganado entonces los extremistas, como se preguntaba Le Point? “Cinco años después, colectivamente hemos perdido ligereza, despreocupación y, probablemente, un poco de libertad”, reconoce Klugman. Pero de ahí la importancia del juicio. “Este tipo de procesos contribuyen a mejorar nuestra inmunidad colectiva, que es nuestra capacidad de responder, mediante el derecho, al terror. Mientras seamos capaces de responder ante el terrorismo con procesos democráticos, seguimos en pie y eso es muy importante para nuestra sociedad. Es un ejercicio democrático, una prueba de resistencia. Este juicio significa que seguimos en pie y que ellos no han ganado”.