He preferido dejar pasar dos días desde los terribles atentados que asolaron París el pasado viernes porque no me suele gustar hacer reflexiones políticas en caliente, pero obviamente, vueltas más o menos las aguas a su cauce hoy ya me veo obligado a realizar un breve análisis sobre dichos dramáticos acontecimientos, más aún debido a mi condición de ciudadano francés nacido en la ciudad de las luces. Cómo ya se han producido miles de mensajes que expresan con gran rotundidad y emotividad los sentimientos de indignación, denuncia y condolencia que todos compartimos en estos difíciles momentos, me limitaré a ahondar sobre algunas cuestiones que me parecen fundamentales para comprender un poco mejor la amenaza a la que nos enfrentamos y sus oscuras causas. Para ello, me veo obligado a dar una de cal y otra de arena al discurso dominante que los principales medios de comunicación están difundiendo, ya que nos enfrentamos a una amenaza muy compleja que requiere huir de las explicaciones simplistas, superficiales y políticamente correctas.
En primer lugar, hay que dejar claro que se trata de unos cruentos e injustificables atentados que han segado miles de vidas en nombre de un dios y bajo la interpretación radical de una religión monoteísta, y justamente y no por casualidad (ya ocurrió lo mismo en la matanza de los redactores y dibujantes de Charlie Hebdo), la diana de los terroristas ha sido de nuevo la república francesa; bastión del laicismo, la sociedad secular, la democracia y la libertad de expresión, que son justamente los valores sociales y conquistas políticas que los fundamentalistas religiosos quieren destruir. Por lo tanto, coincido plenamente con los medios en que se trata de una lucha entre la civilización y la barbarie, entre la luz de la razón y la oscuridad del fanatismo. Es momento de tener responsabilidad de Estado y de unirnos todos contra la amenaza yihadista, porque sólo así lograremos seguir defendiendo los valores europeos, republicanos y laicos que llevamos siglos tratando de levantar frente a las continuas amenazas de los fundamentalistas reaccionarios. Por ello, tampoco podemos permitirnos el caer en la autocensura del miedo o en la justificación postmoderna, porque ese es precisamente el triunfo que quieren obtener los fundamentalistas sobre nosotros para que renunciemos a nuestros derechos democráticos y que así comencemos a convertir ciertos temas en “tabú” del mismo modo que lo hacen ellos.
Sin embargo, tampoco debemos de ser unos ingenuos y pensar que nuestros gobiernos occidentales son los paladines de la defensa de la libertad, ya que la realidad es que desde hace más de medio siglo, Occidente lleva financiando encubiertamente al integrismo islamista más fanático por cuestiones de interés geopolítico. No podemos olvidar que cuando las repúblicas árabes izquierdistas trataban de edificar el laicismo y la modernización en el seno de sus sociedades , y las calles de El Cairo, Bagdad o Damasco se llenaban de vida y de minifaldas, los gobiernos occidentales, en lugar de apoyar dicha política modernizadora y secular, comenzaron a financiar a los movimientos integristas islámicos para que hostigasen y atentasen contra estas incipientes sociedades laicas. Paralelamente, se estrechaban los lazos con las petromonarquías más teocráticas e integristas como Arabia Saudí y Qatar dentro de esta pinza contra los regímenes republicanos árabes, lo que provocó que poco a poco sus sociedades volvieran a reislamizarse, y sustituyesen el Código Civil por la Sharia. Y dicha estrategia no fue sólo cosa del pasado, ya que durante las primaveras árabes volvió a suceder exactamente lo mismo, con Estados Unidos, Reino Unido y Francia financiando a las rebeliones islamistas con el objetivo cortoplacista de tumbar a los gobiernos seculares de Gadafi y Al Asad en Libia y Siria respectivamente, aún a costa de convertir dichos países en Estados fallidos que han permitido el surgimiento precisamente del Estado Islámico, y lo mismo podría decirse tan solo unos años antes de Afganistán e Irak, donde la destrucción de regímenes laicos como el comunista de Taraki o el baazista de Sadam dieron paso a la teocracia talibán en un caso y al caos feudal en el otro. Igualmente, no se puede olvidar que Obama, Cameron y Hollande han estado financiando hasta hace apenas un año a los mismos grupos yihadistas que hoy atentan atrozmente en Europa, así que aunque a estas horas se llenen de gloria y de protagonismo encabezando las manifestaciones de duelo y en defensa de la democracia, en realidad son cómplices de la barbarie y tienen también las manos manchadas de sangre por haber apoyado, financiado y armado a dichos fanáticos islamistas, aunque ahora digan querer combatirlos con decisión. Y es que si alimentas a un monstruo cuyos valores se encuentran en las antípodas de los tuyos, por mucho que creas que lo tienes controlado tarde o temprano se vuelve contra ti y te ataca sin miramientos. Ya lo dice el popular refrán castellano: «Cría cuervos y te sacarán los ojos».
Finalmente, y aunque no sea muy políticamente correcto (y menos aún en el seno de la izquierda) hay que señalar el riesgo que suponen tanto la llegada de ciertos inmigrantes islamistas procedentes de Siria como algunos de los propios musulmanes europeos de segunda y tercera generación que no han logrado ser integrados en los valores democráticos y laicos que definen a nuestras sociedades secularizadas (y que son minoritarios dentro de la gran mayoría de musulmanes europeos, por supuesto). Como bien ha señalado recientemente el politólogo Jorge Verstrynge, la política de reagrupación familiar de las últimas décadas ha generado que muchos inmigrantes de origen musulmán en Francia (y también en otros países europeos) se casen con mujeres autóctonas del Magreb y de Oriente Medio, provenientes en muchos casos de ambientes rurales e ideológicamente muy islamizados, a las cuales así después pueden traer a Francia al amparo de dichas leyes, y puesto que en la filosofía musulmana tradicionalista la educación de los hijos hasta la pubertad queda casi exclusivamente en manos de la madre, dichas mujeres no van a inculcar a esos niños precisamente los valores de la escuela republicana y laica francesa, aunque oficialmente tengan pasaporte francés, por lo que posteriormente pueden ser captados por grupos yihadistas con más facilidad. Por ello, si bien como he señalado antes, los gobiernos occidentales son en gran partes culpables de la oleada de radicalismo en el mundo arabo-musulmán por incendiar la región con guerras geopolíticas y por financiar al fundamentalismo islámico durante décadas, no podemos olvidar que también nos enfrentamos a un doble problema interno a nivel europeo que debemos solucionar con pragmatismo y sin demagogia.
En resumen, nos enfrentamos a una temible amenaza fundamentalista religiosa cuyas causas son múltiples y complejas, lo que nos debe hacer huir de las cosmovisiones simplistas y extremistas, tanto la del choque de civilizaciones como la del postmodernismo “buenrollista”. Por ello, nuestra respuesta debe de ser la unidad contra el terrorismo, la lucha contra el integrismo islámico y la defensa de los valores democráticos, republicanos y laicos, pero para que dicha respuesta tenga efecto a medio y largo plazo, tiene que realizarse con verdadera voluntad política y sin dobles juegos oscuros geoestratégicos. De este modo, nuestros gobiernos europeos deben de unirse a Rusia en la defensa del gobierno legítimo sirio, deben dejar de financiar encubiertamente a grupos islamistas de dudosa procedencia, y sobre todo, deben cortar de raíz las relaciones diplomáticas y comerciales con Arabia Saudí y las demás teocracias islamistas del Golfo, porque es desde allí justamemte desde donde se exporta propagandísticamente la interpretación radical del Islam que hoy sirve a los fanáticos para justificar sus cruentos crímenes. Por ello, en estos días más que nunca debemos entonar bien alto las estrofas de «La Marsellesa», himno de la libertad, la igualdad y la fraternidad, para que no olvidemos jamás a las víctimas, ni tampoco quienes somos, ni de donde venimos, ni cuales son los valores que debemos defender frente al fundamentalismo religioso.