¿A qué se denomina Estado Islámico (EI)? Desde septiembre de 2014, el supuesto califato y sus adeptos han conquistado y luego perdido miles de kilómetros cuadrados de territorio en Siria e Irak, matando – y en muchos casos esclavizando y torturando – a miles de personas en el proceso; han afrontado bombardeos aéreos por parte de Estados Unidos y Rusia; han creado grupos de afiliados en al menos ocho países y llevado a cabo (u obtenido la adscripción de autoría de) al menos setenta ataques fuera de Siria e Irak. Tan sólo en el verano de 2016 el EI o personas que presumieron ser sus miembros lanzaron setenta ataques diferentes. El EI es una organización cualitativamente distinta a cualquier otra organización terrorista previa. Las fuerzas de la reacción islamófoba, en particular el nuevo presidente de Estados Unidos, en respuesta, no tardaron en ocupar el espacio ultraderechista abierto por los políticos de la corriente mayoritaria.
Los ataques del EI y la estereotipada y pulida producción de sus horrendos vídeos de propaganda, inducen una sensación de vértigo político, de vivir en tiempos de colapso. El hecho de que producir este efecto es precisamente la intención del EI, no hace que la sensación sea menos adecuada.
De entre aquellos que rechazan una respuesta securócrata al EI, suelen derivar una serie de desplazamientos [mecanismo de defensa freudiano]. Al parecer, nadie es capaz de defender el viejo dicho de que el terrorista de unos es el combatiente por la libertad de otros: ¿en el nombre de la libertad de quiénes está luchando EI? En lugar de ello, con lo que uno se encuentra es con un impulso por descolonizar el luto: insistentes recordatorios de que por cada Orlando existe un Beirut, por cada París un Quetta, como si una vez que el dolor fuera distribuido equitativamente se pudiera llegar a una solución. O bien una especie de política de seguridad desde abajo: los argumentos que afirman que EI no está siendo debidamente bombardeado; las (falsas) afirmaciones de que los poderes occidentales de alguna manera han creado el EI mediante el suministro de armas a la oposición siria, o aquellas (ciertas pero inadecuadas) afirmaciones de que esta organización es una consecuencia de la invasión de Irak de 2003. No todas estas respuestas son igualmente incorrectas: la respuesta visceral de que algo se está derrumbando es probablemente acertada ¿Por dónde empezar con un análisis materialista de este terrible desastre?
Es necesario un análisis general del islamismo como un fenómeno del capitalismo tardío. A fines de los años 1980, Chris Harman, el entonces sobresaliente teórico de la International Socialist Tendency, buscó dilucidar tal posición marxista respecto al islamismo, el cual pasó a ser políticamente relevante especialmente en Egipto (el país en el cual iría a morir abruptamente de un paro cardíaco en 2009). Su punto de partida – que el análisis debe partir de la economía política del imperialismo capitalista y de las relaciones entre las clases dominantes y dominadas, antes que de un oposicionismo entre la creencia religiosa y el escepticismo – es acertado. Sin embargo, el argumento que se desprende de ese punto de partida debe necesariamente cambiar a medida que el resto del mundo cambia.
Más que la expresión de las políticas de una clase particular, EI es la nociva consecuencia de la ruina común de las clases rivales. El proyecto político del desastre.
Es lamentable que el mito de que EI es una creación de Estados Unidos se haya divulgado tan ampliamente, ya que obliga a discutir el tema en serio a fin de poder comenzar con una larga refutación. Más fructífero es entender la organización mediante la teología política que practica, su relación con el Estado y las clases explotadoras en los países en los que opera y el linaje del islamismo del cual deriva y parte. Pero para empezar, la necesaria refutación del mito.
Malentender el EI
Existen varias formas de malentender el EI, y la izquierda angloparlante ha experimentado con todas ellas. El argumento más frecuente, popularizado y falso se reduce a lo siguiente: Estados Unidos ha perseguido una política de cambio de régimen, de derrocamiento del régimen baazista de Assad en Damasco, financiando y armando milicias islamistas proxy, las cuales o bien se han transformado en EI o lo representan in utero.
Lo más desalentador del predominio de esta afirmación no es su deliberada ignorancia del levantamiento popular sirio que se inició el 2011 – la comprensión y solidaridad con los revolucionarios sirios fueron echadas por la borda hace mucho tiempo, antes de que EI se convirtiera en un actor significativo – sino la obstinada resistencia que muestra a la evidencia empírica.
Para empezar, el modelo levantamiento sirio → milicias Islamistas → EI es falso. Es cierto que después de cinco años de inconcebible matanza y abandono, la política de oposición siria ha pasado a estar dominada por un tipo de islamo-nacionalismo suní. La forma más suave de esta tendencia se encuentra en algunas brigadas del (aún existente) Ejército Libre Sirio (FSA), su variante yihadista extrema en Jabhat Fateh al-Sham (el ex afiliado de Al-Qaida, conocido anteriormente como Jabhat Al-Nusra), junto con Ahrar al-Sham, la principal milicia en el norte de Siria, que ocupa un espectro intermedio. Esta tendencia es, cuando menos, sumamente preocupante para el futuro de cualquier revitalización de las esperanzas de la revolución siria /1. Asediados y bombardeados no por uno, sino dos poderes imperiales; asesinados por milicias en gran parte reclutadas de las minorías no suníes; abandonados y calumniados por la izquierda extranjera debido a su inconveniente levantamiento contra un autoproclamado régimen de “resistencia”, en este contexto, el giro hacia la política identitaria suní entre la población siria es una tragedia. No es una sorpresa.
EI no es, sin embargo, el resultado inevitable de esa política. El chauvinismo exterminador de la organización contra las minorías religiosas tales como los alauíes, de la cuales emana el aparato de seguridad baazista sirio, es innegable. Pero en palabra, pensamiento y hechos, EI siempre ha considerado “apóstatas” a sus enemigos principales (a la revolución, el FSA y la oposición a Assad en general) antes que a ”incrédulos” (al régimen de Assad).
Es importante reafirmar esta historia, ya que la creencia de que Estados Unidos ha financiado las milicias anti-Assad, que de algún modo se transformaron en EI se ha vuelto casi hegemónica dentro de la izquierda. Debemos primero que nada reconocer que algunos combatientes del FSA de hecho se pasaron al EI, llevando consigo sus armas. En algunos casos, como documentan Michael Weiss y Hassan Hassan en su libro EI: Inside the Army of Terror [Estado Islámico: dentro del Ejército del Terror], agentes del EI operaron como doble agentes dentro de las brigadas del FSA, haciendo virar a algunos combatientes y regresando para atacar al resto. Puesto que la cantidad de armamento y munición de hecho proporcionadas por Estados Unidos ha sido sumamente limitada y la precondición de su suministro fue que se utilizara contra el EI y no Assad, es improbable que este material forme parte considerable del arsenal de la organización. Mucho más significativo fue el incautamiento por parte del EI de depósitos de armas norteamericanas del ejército iraquí, de quienes los comentaristas anti-anti-Assad muchas veces son bastante entusiastas y no tienen reparo en denominar sus propias operaciones militares en términos sectarios chiíes, tales como Operación Te Obedecemos, Oh Hussein! en verano de 2015.
En cambio, del FSA y sus descendientes rara vez se habla sin agregar la frase “apoyados por Estados Unidos” y a menudo haciendo referencia a su insuficiente carácter “moderado”. Por qué uno iría a esperar moderación por parte de personas involucradas en una lucha revolucionaria de vida o muerte, es una pregunta para otra ocasión, pero el nebuloso “apoyado por Estados Unidos” requiere un poco de desmenuzamiento. Aparte de la Operation Inherent Resolve [Operación Resolución Inherente], la campaña de bombardeos aéreos dirigida contra el EI, la cual también mató a cerca de 1500 civiles /2 –y aquellos que creen en el relato del “cambio de régimen” están invitados a señalar una sola ocasión en la que las fuerzas del régimen hayan arremetido contra los bombarderos estadounidenses– por parte de Estados Unidos puso en marcha dos mecanismos de intervención en la guerra civil siria. Uno, mediante canales abiertos registrados en el presupuesto del Congreso; el otro, secreto y por medio de la CIA.
El primer tipo de iniciativa es el Train and Equip Programme [Programa de Entrenamiento y Equipamiento], iniciado en 2015, y continuado con la formación del “Nuevo Ejército Sirio” un año después. Estas iniciativas comenzaron una vez que la guerra civil ya estaba en plena marcha: no se puede afirmar plausiblemente que la hayan causado, como tampoco el levantamiento de 2011. Además, estuvieron explícitamente dirigidas contra EI y Al-Nusra, no contra Assad. La autorización del Congreso de los 500 millones de dólares gastados en Train and Equip (accesible en el informe Congressional Research Service report R43727 “Train and Equip Program for Syria”) indica que estaba destinado a “defender al pueblo sirio de los ataques del Estado Islámico de Irak y el Levante” y a “proteger a Estados Unidos, sus amigos y aliados, y al pueblo sirio de las amenazas planteadas por los terroristas en Siria”. Los entrenadores mismos interpretaron el mandato de manera estricta, diciéndole al putativo comandante sirio de esa fuerza, entrevistado en McClatchy en diciembre de 2015 “no debes disparar una sola bala contra el régimen”. Al final, 54 miembros fueron enviados de vuelta a Siria bajo el patrocinio de “División 30” en Julio de 2015: pronto fueron atacados y transferidos por las fuerzas de Al-Nusra a modo de venganza por un ataque aéreo estadounidense. No obstante, han habido nuevas encarnaciones de las unidades de Train and Equip en el norte de Siria, tales como “Liwa al-Mu’tasim”. Habiendo tenido poco éxito en el norte, Estados Unidos ha concentrado desde 2015 mayores esfuerzos en el sur y este de Siria.
El Frente del Sur del FSA ha conservado mucho del carácter de la insurrección armada inicial: en su mayoría suní, pero no islamista, organizado de forma paralela al ejército del régimen, del cual desertó buena parte de su liderazgo. Continuó logrando éxitos ante las fuerzas del régimen hasta principios de 2016: la incursión de fuerzas Islamistas extremas – tanto Al-Nusra como EI – comenzó en el sur en 2014, pero la decisión de Jordania, en concertación con Rusia a fines de 2015, de congelar los suministros de armas a las fuerzas anti-Assad paralizaron las operaciones del Frente del Sur /3. En el momento en que la coalición “Fateh Haleb” luchó contra el cerco de Alepo hasta romperlo en agosto de 2016, el Frente del Sur estaba en gran parte inactivo o concentrado en la lucha contra los yihadistas, y de esta manera alienado de la oposición más amplia. La política estadounidense le ofreció a una sección de la resistencia anti-EI, posicionada alrededor de Deir ez-Zor en el este, armamento y entrenamiento bajo el nombre de “Nuevo Ejército Sirio”. Es de esperar que este programa reproduzca los fracasos de su precursor. Allí donde Estados Unidos tiene mayor influencia sobre el suministro de armas, vemos menos o ningún combate contra Assad.
La evidencia es concluyente e incompatible con la afirmación de que Estados Unidos haya armado al FSA para derrocar el régimen baazista. En cambio, se han confirmado operaciones encubiertas de Estados Unidos desde por lo menos el año 2013. Según un artículo de New York Times de enero de 2016, un programa denominado “Timber Sycamore” estaba en curso desde 2012 con el objetivo de “proporcionar asistencia no letal a los rebeldes, pero no armas”. Sólo en la primavera de 2013, dos años después del inicio del levantamiento y después de al menos 18 meses de conflicto armado, Obama autorizó a la CIA a involucrarse en el suministro de armas al FSA: esta decisión tampoco puede ser responsable ni del levantamiento inicial ni de la guerra civil que ya se estaba muy avanzada en el momento que se tomó. Además, el objetivo de la operación no fue incrementar el suministro de armas – en sus mayor parte, nuevamente según New York Times, de origen saudita – sino “intentar tomar control sobre este”. Siendo encubiertas, estas actividades son más difíciles de rastrear que los programas Train and Equip, pero sus principales sedes son los dos “Centros de Operaciones Militares”: en Jordania para el Frente del Sur y en Turquía para el del Norte. Cuando se describe a los grupos del FSA como “supervisados” o “asistidos por Estados Unidos”’, la expresión significa que se les ha permitido recibir armas o municiones de estos centros. Un comandante del FSA resumió la función de estos centros con sede en Amán en una entrevista con el periódico de los Emiratos The National en Junio de 2016 afirmando que “recibimos lo suficiente para continuar, pero no para ganar”.
La evidencia más clara de esta función yace en el suministro de armas pesadas: la disponibilidad de sistemas de misiles antitanques y la indisponibilidad de sistemas de misiles portátiles de defensa antiaérea (MANPADS). Los sistemas antitanques, los cuales parecieran haber tenido un efecto contra las fuerzas armadas de Assad, están intensivamente controladas; repartidas en pequeñas porciones para misiones particulares, de las cuales se lleva registro. Se ha permitido recibir este tipo de armamento a alrededor de setenta grupos. Los destinatarios incluso tienen que devolver las carcasas como prueba de su uso y se les solicita registro fílmico de sus disparos.
Compárese esto con el suministro de MANPADS antiaéreos. El dominio aéreo, primero el suyo y después el ruso, es la razón fundamental por la cual Assad no ha caído. Si se tuviera la intención de derrocar al régimen y se estuviera armando a sus sanguinarios adversarios sectarios hasta los dientes, ¿acaso no les facilitarías con suma urgencia armas antiaéreas? Sin embargo éstas no han estado disponibles, porque la política estadounidense ha sido y sigue siendo, en palabras del vice asesor de seguridad nacional en el artículo de New York Times citado más arriba, evitar el “traspaso de armas más pesadas”. El FSA solicitó desesperadamente armas antiaéreas a Estados Unidos para defender Alepo en verano de 2013. No se le envió ninguna, no se le ofreció ninguna. No sólo eso: Estados Unidos bloqueó activamente las tentativas de Qatar de suministrar a rebeldes sirios armamento antiaéreo, tal como se informa en el artículo de New York Times del 13 de agosto de 2013, “Arms Shipments from Sudan seen to Syria Rebels” [“Envíos de Armas avistados desde Sudán a Rebeldes Sirios”]. La administración norteamericana creyó – probablemente con razón – que tal armamento podía ser usado contra los intereses de Estados Unidos o Israel. Si esto pretende ser un intento de derrocar al régimen, se trata más bien de un espectáculo penoso.
A diferencia de la fantasía (basada en interpretaciones erróneas de información de bajo nivel dada a conocer por Wikileaks) y admitiendo que ha habido disputas dentro de la élite dirigente y que sus estrategias han sido incompetentes y/o incoherentes, no existe y nunca ha existido, una política imperial norteamericana que tenga por objetivo derrocar el régimen baazista en Damasco. En diciembre de 2011, momento en el que la incapacidad de Assad de gobernar plenamente el país había quedado manifiesta, Estados Unidos reconoció al Consejo Nacional Sirio como el “representante principal y legítimo del pueblo sirio” en aras de un período de “transición”. Pero la preferencia de Estados Unidos para esta “transición” siempre ha sido que sea “gestionada” desde dentro del régimen. El modelo de la política de Estados Unidos en Siria fue la “gestionada” – ahora claramente inmanejable – transición del régimen de Ali Abdullah Saleh en Yemen a su sustituto Abdrabbuh Mansur Hadi. El presidente Obama reiteró este punto en su conferencia de prensa en octubre de 2015, declarando que la política de Estados Unidos en Siria estaba a favor de una desenlace que “deje el Estado intacto, que deje al ejército intacto”. La única diferencia con Rusia fue el estatus del propio Assad. David Petraeus, ex virrey americano de Irak y partidario de una política más musculosa en Siria – y el hombre responsable de Sycamore Timber – declaró explícitamente a la agencia de noticias kurda Rudaw en marzo de 2015 que la prioridad no era Assad, sino “claramente el EI, porque eso ayuda al esfuerzo en Irak”.
Efectivamente, a pesar las lágrimas de cocodrilo de Estados Unidos con respecto a la barbaridad real que está ocurriendo en Alepo, la política estadounidense ha convergido más o menos abiertamente con la rusa, en base a la “de- escalación” y de identificar como el problema a los grupos pos-Al-Qaida: EI y Al-Nusra/Fateh Al-Sham. Esta política alcanzó su apogeo con la propuesta por parte de Estados Unidos y Rusia en septiembre de 2016 de bombardear Siria por completo; no al régimen sirio, sino sólo a fuerzas opositoras al régimen. El rápido colapso de este acuerdo fue un resultado del bochorno de Estados Unidos al revelarse el verdadero objetivo del régimen (y de Rusia): recuperar todo Alepo por medio del bombardeo generalizado, incluidos hospitales y convoyes de asistencia humanitaria. Cuando soldados del régimen fueron accidentalmente alcanzados por las bombas de Estados Unidos en Deir ez-Zor, las disculpas fueron prontas y excesivas: “fuimos nosotros”, admitió John Kerry, refiriéndose al bombardeo como un “terrible accidente” que sería investigado. El coronel John Thomas de la USAF [fuerza aérea] confirmó que “nunca hemos golpeado blancos del régimen en este conflicto. No lo haríamos, no hemos tenido la intención de hacerlo en ningún momento y no lo vamos a hacer en el futuro”. Se informó que Estados Unidos estaba considerando ofrecer indemnización al ejército del régimen sirio por los muertos. Compárese esta respuesta con la respuesta tras el bombardeo de Manbij, por aquel entonces zona de lucha por el control entre EI y las Fuerzas Democráticas Sirias encabezadas por kurdos y apoyadas por Estados Unidos, el 19 de Julio de 1916. Al menos 73 civiles resultaron muertos. Como en el caso de tantas de las víctimas de misiles de aviones no tripulados en Afganistán, Yemen o Pakistán, sus muertes no fueron siquiera reconocidas, para qué decir compensadas /4.
El bombardeo de Manbij fue parte de una campaña estadounidense más amplia en Siria, pero no contra el régimen. La intervención estadounidense en Siria giró abierta y plenamente hacia el PYD y su brazo armado YPG, y su recepción de armamento estadounidense, inteligencia, asesoría y asistencia aérea no ha impedido su adoración por parte de la izquierda euroatlántica.
(Los logros del autogobierno en Rojava no deben negarse, especialmente en una región en una situación política tan desoladora. Y los enemigos del PYD también son nuestros enemigos: la intervención turca en el norte de Siria en agosto de 2016, en alianza con el FSA y las brigadas islamistas, fueron una señal de amplificación transfronteriza de la campaña de contrainsurgencia contra el PKK dentro de Turquía, apresurándose en derrotar al EI en la ciudad de Jarablus y así poder negarle el logro al YPG. No obstante, la estrategia del YPG no se hizo querer en las zonas de mayoría suní no kurda que habrían de participar en cualquier “sistema confederal democrático” tal y como la organización declara como su meta para Siria: ambigua en su posición respecto al régimen y a la vez castigando a sus oponentes etiquetándolos globalmente como Al-Qaida, penetró de manera oportunista en zonas no kurdas durante el asedio de Alepo para conectar los cantones no adyacentes. El costo de ese oportunismo táctico quedó claro cuando el régimen, por primera vez, empezó seriamente a combatir al YPG en Hasaka. Quien crea que una Siria en la que Assad haya “reconquistado cada pulgada” sería amable con los kurdos, es un ignorante tanto de su historia como de su estrategia).
EI, por lo tanto, no es un resultado de la estrategia de Estados Unidos de cambio de régimen en Siria, por la sencilla razón de que no ha existido tal estrategia. Sin duda la CIA no es un proveedor fiable de la verdad. Sin embargo, si estuviera armando intensamente y apoyando a la oposición siria a fin de derrocar al régimen, hubiésemos visto resultados completamente diferentes.
Y así pasamos a una pregunta más fructífera: dado que Estados Unidos no lo creó, ¿cómo se entiende la naturaleza de EI? ¿qué podemos aprender acerca de la organización partiendo de la teología política que practica? ¿cuál es su relación con el Estado y con las clases explotadoras en los países en los que opera? y ¿cuáles son los linajes del islamismo del cual deriva y parte?
La Política del Anatema
En 1996 el emir del Grupo Islámico Armado (GIA) argelino, Antar Zouabri emitió una fatwa declarando apóstatas a toda la sociedad argelina por haber “abandonado la religión y renunciado a la lucha contra sus enemigos” y no haberse unido al GIA en su campaña contra los generales en el poder /5. El régimen anuló la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las elecciones libres de 1991 lo que llevó a las masacres y la persecución civil que asoló todo el país. El GIA, como su anatema omnidireccional indica, se opuso tanto al FIS como al régimen, aunque de una manera un tanto turbia. En el GIA, abundaban los recursos de inteligencia y los terribles asesinatos masivos que llevaban a cabo tenían más que un tufillo a connivencia. La más notoria de éstas fue la masacre de Rais en una aldea pobre simpatizante del FIS en 1997: durante cinco horas, 238 personas fueron asesinadas a manos de, como apuntaría más tarde la comisión oficial de investigación, sólo cuatro autores. Había un cuartel militar a cien metros de distancia.
EI se asemeja mucho al GIA y de hecho es, para lo que son las insurgencias armadas, o incluso los Estados, una organización muy grande. Se estima que su fuerza de combate en Siria e Irak – sin duda reducida por sus bajas cada vez mayores como resultado de las campañas aéreas y terrestres en su contra desde 2014 – van de 30 000 a 50 000 hombres. Y estas estimaciones excluyen a sus afiliados en el norte de África, el sur de Asia y las redes dispersas de europeos, americanos y australianos que han prometido lealtad a Baghdadi. Por supuesto, en parte el crecimiento (y declive) de EI se da meramente una función de la dinámica de la guerra civil, en la que el acceso a las armas, el dinero y la probabilidad de victoria atraen a un mayor número de reclutas. Sin embargo, el atractivo político e ideológico de la organización y la habilidad con la que ha unido a los diferentes grupos precursores deben ser tomados en serio.
Una de las preguntas más estériles que se escuchan es si EI es realmente islámico o no. Una respuesta plausible podrían darla los eruditos religiosos, pero no los comentaristas políticos. Tampoco debemos exigir que lo hagan. La respuesta “no” se da para defender a los musulmanes del ataque islamófobo – que debería ser una cuestión de principio – dado que la respuesta “sí” legitimaría tales ataques. Pero la naturaleza islámica de un fenómeno es asunto de las autoridades religiosas que creen que existe aquello de una creencia y práctica auténticamente islámicas. Esto no es compatible con el análisis materialista que comienza no con ideas religiosas o políticas en sí mismas, sino, según Marx, con los “límites materiales definidos, presuposiciones y condiciones independientes” de la voluntad de los creyentes.
Por descontado, EI tiene su propio lugar en la historia y en la tradición del islam político. Sin embargo, es vital comprender las variedades, las historias y las bases sociales de esa tradición si queremos tratar de entender al EI. La visión de Chris Harman era tratar la cuestión de cómo lograr una sociedad islamizada como una cuestión política, con el mismo tipo de motores, dilemas y fracturas que las demás. La aspiración de revocar el orden existente no es suficiente por sí sola: se requiere de una base social para emprender cualquier proyecto político significativo. Esta confrontación con la realidad externa siempre ha planteado un dilema para los islamistas, como sin duda también lo ha hecho para la izquierda revolucionaria.
Harman identificó cuatro tipos diferentes de respuesta a ese dilema y a sus respectivas afinidades de clase. El primero de estos Harman lo denominó como “el islamismo de los viejos explotadores”: las clases clásicamente conservadoras de terratenientes, propietarios de awqaf, mercaderes de bazar, maestros artesanos y así sucesivamente. El segundo fue “el islamismo de los nuevos explotadores”, es decir, los propietarios del capital financiero e industrial que habían aprovechado las oportunidades de las políticas de infitah (apertura económica) adoptadas por los egipcios en los años setenta y ochenta, la Hermandad Musulmana siendo un ejemplo central.
Harman identificó “el islamismo de los pobres” con los, en su momento, inmigrantes rurales a las ciudades, que se vieron arrojados a un torbellino de inseguridad económica y que aspiraban a las certezas de su anterior modo de vida. Este grupo, sin embargo, no constituyó los cuadros centrales, los ideólogos o el sustento de la política islamista: éstos vinieron del “islamismo de la nueva clase media”. Lejos de ser un retroceso atávico, este islamismo representaba una forma de populismo; la política clásica de las clases medias modernizadas en el Sur Global que adoptan una nueva forma tras el fracaso del proclamado ‘socialismo’ de los regímenes de liberación nacional. En este sentido, las formaciones tales como los movimientos neo-salafistas o los revolucionarios islámicos jomeinistas estaban mucho más cerca de los movimientos de liberación nacional anteriores construidos por estudiantes, ingenieros, funcionarios públicos inferiores, etc. Así pues, de este medio nacieron los linajes de Al-Qaida y el EI.
Si el método de Harman constituye el punto de partida correcto, no necesitamos aceptar el contenido total. Un punto que necesita revisión – puesto en manifiesto por el devenir de las revoluciones y contrarrevoluciones árabes – es la categorización de la Hermandad Musulmana como ‘reformista’ (la Hermandad Musulmana ciertamente lo es en el sentido general de desear la reforma política y operar dentro de los límites de los sistemas existentes para alcanzarla; pero en el sentido específico como el concepto es usado normalmente por los marxistas, no lo es). El programa y sin duda la cultura política de la Hermandad es eminentemente burguesa, sin el ‘vínculo orgánico’ al movimiento obrero de organizaciones tales como el partido laborista británico. Los vínculos orgánicos de la Hermandad son casi siempre con el pequeño y gran capital y su relación con las clases subalternas es de clientelismo caritativo antes que de integración política.
Esto no es razón para condenar la cooperación entre la izquierda y las fuerzas de la Hermandad, especialmente dado el amplio atractivo de la organización para las masas en algunos países y la severa represión de la que es objeto. Sin embargo, debemos reconocer que la trayectoria abierta por dicha cooperación no es la de un horizonte común de socialismo o de organización política obrera, sino uno mucho más limitado de democracia política.
Aunque ciertamente el EI representa tal extracción, no puede ser interpretado –como lo han hecho muchos en la izquierda, incluyendo muchos pertenecientes a la tradición de Herman– como el ‘fruto amargo’ del imperialismo /6. En sus debates sobre el GIA y otras tendencias similares, Harman hizo un análisis profundo conforme el núcleo y el programa surgieron de un entorno y dilema político particulares. Asimismo, el motor del EI se encuentra en la fusión del ‘wahabismo’ y la tradición del ‘salafismo político’ que se conocería como sahwa (despertar) /7 en los años 1980. Wahabismo se refiere a la versión del pensamiento y práctica islámica suní fundada por Muhammad Ibn Abd al-Wahhab en la península arábiga en el siglo XIX, el cual posteriormente llegó a conquistar casi la totalidad de la masa de tierra en alianza con la confederación tribal Ibn Saud. Los wahabis prefieren ser conocidos como seguidores del salafa, las primeras generaciones ulteriores al Profeta, y buscan hacer realidad sociedades que se asemejen a la comunidad moral de ese (imaginado) pasado histórico.
El linaje del EI radica en otra rama, la unión de las sensibilidades wahabi con el salafismo politizado de una época particular. En su forma original – y de hecho en la mayoría de tales movimientos hasta el día de hoy –, el salafismo fue un movimiento quietista predicando la sumisión al gobernante establecido sobre la base de que el orden está dado por la voluntad de Dios y que cualquier orden es mejor que el caos. Los orígenes de los grupos islamistas armados como el EI radican en la metamorfosis del salafismo después de la ejecución en 1966 de Sayyid Qutb, el sobresaliente teórico egipcio del yihad político.
Los escritos de Qutb están particularmente interesados en cómo alcanzar una sociedad islámica. Su método de propaganda de la acción y la concienciación –adoptado esencialmente de los movimientos de guerrilla urbana de su tiemp – estaban en contraposición con la práctica salafista predominante, la cual era ser el cambio que quieres ver: mantener la cabeza abajo en asuntos políticos y buscar influenciar la comunidad circundante mediante la exhortación, la devoción pública y las buenas obras. La última ha sido históricamente, y sigue siendo, la práctica mayoritaria salafista. Por otra parte, por cierto, está la estrategia de la Hermandad Musulmana –de incorporar una estrategia política en una base particular, incrementando gradualmente su fuerza al interior y exterior del Estado– con diversos grados de éxito.
El Qutbismo y sus descendientes se caracterizan por una síntesis de los elementos excluidos de estos dos últimos métodos. Propone un programa político, y condena la sociedad existente como en un estado de ignorancia pre-islámica (jahiliyya) debido al menos en parte a la intromisión del imperialismo occidental. La respuesta a esta degeneración no es buscar una base social dentro de la sociedad así corrupta, sino huir de ella –en términos metafóricos si no físicos– y establecer una vanguardia que tome el Islam como su punto de referencia dominante y sólo entonces volver e islamizar la sociedad tanto mediante la prédica como la fuerza física. La característica clave de casi todas las corrientes islamistas, como reconoce Harman, es transformar la lucha material contra el imperialismo y el capitalismo en una cuestión de “lucha ideológica contra lo que ven como sus efectos culturales”. El Qutbismo toma esta lógica y la lleva hasta su última consecuencia: proponiendo takfirwal-hijira, o “anatema y exilio” (como se le llamaba a uno de los primeros grupos que propugnaban esta visión del mundo), de la sociedad que se ha permitido ser tan corrupta.
Qutb no estaba solo. Entre sus epígonos estaba Abu Muhammad al-Maqdisi, la influencia ideológica central de Abu Musab Al-Zarqawi, el fundador del EI. Dos casos de ocupación extranjera en el mundo islámico, la URSS en Afganistán y Estados Unidos en Irak, proporcionaron coagulantes al neo-salafismo encarnado por estas dos figuras. A diferencia de los pensadores salafistas anteriores, como Rashid Rida, que eran relativamente flexibles en su actitud frente a la renovación islámica, la estrella polar de este entorno fue Ibn Taymiyyah, el erudito suní del siglo VII/XIII. Los principios de Ibn Taymiyyah, o al menos aquellos que le atribuyen sus epígonos, presentan una forma especialmente rígida de monoteísmo islámico: que uno debe alabar a Dios, sólo a Dios, y hacerlo de la manera correcta, permitiendo así que se vierta el anatema sobre aquellos, como los chiíes, acusados de mala práctica o de shirk, asociando otras entidades con Dios. Ibn Taymiyyah también ordenó el asesinato de regidores que no seguían la práctica o creencia correcta.
Estos principios constituyen los fundamentos de una estrategia política. Los males del mundo árabe y musulmán son atribuidos no al capitalismo, no al imperialismo en ningún sentido marxista, sino al gobierno corrupto de los taghut (tiranos) que han renegado del verdadero islam. Es más, Maqdisi sostuvo en su influyente libro El Camino de Abraham, que el islam gira en torno a una distinción fundamental entre ‘lealtad’ (wala) hacia lo islámico y ‘deslealtad’ hacia lo no-islámico. Sobre esta base, el anatema puede extenderse a un grado casi universal para abarcar no sólo a los herejes, sino también a aquellos que pasivamente acepten el régimen de la autoridad apóstata. La población se ha vuelto corrupta, viviendo en ignorancia pre-islámica y formando una base pasiva sobre la cual debe imponerse el nuevo mundo. La violencia salvaje es una manera de cerrar la brecha entre el programa político y las bases sociales. Tal como señaló un miembro del EI entrevistado por Weiss y Hassan: “Tienes un proyecto listo, entonces tienes que asentarlo en la sociedad como una corona dental y procurar mantenerlo”.
}El grado en el que esta visión del mundo y programa penetran en los cuadros inferiores del EI queda poco claro. Al nivel militar superior, el EI fusiona una serie disparatada de elementos derivados de la invasión de Irak y de la catástrofe social que ésta generó. Como bien se sabe, una buena parte de los remanentes del aparato de seguridad baazista iraquí –dominados de forma inversa a su vecino, enemigo y hermano político-ideológico sirio, por una comunidad minoritaria suní– se fusionaron con la franquicia iraquí de Al-Qaida a mediados de los años 2000. El Estado Islámico en Irak, como se llamaba el EI en su encarnación de aquel tiempo, aliados con una milicia islamo-baazista, la Jaish al-Rijal Al-Tariq al-Naqshibandi (“El Ejército de los Hombres del Orden Naqshibandi”) /8, liderado por uno de los más cercanos guardaespaldas de Saddam Hussein, Izzat Ibrahim al-Douri. Esta alianza fue el origen del Estado Islámico en Irak. Entrevistas con combatientes capturados del EI en The Nation revelan un panorama demográfico de la juventud suní de Irak: hijos de la ocupación nacidos en un Irak sitiado pero baazista después de la Guerra del Golfo de 1991, pero quienes alcanzaron la mayoría de edad en medio de la terrible violencia de mediados de los años 2000, cuando su comunidad y sus hombres en particular fueron atacados por la ocupación y sus agentes iraquíes locales.
La transición desde el quietismo pasando por el anatema hasta la construcción de un Estado en el salafismo se formó pues por opciones políticas, no teológicas, como Harman entendió muy bien. El EI es el resultado de un estancamiento causado por intentar imponer un orden islámico en la sociedad en su conjunto sin el apoyo del Estado o de la mayoría de la población. Pero las condiciones previas de este proyecto no se encontraban solamente en la ocupación imperial, sino también en la revolución, o más bien en una revolución que no estableció una alternativa durable o a escala nacional. El EI es una institución de creación de Estado sin una base social: la revolución siria tuvo una base social, pero no alcanzó, más allá del plano local, poder institucional. Es esta contradicción y la complicidad de la contrarrevolución de Assad, la que explica la expansión del EI.
Criaturas de la ruina común
Cualquier revolución, como se puede esperar que entiendan los estudiosos de los casos francés y ruso, es una mezcla aterradora y emocionante de colapso y renacimiento. Son siempre una forma de desastre y a la vez de salvación.
La total imposición de una orden neoliberal requiere un momento de destrucción y debacle como oportunidad, o eso sostiene Naomi Klein, argumentando que vivimos en un “capitalismo del desastre”. Los desastres generados o exacerbados por el capitalismo neoliberal proporcionan más oportunidades para profundizar el proyecto. Klein cita a Milton Friedman sobre el impacto del huracán Katrina: “Esto es una tragedia. También es una oportunidad”.
Si el caso está exagerado y la visión implícita de un capitalismo benigno y no desastroso es una quimera, la intervención de Klein ha demostrado ser productiva. El colectivo Out of the Woods se desarrolló en respuesta a la noción de “comunismo del desastre” como una estrategia de emancipación en el planeta arruinado del antropoceno. Los desastres, según ellos, crean “comunidades del desastre” donde se prefiguran las prácticas igualitarias, y la generalización del desastre bajo el capitalismo tardío crea un camino hacia la “comunización del desastre”, la autoorganización de la reproducción social una vez que la normalidad capitalista se rompa. La característica de esta autoorganización, argumentan, será probablemente el “bricolaje” que reutiliza la infraestructura logística de las sociedades existentes (contra la posición del grupo Endnotes y otros de que las estructuras materiales del capitalismo son irrecuperables).
Los pueblos de Irak y Siria padecen desde luego un desastre, aunque sea político y provocado por el hombre. Para los iraquíes, el desastre consiste en la invasión imperialista y la consiguiente guerra civil; para los sirios es la contrarrevolución de Assad extraordinariamente destructiva y las tácticas de asedio generalizado, hambre y bombardeo que ha empleado. Sin embargo, especialmente en Siria, los órganos de autogobierno local promovidos por la revolución han tenido algo del carácter descrito como “comunismo del desastre”, aunque, dado que representaban más la emancipación política que la social, denominarla “democracia burguesa del desastre” podría ser más adecuado. Es contra estos órganos que tanto EI como el régimen de Assad han dirigido sus energías, a menudo de común acuerdo y con gran éxito.
El proceso comenzó con la infiltración de elementos de Al-Qaida (entonces bajo la bandera de Al-Nusra) en áreas liberadas del régimen. Los primeros infiltrados eran poco numerosos y a menudo traían consigo dinero en efectivo, armas y socorro médico. Especialmente después de la división entre el EI y Al-Nusra; sin embargo, comenzaron a tomar sistemáticamente las áreas liberadas del régimen y dirigidas por los consejos revolucionarios locales. Como Robin Yassin-Kassab y Leila Al-Shami relatan en su imprescindible historia de la Revolución Siria Burning Country, en la ciudad de Saraqeb, donde el consejo era particularmente activo, el EI cerró el centro de comunicación revolucionario y la imprenta y detuvo a los familiares de los miembros del comité de coordinación local. Del mismo modo, los azotes y crucifixiones llevados a cabo por el EI en Raqqa en 2013 no eran contra partidarios del régimen sino de activistas de la oposición. Christoph Reuter informa en Der Spiegel que el grupo tomó del poder en Raqqa al liquidar físicamente a la brigada local del FSA, secuestrando a líderes revolucionarios locales y ejecutando a un periodista y activista abiertamente anti-Assad, enviando a sus contactos fotos del cadáver por correo electrónico con el comentario “¿Estás triste por tu amigo ahora?”.
El mismo patrón se repitió en todas las áreas confiscadas por el EI, totalmente en línea con el modelo de control baazista heredado de la sección de oficiales de inteligencia iraquíes que constituyen una parte tan importante de su liderazgo. Todo lo cual está también en consonancia con la doctrina del EI de que las revoluciones de 2011 “reemplazarían lo mejor con lo peor”. Por esta razón, el EI considera a los Hermanos Musulmanes egipcios como los peores apóstatas por participar en las elecciones democráticas que surgieron de la Revolución del 25 de enero. En el EI son contrarrevolucionarios y están orgullosos de serlo.
Como resultado, a quien el EI ha demostrado ser más útil no es a Estados Unidos, ni siquiera a Turquía, sino al propio régimen de Assad…, aunque el EI no sea simplemente una herramienta o creación del régimen, ni tampoco de los Estados del Golfo. Muchos ejemplos de cooperación entre ellos, por ejemplo en la venta y producción de energía, podrían ser razonablemente descartados por las exigencias de la guerra. Sin embargo, hay una historia mucho más larga entre los dos. Antes de que naciera el “Estado Islámico en Irak”, los servicios de inteligencia baazista sirios estaban cooperando con grupos suníes que luchaban contra la ocupación estadounidense de Irak. Según revelan los documentos de Sinjar, el régimen estableció las líneas de suministro y los enlaces de tránsito de Siria a Irak, que luego fueron revertidos para que el EI se infiltrase en Siria cuando había comenzado la revolución.
Al inicio de la revolución siria, el régimen adoptó la estrategia que le ha permitido persistir con tanta resiliencia: violencia extrema y sectarización. En su discurso ante la Asamblea Popular, parlamento de pacotilla del régimen baazista, en marzo de 2011, Assad acusó a los manifestantes de formar parte de los “tentáculos de una gran conspiración” basada en el “elemento sectario” y llamó a los sirios a cumplir con su “deber nacional, moral y religioso” de “enterrar la sedición”. Esto ocurrió cuando ni siquiera había un Ejército Libre Sirio (FSA). Cuando en el verano de 2011 comenzaron a aparecer los primeros grupúsculos, no estaban compuestos de sanguinarios yihadistas, sino de desertores del ejército sirio y de manifestantes que se defendían de los disparos del régimen. En algunos casos, estas unidades fueron entrenadas por Zubaida Al-Meeki, una generala alauí que fue la desertora con más alto rango del ejército del régimen que se pasó a la revolución. En la ciudad costera de Latakia, en el corazón alauí (aunque con una ligera mayoría suní), los manifestantes expulsaron a los yihadistas que promovían consignas sectarias. En áreas mixtas, como el centro de Homs, el régimen concentró su potencial devastador en los distritos suníes mientras preservaba los alauíes. Sin duda, una de las jugadas más astutas del régimen fue encarcelar, torturar y matar a los activistas revolucionarios, al mismo tiempo que liberaba de la cárcel a un gran número de los yihadistas más intolerantes. Cientos de miles de sirios fueron encarcelados después de 2011, muchos de ellos torturados hasta la muerte y sus cuerpos fotografiados. El archivo fotográfico publicado por el desertor del régimen César, mostrando a más de seis mil personas, reveló su macabra magnitud, Sin embargo, en la primavera de 2011, Assad liberó a varios cientos de detenidos islámicos de grupos takfiristas violentos, incluyendo la mayor parte de lo que luego sería el liderazgo sirio del EI. La prevalencia de estos grupos y la relativa ausencia de los activistas civiles de las primeras etapas de la revolución siria no es un misterio, ni la consecuencia de un arraigado odio ancestral a la mayoría suní por las minorías religiosas. Es porque Assad liberó a los yihadistas y mató a los activistas.
Esta complicidad continuó mientras la contrarrevolución se convertía en guerra civil. Cuando el EI se apoderó del territorio del FSA, se salvó en gran parte del bombardeo que el régimen desató en otros lugares en hospitales, panaderías y distritos civiles. Hasta el comienzo de Inherent Resolve en 2014, Assad apenas combatió a EI: los principales enfrentamientos fueron y continúan siendo alrededor de Deir ez-Zor en el extremo oriental, un centro de producción de petróleo. La batalla por Palmira, lugar de tesoros arqueológicos de renombre mundial, proporcionó al régimen una prensa muy favorable como protectora del patrimonio internacional contra la barbarie fundamentalista. Los documentos del EI, filtrados a Sky News en mayo de 2016, muestran una connivencia entre el EI y Assad para producir precisamente este resultado, incluyendo una orden dada poco antes de que el régimen intentara retomar el sitio para “retirar toda la artillería pesada y las ametralladoras antiaéreas en el interior e inmediaciones entre la provincia de Palmira y la provincia de Raqqa” /9].
La contrarrevolución de Assad fue desastrosa en Siria y de ello se benefició el EI. Fue el EI quien dominó la infraestructura –sobre todo los campos petroleros– de los territorios sirios liberados, permitiéndoles destruir las estructuras revolucionarias locales. Fue el EI quien pudo erigir un orden de las ruinas capaz de gobernar de una manera nueva. Fue EI quien mostró el valor y unidad ideológica para imponer la contrarrevolución de la catástrofe.
Aquí hay una lección importante para los revolucionarios: si no impones un plan para reconvertir el “bricolaje”, lo hará otro.
El papel del EI en la represión de los revolucionarios sirios ¿significa que es una forma de fascismo? El significado retórico del término es obvio: fuera de los círculos fascistas no se puede defender el fascismo. Es más: definir a un enemigo como fascista permite la formación de alianzas urgentes y amplias contra ellos. Por esta razón, los intelectuales y fuerzas políticas que apoyan la guerra de EEUU contra el terror y los despotismos locales que se disfrazan de laicos, adoptaron ampliamente el término “islamofascismo”. Por las mismas razones, los adversarios de esa guerra han rehuido de identificar las políticas islamistas con el fascismo por temor a legitimar la guerra imperialista o la reacción islamófoba que conlleva.
El caso del EI en Siria ha comenzado a alterar esta cautela. El intelectual sirio de izquierda Yassin Haj Saleh, que no apoya la guerra contra el terrorismo y es nativo de Raqqa, con familiares secuestrados por el EI, describe al régimen como el “fascismo de la corbata” y al EI como “el fascismo de la barba”. Ghayath Naisse de la Corriente de Izquierda Revolucionaria Siria ha presentado quizás el más destacado análisis marxista argumentando que el EI es de naturaleza fascista. Cae dentro de la definición clásica del fascismo, afirma Naisse en las páginas de la revista International Socialism, porque la organización se apoya en las capas sociales descritas por Trotsky en el caso de Alemania como “polvo humano”: las capas atomizadas de la pequeña burguesía encabezadas por una milicia partidista que busca fundar una nueva forma de Estado. Sin embargo, en vez de reflejar y movilizar la voluntad de las masas para reformar las relaciones sociales, esta milicia partidaria se considera a sí misma como una élite guerrera destinada a remodelar a los humanos mismos a través del uso extremo de la violencia. El fascismo es, pues, un movimiento contra el statu quo que funciona para preservar el capitalismo destruyendo todo el espacio político independiente, sobre todo las organizaciones de las clases subordinadas, una destrucción que el EI desde luego ha llevado a cabo. Por esta razón, la política fascista sólo surge verdaderamente en tiempos de crisis, cuando esas clases subordinadas suponen una amenaza suficiente, cuando la clase dominante se siente lo suficientemente amenazada para recurrir a los impredecibles servicios de un ejército del partido de extrema derecha.
Del otro lado del argumento, en las páginas de la misma revista, están Haytham Cero y Anne Alexander. El EI, replican, no puede considerarse fascista porque carece de la base pequeñoburguesa característica del fascismo europeo y es más bien una milicia sectaria local bajo el timón de un ambicioso señor de la guerra [warlord]. Se trata por tanto de una reacción oportunista, más parecida a una formación como el Ejército de Resistencia del Señor en Uganda. El EI no busca ni requiere una base de masas para aplastar un movimiento obrero revolucionario como el de Italia y Alemania en la década de 1920, dado que tanto en Siria como en Irak no existía tal movimiento; en Irak una revolución era del todo inexistente.
Ninguna de estas perspectivas debe ser descartada, pero tampoco ninguna de ellas parece realmente adecuada. De hecho, la pregunta en sí –¿Es fascista el EI? – resulta más útil si se plantea de otra manera: ¿Cuánto fascismo hay en EI? Una definición procusteana [Síndrome de Procusto] del fascismo no nos ayudará aquí. No se requiere de un sentido político especial para comprender que la segunda década del siglo XXI es testigo del colapso de los mandatos políticos de una manera que recuerda a la de Europa entre las dos guerras mundiales y que esta crisis está dando lugar a efectos extraños bajo el signo del “populismo”. El ascenso de los contendientes electorales de extrema derecha en las democracias liberales, como el presidente electo Trump y el Frente Nacional en Francia, ofrecen los ejemplos más notables. No todos los síntomas son mórbidos, como demuestran las campañas de Sanders y Corbyn.
Sin embargo, la crisis de mediación política y representativa que ha derivado de la forma de solucionar la crisis capitalista de 2008, indudablemente está dando lugar, en gran parte, a movimientos políticos que dan la sensación de ser cuasi, proto o pseudo-fascistas. Sin embargo, una sensación no es una definición. Una conocida problemática del fascismo es si debe ser definido por su programa ideológico, su práctica política o las condiciones de las que emerge. La ideología fascista tiende a ser ecléctica, ensamblando partes de otras tradiciones políticas alrededor de una idea central de la nación como colectivo, para ser rejuvenecida y purificada bajo una organización política monolítica. La práctica política fascista tiende a ser a la vez violenta y estética. Las condiciones clásicas para la aparición del fascismo, para los marxistas, son las de las crisis capitalistas descritas anteriormente: la incapacidad de la clase dominante de continuar con las formas normales de la política y su disposición a aliarse con una milicia partidista violenta para destruir la insurgencia de un movimiento de los trabajadores.
Si uno busca estas características en la extrema derecha contemporánea – incluyendo el EI – sólo se encontrarán parcialmente. El desplazamiento del resentimiento tras la crisis hacia los forasteros (musulmanes) se encuentra en abundancia en UKIP [el Partido de la Independencia del Reino Unido], Trump o Le Pen. El EI exuda la estética de las banderas negras, gestos de mano y una violencia contrarrevolucionaria extrema, aunque en forma de una presencia elegante en las redes sociales y producción de gran calidad. Sin embargo, en ninguna parte se cumplen todos los elementos ni ha de esperarse que así sea. En gran medida, esto se debe a la común ausencia que falta: la del movimiento obrero amenazador que el fascismo busca aplastar. La crisis contemporánea provoca movimientos reaccionarios que no son tanto herramientas de una clase dirigente in extremis sino proyectos de la “ruina común de las clases rivales”. Si el EI es fascismo, es el fascismo de las ruinas. Ello sólo hace más relevante el caso para el mundo más allá de Oriente Medio.
Así como hay que cuidarse de utilizar en exceso el término fascismo, deben recordarse también los límites de la analogía entre el EI y el capitalismo del desastre. Es importante y trascendente el hecho de que el EI sea una formación islamista particular y que su cosmovisión central tenga un carácter particular. Sin embargo, la perspectiva del desastre aclara más que enmarca al EI como un proyecto de clase particular. El EI es sin duda un proyecto en el capitalismo, como veremos más adelante. No es, incluso tomando en cuenta que recibe financiación del Golfo, un proyecto de capitalistas. El núcleo de la organización, la amalgama de oficiales de seguridad baazistas iraquíes y yihadistas suníes internacionales podría verse a lo sumo como una clase en formación, solidificándose en torno a una violencia excepcional y a su identidad sectaria. Tampoco puede considerarse a EI como una representación plausible de la pequeña burguesía siria o iraquí: sus miembros en su mayoría no proceden de estos grupos y su relación con ellos es brutalmente extractiva. EI cultiva relaciones con grupos sociales particulares, sobre todo mercaderes del petróleo y jeques tribales, pero esto forma parte de su estrategia de construir alianzas más que representar una base de clase como tal.
El EI es una fuerza contrarrevolucionaria, que funciona para destruir todas las organizaciones populares independientes que surgieron durante la revolución. La relación de esa contrarrevolución con las relaciones subyacentes de producción no radica en la dirección consciente de un proyecto de clase, sino en los límites de la reproducción impuesta a una visión sin una base social segura. En ninguna parte esta apropiación de la infraestructura capitalista es más clara que en la financiación del EI.
Economía escatológica
Las relaciones sociales inciden muy obviamente en Estados y organizaciones en su búsqueda de financiación. A través de esta realidad mundana se establecen los límites causales de un modo de reproducción social: una organización que busca y recibe su financiamiento de sindicatos obreros organizados, sus cooperativas y similares resultarán terreno fértil para un cierto tipo de cosmovisión; y una organización que es financiada por multimillonarios del petróleo, para otro. El EI presenta un caso desconcertante a este respecto, a cuyo esclarecimiento no ayuda la amplia difusión de mitos sobre quién patrocina y apoya a la organización.
El principal de estos mitos, sostenido tanto por la derecha como por la izquierda, es que al EI lo financia Arabia Saudita. Uno nunca debe subestimar al siniestro régimen saudí: el Estado petro-reaccionario líder sigue siendo contrarrevolucionario tanto cara al exterior (como testimonia el apoyo incondicional de Riyadh al golpe de Sisi en Egipto) como cara al interior, tan represivo como siempre. Sin embargo, una cosa de la que no se puede acusar a Ibn Saúd es de apoyar al EI. El argumento contrario significaría una amalgama de todas las tendencias islámicas suníes – eludiéndose entre sí la Hermandad Musulmana, Arabia Saudita y el EI, cuando en realidad sus relaciones se caracterizan por una hostilidad triangular. Los aviones saudíes, cuando no bombardean las ciudades de Yemen, se emplean en las operaciones militares contra el EI. El Estado saudita no ha enviado un riyal a los hombres de Al-Baghdadi y, entre los Estados del Golfo, ha sido con diferencia el más exitoso en parar las transferencias privadas al grupo. De hecho, según comparecencia de Matthew Levitt en el Congreso, en el Comité de Servicios Financieros de la Cámara en noviembre de 2014 sobre la financiación del EI, los donantes saudíes han recurrido a la jurisdicción más permisiva de Kuwait para canalizar su dinero /10.
Pero si no es dinero saudita el que está financiando al EI, ¿quién lo está haciendo? Las donaciones privadas son parte de la financiación del grupo, pero nada semejante a las proporciones de flujos a Jabhat Al-Nusra / Fateh Al-Sham. Al-Qaida en general ha dependido en gran medida del dinero privado, pero el EI es casi independiente de tal fuente. De nuevo, según el testimonio del Congreso americano sobre el tema, para 2014, el EI había creado reservas de alrededor de 40 millones de $ USA proveniente de donaciones privadas del Golfo. Esto es sustancial, pero sólo equivalente, según el Financial Times, a alrededor de un mes de sus ingresos de 2014 solamente de las ventas de petróleo.
Sin duda, el EI sufriría un gran revés si fuera cortada toda su financiación externa, pero no quedaría arruinado. Esto complica más que simplifica el panorama: si el EI fuera realmente sólo un instrumento del dinero del Golfo, sería fácilmente interpretado como una herramienta de la sección suní más chovinista de la burguesía petrolera. Sin embargo, el EI actúa como un Estado capitalista más, para asegurar la reproducción de sus ingresos y extrae esos ingresos a través de la tributación y el comercio.
Según el Financial Times, el EI impone al menos cuatro tipos de impuestos y derechos en los territorios que controla: un zakat general del 2,5 por ciento de los ingresos de las empresas cuyos bienes son evaluados por los auditores del EI; un diezmo agrícola del 5 por ciento sobre cultivos de regadío y el 10 por ciento sobre los cultivos de secano; el jizya, o impuesto per cápita, sobre las minorías religiosas, o más probablemente sobre sus propiedades, una vez que han sido asesinados o expulsados; y la tajada que toma el EI del comercio en tránsito por sus territorios. La organización también se ha quedado con un botín considerable de sus conquistas, incluyendo depósitos bancarios, una porción de los cuales se les prometió a los que lucharon en la batalla para ganarlo. Los bienes no militares se venden en los “mercados del botín” con un extraordinario margen de beneficios. Una reminiscencia de los llamados “mercados suníes” de Damasco en las primeras etapas de la guerra civil siria, donde las milicias del régimen venderían el botín de sus incursiones represivas en ciudades revolucionarias.
El EI recauda cantidades sustanciales de estas fuentes, o al menos lo hicieron hasta que comenzaron los ataques aéreos de la Operación Inherent Resolve. El FT estima que los impuestos de tránsito aportaron 140 millones de dólares al año, habiendo acumulado reservas de 875 millones de dólares antes de 2014 y consiguiendo unas ganancias imprevistas de 23 millones de dólares en forma de impuestos sobre los salarios de los funcionarios iraquíes con la caída de Mosul. Sin embargo, la fuente más importante de ingresos es la más obvia: el petróleo.
Las reservas de petróleo de Siria son pequeñas y los pozos y refinerías antiguos: los recursos en el oeste de Irak son mucho más significativos. En ambos países, el EI ha tenido éxito en un plan consciente para tomar el control de la logística vital de la economía capitalista. Basta con mirar un mapa: más que un Estado contiguo, el califato cubre los campos de petróleo, sus enlaces de transporte y las ciudades desde donde se puede ejercer su control. El mismo día en que el EI tomó Mosul en 2014, un jeque local cercano a Kirkuk dijo al Financial Times: “Estaban preparados, tenían gente a cargo de la parte financiera, tenían técnicos ocupados en el proceso de llenado y almacenamiento… Trajeron Camiones de Kirkuk y Mosul y comenzaron a extraer el petróleo y a exportarlo”.
Del petróleo se ocupa el comité central del EI, el shura, nunca las gobernaciones subordinadas a las cuales se transfieren los asuntos locales. Este control provee a la organización en la región de 450 millones de dólares al año: el EI refina parte de su propio petróleo y concede licencias a los comerciantes para vender el resto, también con un elevado margen de beneficio. El petróleo del EI se vende, según el FT, a 20-45 dólares por barril. Vende petróleo (y más aún gas natural) al régimen de Assad, a las fuerzas rebeldes y a Turquía. Aunque los casos de connivencia entre el régimen y el EI son lo suficientemente numerosos como para clasificarlos de estratégicos, este comercio más probablemente es el resultado de la dinámica confusa de la guerra civil: todo el mundo compra y lucha con todos los demás. El EI también tiene un mercado cautivo: todos los habitantes del oeste de Irak y del norte de Siria están obligados a seguir utilizando la energía en sus vidas y cuando esa energía es controlada por el EI, son éstos quienes se benefician.
La visión del EI de un califato no es, por supuesto, incompatible con el capitalismo. De hecho, ni siquiera es incompatible con poner en marcha empresas conjuntas con el régimen de Assad, como en la refinería de gas Tuweinan en el este de Siria. El EI se queda con un 60 por ciento de la producción y le entrega el resto al régimen, el cual sigue pagando los salarios de los trabajadores e incluso enviando a la planta desafortunados nuevos ingenieros. HESCO, el conglomerado energético estatal dirigido por George Hasawni – una figura paradigmática de la burguesía siria ligada al régimen – aparentemente paga el impuesto jizya por sus empleados no musulmanes. Sobra decir que la disciplina laboral impuesta por el EI es abiertamente brutal, basada en el azote y la ejecución sumaria.
Es un error pensar que las relaciones sociales capitalistas son inherentemente incompatibles con la tiranía. Sin embargo, el despoblamiento de las áreas bajo el control del EI – una reacción comprensible por parte de los habitantes – obviamente afecta los ingresos obtenidos de su actividad económica. El EI, característicamente, ha respondido a la fuga de su población por medios coercitivos: emitir una fatwa que prohíbe tales intentos de huida. Es importante destacar la utilidad mutua de takfiris y tiranos. Mutuamente se proporcionan una estrategia permanente de tensión, un método, en palabras del ideólogo yihadista Abu Bakr al-Naji, para “eliminar la zona gris”. Los tiranos oprimen y los takfiris atemorizan, hasta que no queda nadie que no esté oprimido ni asustado. Las contra-revoluciones árabes desde 2011 han replicado la estrategia de la masacre de Rais en gran escala.
Es evidente que cualquier persona comprometida con políticas liberadoras debe ser enemiga del EI. Tampoco es necesario decir que sólo porque alguien sea enemigo del EI (ya sea retóricamente, como en el caso de Assad, o de hecho, como en el caso de las potencias occidentales), no significa necesariamente que sea amigo de la emancipación. EI nació en las catástrofes de la contrarrevolución y del imperialismo. La victoria de estas dos fuerzas, incluso en el caso de que EI fuera derrotado temporalmente, producirá más monstruosidades, no menos.
Hay mucho más por venir. Sería complaciente imaginar que la agonía de un orden social degenerado se limitará a una sola región. El desastre se cierne sobre nosotros. EI estaba preparado ¿Quién más lo está?
Notas
1/ La rehabilitación de figuras destacadas de la “Vanguardia Combativa” anti-alauí de fines de los años 1970 es particularmente inquietante. La publicación de una declaración en el nombre de una coalición de brigadas del FSA tras la caída de Aleppo, declarando que la intención de “proteger las vidas de todos los sirios, independientemente de sus opiniones o procedencia” fue una claro indicativo de que los ideales de la revolución no estaban completamente perdidos, aunque la pregunta de si la capacidad de respaldo todavía existe o no, es completamente otro asunto. Obviamente, una búsqueda de semejante declaración en nombre de los pilotos que bombardean los hospitales Alepo o las milicias pro-régimen masacrando pobladores suníess, sería en vano.
2/ airwars.org compila un total actualizado de bajas civiles debidas a la campaña de ataques aéreos de la coalición en Irak y Siria. La izquierda angloparlante se ha mantenido notablemente discreta respecto a esta guerra, salvo cuando argumenta, en la línea de Christopher Hitchens, que la guerra se ha venido acometiendo con insuficiente vigor.
3/ Este acuerdo se hizo público en la prensa jordana – véase “Al-Itifaq al-Urdunii-al-Rusii” (“El Acuerdo Jorano-Ruso”) de Fahd Al-Khitan, Al Ghad, 25 de October 2015, y “How will Jordan’s Pivot to Russia Pay Off?” [De qué manera rendirá frutos el giro de Jordania a Rusia?] de Omar al-Sharif, Al Monitor, 3 de Noviembre 2015, para una síntesis en inglés.
4/ El relato del incidente de Manbij y citas relacionadas provienen del artículo de Charles Davis “US airstrikes have allegedly killed over 850 civilians. So where is the outrage?” [Los ataques aéreos de EE.UU. ya han aniquilado a más de 850 civiles. Dónde está la indignación?], de In these Times, 27 de Septiembre 2016.
5/ Zouabri afirmó más tarde que no había pretendido tal anatema, pero el texto resulta claro. Esta anécdota figura en el libro de Giles Kepel El Camino del Islam Político.
6/ Hay una serie de relatos breves sobre el linaje intelectual y político de EI: Adam Hanieh, “Breve Historia de EI” en jacobinmag.com y el capítulo “Lealtad y Deslealtad” en Inside the Army of Terror [Estado Islámico: dentro del Ejército del Terror] de Hassan y Weiss del cual se extrae esta sección son los más notables.
7/ La misma palabra se usó para la formación de milicias suníes que derrotaron al Estado Islámico de Irak original a mediados de los años 2000 bajo tutela estadounidense, y para una serie de otros movimientos políticos. 8/ Los Naqshibandis son un orden sufí común a lo largo de Iraq y Siria. 9/ El documento relacionado se cita en el relato “IS files reveal Assad’s deals with militants” [“Archivos del Estado Islámico revelan que Assad pacta con militantes”], en Sky News, 2 de Mayo 2016. 10/ La información más valiosa sobre el financiamiento de EI se encuentra en la serie del periódico Financial Times “EI Inc.”, de la que se extraen las citas en esta sección.