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El Islam minoritario en la Europa laica · por Juan José Pérez Piqueras

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Con este título terminaba mi artículo anterior, en tema similar.

Recordemos la historia, que en la Edad Media la noción de «Europa» no existía, era conocida como el territorio de la cristiandad. Vino después la Reforma, que comenzó en octubre de 1517, cuando el monje alemán de la orden de los agustinos Martín Lutero, clavó en la puerta de la catedral de Wittenberg 95 tesis (afirmaciones críticas) sobre la Iglesia Católica. Las tesis criticaban las prácticas del clero, la venta de indulgencias y al Papa mismo, donde se rompía el cristianismo e introdujo la noción más geográfica y laica de la hoy Europa. Aquí aparecieron dos campos, el católico y el protestante, dividiendo el cristianismo, que les quedó en común reconocer la divinidad de Cristo.

A través de la inmigración masiva que afecta a este territorio, desde hace unas décadas, el islam ha entrado a formar parte del panorama europeo.

El profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Fernando León Jiménez, en 2007 presentó su tesis sobre el dominio musulmán en Europa, bajo el nombre de Eurabia, un neologismo que ha derivado en una teoría geopolítica que augura una Europa en la que la cultura dominante no será occidental, sino islámica.

En la actualidad residen en Europa casi 2,5 millones de musulmanes, de los que 1,3 millones son de nacionalidad extranjera y 1,1 españoles, lo que representa en España, según los últimos datos del ‘Estudio demográfico de la población musulmana’ del 01.02.2024, aproximadamente el 5% de la población total. Proceden de todas las regiones del mundo árabe y musulmán (los árabes comparten etnia y lengua y los musulmanes, religión).

Para la mayoría esta residencia es definitiva, e incluso dentro de la comunidad cada vez tienen mayor presencia los musulmanes de segunda y tercera generación.

Hoy día su importancia numérica en Europa es minoritaria, una circunstancia cuyas experiencias son remotas y poco significativas.

Al llegar a tierra nueva los musulmanes tienen que conciliar su fe y su modo de vida, diferente, al encontrarse una realidad social rigurosamente laica.

Desde hace unos dos siglos, Occidente ha abordado el universo musulmán con curiosidad y recelo: se le juzga y analiza con arreglo a criterios occidentales. Sin llegar a conclusiones.

Una interpretación sesgada, que no hace sino ahondar el foso entre una Europa occidental segura de sí misma y una musulmana «oriental» con señas de identidad que están lejos de la tranquilidad, del sosiego, entre una tradición no siempre satisfactoria y una modernidad insuficiente.

Tal inmigración habrá multiplicado el número de adeptos musulmanes: Se trata, en definitiva, de una invasión lenta y silenciosa que realizan los musulmanes en los países democráticos.

Para el politólogo francés Jean-Loup Bonnamy el crecimiento demográfico del islam en Europa se debe al flujo continuo de inmigrantes. «Un freno a la inmigración implicaría, por tanto, un estancamiento demográfico del islam a largo plazo. No un descenso, pero sí al menos el fin de su crecimiento exponencial».

En su opinión la integración de las poblaciones musulmanas en Europa se ve frenada por la desindustrialización que dificulta la integración de las personas de origen inmigrante, condenándolas al desempleo o a empleos de servicios devaluados.

En los años 80 el islam parecía anticuado para muchos jóvenes musulmanes. Los países de Europa reconocen que la inmensa mayoría de los musulmanes europeos no se dedican a la violencia o a actividades terroristas; pero, al mismo tiempo admiten la evidencia, o sea, la existencia de células aisladas o «lobos solitarios» que se consideran islamistas radicales, proclives a la violencia, con vinculación a Al Qaeda o el EI (Estado Islámico), como sabemos el grupo terrorista yihadista más violento de esta última época.

En 2050, al que no llegaré yo, se calcula que los europeos serán unos 538 millones y el número de musulmanes pasará a ser el 14 % de la población, es decir, unos 75 millones. En general los expertos, crean o no en la tesis de Eurabia, coinciden en que el flujo migratorio no se detendrá con cierres, controles fronterizos, o medidas de fuerza, mientras la inestabilidad económica, social y política de los países de origen continúe. Además, hay una población de millones de musulmanes que es europea de nacimiento.

En diez años, o poco más, se han producido algunos cambios en el seno de la comunidad musulmana que han sido debidos esencialmente a la segunda y tercera generaciones nacidos en Occidente. Un buen número de ellos desean reafirmar su identidad y vivir según las enseñanzas del islam. Tras una infancia difícil, redescubren su origen y su religión. Este proceso es de gran importancia en Occidente; en prácticamente todos los países occidentales existe una tendencia muy marcada entre estos jóvenes musulmanes a una afirmación de su identidad islámica y un renacimiento profundo de la espiritualidad y de la práctica religiosa.

Suponer que quienes profesan el islam constituyen una comunidad homogénea y compacta, es un error. Los inmigrantes que llegan desde países musulmanes tienen idiomas, culturas y tradiciones diferentes. El propio islam tiene profundas diferencias entre sus distintas facciones que pueden ser teológicas, jurídicas, políticas. Pero, aunque sean cometidos por una ínfima minoría les atentados perpetrados por grupos de fanáticos y la radicalización de miles de europeos de origen musulmán han hecho resurgir un sentimiento más que antimusulmán, son antiislam.

En un mundo ideal se esperaría un esfuerzo por parte de los inmigrantes para integrarse y cierta apertura por parte de las sociedades para evitar su estigmatización. En la laica Europa la islamización puede llegar a ser una «olla de presión», esperemos que ambas culturas quepan y se respeten en este viejo continente.

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