Puesto que el cristianismo y el Islam son las dos religiones que más compiten en el mercado religioso (o, en todo caso, en vista del choque de las civilizaciones, aun sin disputar cuestiones religiosas, se trata de la civilización de orígenes cristianos que se enfrenta a la civilización de orígenes islámicos), ha resultado muy tentador compararlas. Habitualmente, se compara a Jesús con Mahoma, y a la Biblia con el Corán.
Pero, estas comparaciones pueden confundir. Pues, Jesús no es para los cristianos lo que Mahoma es para los musulmanes. A pesar de que Mahoma es para los musulmanes un modelo a seguir (por encima de cualquier otro mortal), no lo consideran divino; Abu Bakr, el primer califa, célebremente dijo: “Sabed que Mahoma está muerto, pero Dios vive por siempre”. Los musulmanes admiten que Mahoma pudo haber cometido algún error en su vida, como de hecho, pareció haber sucedido con el asunto de los versos satánicos. Jesús, en cambio, es para los cristianos la segunda persona de la Trinidad; Dios hecho hombre. En Jesús, no hay defectos.
La comparación entre la Biblia y el Corán también es problemática. Para los cristianos, la Biblia es la “palabra de Dios”. Pero, esta “palabra de Dios” es inspirada, no dictada. Los cristianos creen que Dios inspiró su mensaje en los autores bíblicos. Pero, éstos utilizaron sus propias convenciones lingüísticas y circunstancias históricas para redactar sus textos. Algunos protestantes creen que la Biblia está exenta de error en toda materia, y se aferran a un literalismo bíblico que los conduce a afirmar todo tipo de cosas absurdas, como que la serpiente realmente le habló a Eva. Pero, aún estos fundamentalistas no opinan que el texto bíblico fue dictado palabra por palabra por Dios (aunque, admiten que la Biblia sí es correcta palabra por palabra). Por otra parte, el grueso de los cristianos están dispuestos a alegorizar algunos pasajes, y admiten que, al menos en algunas cosas (sobre todo en asuntos que no tienen que ver con moral o teología), los autores bíblicos pudieron equivocarse.
Las creencias de los musulmanes respecto al Corán son distintas. Ellos no creen que Dios inspiró a Mahoma en la recitación del Corán. Ellos creen que Dios dictó el Corán; es decir, creen que Dios habló a través de Mahoma. El Corán es en sí mismo el verbo divino. Cada palabra del Corán viene directamente de Dios, sin una verdadera mediación. El autor del Corán no es Mahoma; es Dios mismo. No hay nada humano en el Corán, y por eso, los musulmanes opinan que es inimitable por algún otro humano, tal como el mismo Corán lo sugiere: “Este Corán no se forjaría prescindiendo de Dios, pues es una confirmación de lo anterior, y una exposición detallada del Libro; en él no hay duda de que procede del Señor de los mundos. O dirán: ‘Mahoma lo forjó’. Responde: ‘Traed un verso semejante e invocad a quien podáis, prescindiendo de Dios, si sois verídicos’” (10: 37-38). El Corán está redactado de forma tal que siempre es Dios (en primera persona del plural) quien se dirige a alguien.
Los musulmanes nunca lo expresan de este modo, pero dado lo que ellos creen, podríamos decir que, en el Islam, hay una doctrina de la “enlibración”. En el evangelio de Juan, se dice que Dios se hizo carne; eso es el dogma de la encarnación. En el Islam, Dios no ha encarnado en ningún personaje. Pero, sí ha manifestado su esencia en un libro, el Corán. No es meramente que el Corán esté libre de errores, o que sea un texto revelado por Dios. Es, más bien, que el mismo Corán es Dios hablando.
De hecho, los musulmanes creen que el Corán no fue creado; es eterno, siempre ha existido. De eso se deriva que el Corán es en sí mismo divino. Los musulmanes creen que una copia del Corán existe en el cielo, el Umm Al Kitab, preservada en una tabla, tal como el propio Corán lo enseña: “Esto es una predicación gloriosa, en una tabla conservada” (85: 21-22).
En la historia del cristianismo, hubo muchas disputas sobre la naturaleza de Cristo. La más conocida, fue la del concilio de Nicea, en el siglo IV: ahí se discutió si Cristo era cosustancial a Dios (y, por ende, eterno), o creado en algún momento (y, por ende, subordinado a Dios). Al final, prevaleció la primera postura. Pues bien, en el siglo IX, hubo una discusión similar respecto al Corán. Un grupo de teólogos, los mutazalíes, promulgaron la idea de que el Corán no es eterno, a saber, que fue creado en el tiempo. El califa de aquel momento, Abdalá Mamun, protegió a los mutazalíes, y persiguió a quienes se le oponían. Otros teólogos estuvieron dispuestos a ir al martirio en defensa de la eternidad del Corán (notablemente Ahmad Ibn Hanbal), y esto propició que, cuando vino un nuevo califa, se persiguiera a los mutazalíes (al punto de desaparecer), y quedara definitivamente fijada la doctrina según la cual, el Corán no fue creado.
Vale recordar que en la historia del Islam no ha habido concilios, y no hay un Papa que dicte qué es ortodoxo y qué es herético. Pero, podemos estar seguros de que, la doctrina del Corán no creado, es aceptada por la abrumadora mayoría de los musulmanes. Hoy, hay algunas voces musulmanas que tratan de defender la idea de que el Corán fue creado (por ejemplo, Abdolkarim Soroush); pero, son ínfimamente minoritarias. Por otra parte, nada impide que, en un futuro, surja un movimiento de reformadores que empiece por decir que el Corán fue creado por el tiempo, y que por ende, puede contextualizarse, en vista de lo cual, no es necesario tomarse todo al pie de la letra.
A mi juicio, la desaparición de los mutazalíes, y el triunfo de los asharitas (la escuela que defendía la no creación del Corán), ha sido uno de los momentos más relevantes en la historia del Islam. Pues, con ello, el Islam abrió el camino para el fanatismo que tanto hoy lo aqueja. Al asumirse que el Corán no fue creado, quedó implícito que el libro es en sí mismo divino. Y, eso prácticamente anuló cualquier intento de interpretación alegórica de ese libro. Desde entonces, la religión islámica acude al Corán para resolver todo tipo de cuestiones, y enseña que debe seguirse al pie de la letra las cosas que ahí se dicen.
Cuando leemos alguna barbaridad en el Corán, algunos simpatizantes occidentales del Islam saltan a decir que un texto sin contexto es un pretexto. Según ellos, podemos encontrar barbaridades en la Ilíada, la Biblia o El capital, pero nos conducirán a hacer locuras sólo si sacamos esos textos de su contexto. El problema, no obstante, es que bajo la misma doctrina islámica, el Corán no tiene contexto. El Corán no es un libro recitado en la Arabia del siglo VII. Es más bien un libro que existe fuera del tiempo y del espacio, eternamente. Si el Corán dice alguna desfachatez, no cabe interpretarla metafóricamente. Pues, de nuevo, una creencia central en el Islam es que el Corán es la palabra literal de Dios.
Por supuesto, afortunadamente, hay muchísimos musulmanes que, ante el escándalo que muchas veces genera la lectura del Corán, están dispuestos a contextualizar y alegorizar el texto. Pero, ese proceder no es consistente con la doctrina de que el Corán es un libro eterno y no creado, la palabra literal de Dios. El aceptar esa doctrina, implica renunciar a los malabares interpretativos para contextualizar y alegorizar.
Esa doctrina es consistente, con otra que tradicionalmente defienden los musulmanes: el Corán no es traducible. Si Dios se manifiesta en el Corán, y éste está dictado en árabe, entonces una traducción de ese texto a otra lengua, ya pierde el carácter divino que tiene la versión original. El Corán, por supuesto, ha sido traducido a muchísimas lenguas. Pero, los musulmanes insisten, esas traducciones no son el verdadero Corán.
Por lo demás, quienes quieren tomar al Islam como una ideología aliada en la lucha contra el imperialismo, dejan de lado el obvio hecho de que, esa idea de que el Corán no es traducible, es en sí misma muy imperialista. Pues, esto ha hecho que la mayoría de los musulmanes, tengan que recitar versos al menos cinco veces al día, en una lengua que ellos mismos no entienden. Pero, ni siquiera quienes tienen al árabe como lengua nativa, recitan en su propia lengua. Pues, la diferencia entre el árabe clásico en el cual está escrito el Corán, y el árabe coloquial que se habla hoy, es lo suficientemente amplia como para hacerlo ininteligible en ocasiones.
Algún observador ha descrito la aproximación islámica al Corán como “bibliolatría” (el culto a un libro). A los musulmanes, naturalmente, no les agrada este término. Pero, en realidad, es bastante consistente con sus creencias. Si los musulmanes creen que el Corán es dictado por el mismo Dios, y ellos adoran a Dios, entonces lógicamente terminarán adorando a ese libro. Y, de hecho, hay manifestaciones concretas de eso. Por ejemplo, los musulmanes exigen que quien toque el Corán tenga las manos limpias, que los no musulmanes no lo toquen (salvo en circunstancias especiales), que jamás sea colocado debajo de otros libros, etc.
En una época caracterizada por una juventud afectada por los videojuegos, no viene mal una tradición que tenga en alta estima a los libros. Ciertamente, la civilización islámica dio grandes bibliófilos, y gracias a ella, se pudieron conservar muchos textos de filosofía griega (pues, en la Europa medieval, esas obras peligraron). Pero, cuando la bibliofilia se convierte en bibliolatría, tenemos un problema. Pues, la mayoría de los musulmanes, al partir de la idea de que el Corán es la palabra dictada por Dios, inimitable por cualquier humano, colocan un velo protector frente a cualquier indagación racional sobre el Corán.
Esto ha traído mucho retraso al desarrollo del espíritu crítico en el Islam. En el judaísmo y el cristianismo, ya desde el siglo XVII Spinoza llegaba a la conclusión de que Moisés no podía ser el autor del Pentateuco. Hoy, hay una enorme cantidad de estudios de crítica textual de la Biblia. Siempre hay fanáticos violentos en el cristianismo, pero éstos colocan bombas en clínicas de aborto y cosas por el estilo; muy rara vez a algún fanático se le ha ocurrido matar a quien diga que el evangelio de Mateo no fue escrito por el tal Mateo. No así en el mundo musulmán. Sugerir que el Corán tiene falsa información, inconsistencias, préstamos de otros textos, sinsentidos, y demás cosas, siempre lleva un riesgo. Pues, al hacerlo, se está sugiriendo que lo que Dios dicta es imperfecto. Es, pues, prácticamente una blasfemia, y ya sabemos cómo han actuado los yijadistas frente a las blasfemias. Pero, la razón exige asumir riesgos: los académicos deberían tomarse muy en serio la labor de investigar qué tan perfecto o imperfecto es el Corán.