En Níger, algunos religiosos pelean a diario contra el extremismo
El viernes 17 de enero de 2015 todo el mundo estaba en la oración. El imán Assadek clamaba con vehemencia en la mezquita de Tchirozérine: “nadie va a tocar la misión. El que quiera atacar la iglesia lo hará por encima de mi cadáver. El que tenga la tentación de hacerlo, que sepa que va contra el Islam”. Se dirigía, alzando la voz, especialmente a un grupo de jóvenes situado al final, mirándoles uno por uno.
En los dos días siguientes ardieron más de 50 iglesias por todo Níger y mataron a algunos cristianos. En Zinder, la comunidad cristiana salió escoltada por el ejército. La pequeña capilla de Tchirozérine, sin embargo, no se tocó y dos años después todo sigue igual. Como en el resto del país, allí todo el mundo es musulmán, incluyendo al director del colegio de la misión católica y al del dispensario. Como el secretario y el tesorero de la Cáritas local. Y como casi todos los trabajadores, niños o pacientes.
La presión religiosa no cesa. Unos meses antes de los ataques, un “grupo de hermanos” —como el imán les denomina— le ofrecieron construir una mezquita grande y nueva. Se negó y les advirtió que solo hay una mezquita y solo habrá una. Paró así un nuevo intento de oficializar la implantación de un islam radicalizado, alejado completamente de lo que ha sido la tradición en la zona. No por la relación con las pequeñas comunidades cristianas sino por las costumbres de la población local, exigentes de mantener sus tradiciones, su cultura, su manera de vestir o comer.
Está en mitad del desierto, al norte de Agadez, y cuenta con una comunidad muy extensa. Son tuaregs, peuls y hausas. Aquí la vida siempre está al limite y el imán habla del cambio climático con la precisión del que sufre sus consecuencias a diario: poca lluvia que se ha ido concentrando en unos días al año sobre una estrecha franja. El desierto avanza y la gente aquí se organiza para plantar árboles en medias lunas o para gestionar la explotación de los pozos. Desde hace días apenas sale agua y aún es diciembre.
Como aquel día de enero hoy también es viernes. Antes de acudir a la oración el imán Assadek ha tenido una reunión con el responsable de la misión católica sobre la continuidad de los proyectos. Discuten cómo llegar a grupos nómadas que están sufriendo la alteración de precios de los alimentos básicos y el coste que supone en sus animales. Los dos son nigerinos. El cura también estudió en una madrasa cuando era niño. Su conversación es fluida y cordial, salteada de bromas y también de bendiciones.
Al acabar, el imán ha pedido hacer una oración conjunta. Tanto él como el cura defienden que a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y a Boko Haram solo se les vencerá a largo plazo, igual que a la desertificación. Sembrando para frenar su avance. Recuerdan que los vecinos musulmanes detuvieron el ataque a la iglesia de la cercana Agadez. Recuerdan también que en Maradi, la segunda ciudad de Níger, no pasó nada porque los imanes se pronunciaron antes.
Salen juntos de la casa sin sorprender a nadie, aunque sea viernes. Las calles de tierra están ahora tranquilas porque el viento ha cesado. Finalmente, se despiden y al imán se le unen otros tres hombres para dirigirse juntos, a pie, a la mezquita.