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El imán feminista que lucha contra la mutilación genital

No es habitual que un líder religioso africano denuncie la crueldad de la ablación. Cissé Djiguiba encabezó una delegación para solicitar al parlamento de Costa de Marfil que aprobara una ley contra esta práctica

“La escisión no tiene beneficios médicos, y mucho menos psicológicos. Solo produce sufrimiento y, a veces, incluso la muerte. El islam no puede respaldar una práctica que provoca pérdida de vidas humanas y priva a la mujer de una parte de su feminidad. El islam es puro: no debemos manchar el nombre de nuestra hermosa religión”. En 1996, en Abiyán, estas palabras pronunciadas en la mezquita por el imán Cissé Djiguiba, uno de los principales guías espirituales de Costa de Marfil, provocaron un escándalo.

Era la primera vez que en este país africano un líder religioso denunciaba oficialmente la crueldad de la mutilación genital femenina, desencadenando una revolución cultural que, en poco más de 20 años, llevó a una gran disminución de la práctica. En efecto, hoy Costa de Marfil registra un índice de ablación de entre los más bajos de esta zona geográfica, un 38.2%, aunque persisten grandes diferencias territoriales. En el centro y el este del país, el corte prácticamente se ha erradicado, mientras que en el norte, y especialmente en el noroeste, con una mayoría musulmana y animista, todavía tiene una prevalencia cercana al 80%.

El imán Cissé Djiguiba encabezó una delegación de la sociedad civil para solicitar al parlamento de Costa de Marfil que aprobara una ley que prohibiera esta práctica. La norma llegó en diciembre de 1998: condena a entre 1 y 20 años de prisión y una multa de hasta 3.000 euros a quienes violen la integridad de las mujeres. “Por importante que sea, la ley por sí sola no es suficiente: debemos continuar creando conciencia entre las comunidades”, reitera Djiguiba.

Tiene 61 años y nació en el departamento de Odienné, precisamente en el noroeste, donde se practica la mutilación genital femenina. Estudió en Washington y en Arabia Saudí, y es miembro fundador del Consejo Nacional Islámico de Costa de Marfil y del Consejo Superior de Imanes. En 2001 inauguró la radio Al Bayane, que emite en 25 idiomas locales. Recientemente, visitó Roma, para contar su batalla feminista en una conferencia de la ONG No hay paz sin justicia. 

Pregunta. ¿Qué le llevó a implicarse en un tema tan delicado como la mutilación genital femenina?

Respuesta. En 1996 me invitaron a una reunión de la Asociación para la Defensa de los Derechos de las mujeres. La presidía la activista Constance Yaï, que más tarde fue nombrada Ministra de Solidaridad y era conocida por sus posiciones sobre la autonomía de las mujeres, la urgente necesidad de igualdad en las instituciones y la violencia doméstica. Nos conocemos desde que éramos pequeños, así que acepté la invitación. Por primera vez, gracias a un ginecólogo que mostró imágenes de la ablación y sus consecuencias para la salud, semejante violencia me llegó al corazón. Pensé en mi hermana, en mi madre, en todas las mujeres, y me dije: “Ahora debo romper el silencio”. El viernes siguiente, en la mezquita, insté a los fieles a que detuvieran la práctica y les prometí: “Mientras quede una sola niña expuesta a la amenaza del cuchillo, mi lucha continuará”. Fue un escándalo. Fue la primera vez que un imán se pronunciaba contra la mutilación genital femenina en Costa de Marfil.

¿Ha recibido ataques de otros líderes religiosos?

Desde luego. Después de ese primer discurso, me entrevistaron periódicos y emisoras de televisión, mi mensaje se difundió por todo el país y otros imanes me atacaron con dureza. Argumentaron que esta práctica existe desde hace 1.000 años, que se debe a razones religiosas relacionadas con el Islam, y algunos incluso me trajeron libros de teología. De modo que organicé una reunión con ginecólogos y matronas para mostrar a estos religiosos cómo se practica, y cuáles son las consecuencias a corto, medio y largo plazo para la salud física y psíquica de las mujeres. Y al final les pregunté a los imanes: “¿Es posible que la religión aliente semejante violencia?” Admitieron que no, lo entendieron. También porque en el Corán no hay rastro de escisión. Y me presentaron sus disculpas.

¿Hoy todos los imanes de su país están de acuerdo con usted?

Algunos todavía tienen dudas, otros prefieren no hablar de ello, no exponerse, pero sé que no han sometido a sus hijas a la mutilación. Uno de mis detractores más virulentos vino un día en secreto para pedirme ayuda para una familiar, su abertura vaginal estaba tan cerrada que no podía mantener relaciones con su marido, así que le recomendé un médico. En el extremo opuesto, hay otros imanes que son auténticos militantes, y es muy importante porque las comunidades escuchan la voz de los religiosos.

¿Qué ha logrado con su trabajo de sensibilización?

Mi fundación ha realizado diversas actividades de concienciación a través de los medios de comunicación, pero también con los alcaldes y los líderes políticos de las regiones. Desde 2001 formamos a todos aquellos que pueden contribuir a detener esta práctica: jefes tradicionales, profesionales de la comunicación, asociaciones de jóvenes y mujeres, escuelas y universidades. De este modo, el porcentaje se reduce hoy al 38,2% en todo el país, porque ahora se habla de ello en todas partes y somos conscientes de que se trata de un problema sanitario, pero sobre todo del derecho a la vida y a la integridad física de las mujeres. Al convertir a los testigos en actores, y lograr que las mujeres pasen de víctimas a protagonistas, los resultados son tangibles. Antes, en muchas comunidades, cuando una niña moría después del corte o una mujer tenía complicaciones ginecológicas, incluida la fístula, no los relacionaban con la escisión; pensaban que se debía a la brujería o a otras enfermedades. Hoy, en nuestro país, nadie puede decir que no sabe, aunque sigue habiendo focos de resistencia.

¿Quién sigue oponiéndose al cambio? ¿Los jefes tradicionales, las cortadoras?

Sobre todo las cortadoras, y de hecho, trabajamos mucho para concienciarlas. Hay muchas que no solo han abandonado el oficio, sino que se han unido a nosotros para convencer a otras. Sin embargo, todavía quedan algunas que no quieren dejarlo, porque lo sienten como una tradición heredada de sus madres y abuelas; lo viven como su propia identidad. Sin embargo, si logramos que no haya más familias que les lleven a las niñas, también esa tradición dejará de tener sentido; ese es nuestro objetivo. Los jefes tradicionales, en cambio, ya no son tan analfabetos como antes; muchos han estudiado y es fácil comunicarse con ellos, ya que no se aferran ciegamente a la tradición, sino que entienden que la sociedad debe evolucionar.

¿El hecho de tener una ley que criminaliza la mutilación genital femenina ha servido para cambiar la mentalidad de la gente?

El castigo es un elemento disuasorio, desde luego. Tuvimos juicios en 2012, 2013 y 2015, con condenas que sacudieron a la opinión pública. Pero siempre hay alguien que intenta burlar la ley. En el noroeste, sobre todo, tenemos noticias de ablaciones practicadas al otro lado de la frontera con Liberia y de otras realizadas a las recién nacidas. Tradicionalmente, el corte se practicaba a niñas de 12 a 13 años, pero ahora que existe el riesgo de que se hable de ello en la escuela, intentan mutilar a sus hijas cuando son demasiado pequeñas para recordarlo. El camino es largo, pero estamos en un buen punto.

¿Trabaja también con políticos?

Sí, es fundamental. Uno de los resultados más importantes fue la inclusión en la nueva constitución de 2016 de la condena a la mutilación genital y la violencia de género. Las autoridades políticas asisten a nuestras conferencias y, en las regiones, los representantes del Estado están alerta. Pero las contribuciones públicas para las actividades de asociaciones y ONG como la nuestra escasean, y a veces no podemos organizar campañas de sensibilización por problemas triviales, como la falta de medios de transporte.

¿Cómo definiría la condición de la mujer en general en su país?

Queda mucho por hacer en cuanto a igualdad y salarios justos, pero se han logrado avances, especialmente gracias a la exministra Constance Yaï, que ha realizado un trabajo extraordinario con los derechos de las mujeres, y a otras organizaciones. Respecto a hace 20 años, tenemos más mujeres en las instituciones, pero todavía nos queda mucho por hacer en el ámbito cultural. En África tenemos el caso de Ruanda, con su enorme participación femenina en el parlamento, en el que todos debemos mirarnos. Si involucramos a más mujeres, con sus competencias, el desarrollo será más rápido y se beneficiarán más personas.

En su opinión, ¿cuánto tiempo llevará erradicar definitivamente la mutilación genital en Costa de Marfil?

Poco más de 10 años, cuando se produzca un cambio generacional. Ya en la actualidad los jóvenes, en todo el país, se apartan de esta tradición. Tengo la esperanza de que la mutilación genital femenina ya no exista en 2030.

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