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El Gran Wyoming: un pontífice laico del humor y la sátira para quien se pide cárcel por parodiar al espíritu rancio · por Roberto R. Aramayo

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

¿Demandó en alguna ocasión un club militar a Gila por mofarse al teléfono de la guerra? Podrían haberse visto zaheridos en su pundonor, pero seguramente hasta les hacía tanta gracia como al resto de sus conciudadanos. La clase política podría haber demandado al guiñol de Canal Plus por su implacable sátira en todas direcciones, pero a nadie se le ocurrió nada semejante. Igual que hay licencias retóricas argumentativas o literarias, el humor también tiene su propia cancha de juego, cuyo arbitraje lo ejerce su audiencia. Lo zafio y chabacano se paga caro al perder televidentes, mientras que la sutileza y el ingenio se ven recompensados en esos mismos términos.

En un país que no es teocrático, sino aconfesional, donde conviven pacíficamente diversos credos religiosos e incluso quienes no profesan fe alguna y hasta han apostatado para no figurar en los censos del catolicismo, resulta pintoresco que una Asociación de Abogados Católicos demande a un humorista. Con ello anteponen sus creencias religiosas a su formación jurídica, que debería hacerles respetar otras cosmovisiones tanto como la suya propia, en lugar de utilizar el derecho como arma ofensiva contra quienes no comulgan literalmente con su credo.

El código penal no puede amparar sentimientos de ofensa vinculados con dogmas teológico-religiosos

El derecho canónico solo sirve para sus feligreses, y el código penal no puede amparar sentimientos de ofensa vinculados con dogmas teológico-religiosos. Lo sagrado es tal para quien decide creerlo así, pero no lo es para la sociedad civil. La parodia del Inter-medio sobre un Aznar divinizado por sus partidarios puede hacer más o menos gracia, pero en modo alguno debería ser susceptible de un hipotético ingreso carcelario.

Es curioso que a los demandantes no les indigne la instrumentalización de las víctimas del terrorismo etarra, cuyas fotos exhiben algunos dirigentes políticos entre ofensivas risotadas. A los familiares de las víctimas esto último no les ha hecho ninguna gracia y así lo han manifestado al margen de su adscripción política. Esto sí supone un auténtico sacrilegio civil, porque hay cosas muy sagradas aunque no las bendiga ninguna religión.

En definitiva, quisiera decir que “Yo soy El Gran Wyoming”, al modo en que se dijo “je suis Charlie”, porque las persecuciones por motivos religiosos deberían ser cosas del pasado. Es irritante que convenga releer el “Tratado sobre la tolerancia” de Voltaire y en general a la mayoría de quienes protagonizaron el movimiento ilustrado.

Sin crítica no puede haber pensamiento libre y cuando se ponen andaderas al propio discernimiento, la democracia hace mutis por el foro. Bastantes circos insufribles nos proporcionan quienes comandan las instituciones, donde se profieren sandeces tan hirientes como la de resucitar a ETA en beneficio propio, como para ofenderse por una sátira ingeniosa contra el espíritu rancio.

La demanda en cuestión debería tener un efecto boomerang y no salirles gratis

La demanda en cuestión debería tener un efecto boomerang y no salirles gratis. Quizá se les debería expulsar del Colegio de Abogados y transferir al Vaticano. Entretanto van a tener mucho trabajo con las célebres chirigotas gaditanas y los atuendos monásticos que proliferan en cualquier carnaval.

Como dijo Rousseau (deísta confeso por cierto) en su correspondencia con Voltaire, a mí también “me gustaría que en cada Estado hubiera un código moral, o una especie de profesión de fe civil, que contuviera positivamente las máximas sociales que cada cual estaría obligado a admitir, y negativamente las máximas fanáticas que estaría obligado a rechazar, no como impías, sino como sediciosas. Así, toda religión que fuera compatible con el código sería admisible, la que no lo fuera quedaría proscrita y cada cual sería libre de no tener otra que el propio código”.

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