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El fanatismo religioso, un cáncer en el Congreso de la República de Colombia

Sea la ocasión para recordar que alguna vez Emérito Benedicto XVI afirmó que “el cristianismo fue, desde sus comienzos, una religión universal y, por tanto, no identificable con un Estado, presente en todos los Estados y distinta de cada uno de ellos. Para los cristianos ha sido siempre claro que la religión y la fe no están en la esfera política sino en otra esfera de la realidad humana… La política, el Estado, no es una religión, sino una realidad profana con una misión específica”.

Y sobre este tema, el fallecido papa Juan Pablo II había advertido que “identificar la ley religiosa con aquella civil puede efectivamente sofocar la libertad religiosa y hasta limitar o negar otros derechos humanos inalienables”.

Esto al parecer es algo que el católico Alejandro Ordóñez no entiende o ignora porque desde su fe católica ha decido usar su poder político siempre para perseguir a las nuevas ciudadanías diversas, esto en el cristianismo católico.

En el cristianismo no católico también hay mucho que hablar sobre su participación política. ¿Deben pastores o líderes evangélicos hacer política? ¿De qué manera pastores y líderes políticos pueden hacer una práctica política saludable si los derechos casi siempre son motivo de objeción de conciencia y su ética no les permite reconocer las ciudadanías diversas? ¿Cómo pueden los partidos cristianos hacer política sin hacer inquisición porque no reconocen los derechos de las ciudadanías aconfesionales?

Para un gran número de creyentes cristianos no católicos esta es la absoluta verdad: La voluntad de Dios impregna y reemplaza cada aspecto de su vida. La voluntad de Dios es lo que debe tener prioridad sobre todo y todas las personas y lo argumentan con citas bíblicas  (Mateo 6:33). Los planes y propósitos de Dios están prefijados, y su voluntad es inviolable. Lo que Él se ha propuesto, lo llevará a cabo, y ningún gobierno puede frustrar su voluntad (Daniel 4:34-35). De hecho, es Dios quien “quita reyes y pone reyes” (Daniel 2:21), porque “el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a quien él quiere lo da.” (Daniel 4:17).

Y esta verdad los lleva a ver que la política es meramente un método que Dios usa para llevar a cabo su voluntad y llamados espirituales, lo que quiera que signifique esto. Por tanto, los pastores y líderes religiosos que hacen política usan su poder para “instalar el reino de Dios en la tierra”.

¿Qué significa eso?  Significa que  estas personas consideran su cargo en  la política como un apostolado. Un llamado de Dios específico  para acabar con el pecado en el país  (en la humanidad),  donde tienen que evitar a toda costa que aquello que no sea bíblico sea una ley ciudadana, como por ejemplo: los derechos de la comunidad LGTBIQ, el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y todos los aspectos de su vida. La libertad de credo solo aplica si se trata de  creencias cristianas; cualquier otra creencia debe ser perseguida y de alguna manera impedida y ni les hablo de lo que hacen con la libertad de pensamiento y expresión.

Solo doy esos ejemplos para ilustrarles un poco mi opinión. La lista de derechos que consideran pecado y no bíblicos, y por tanto deberían ser delito, es muchísimo más larga.

Con estas consideraciones como premisa, se puede sostener que las relaciones entre el poder civil y el espiritual deben darse con independencia de cada uno, en el marco de un Estado laico, en el que se reconozca la autonomía de lo político y civil respecto de lo religioso y espiritual, en el que se respete a quienes profesan cualquier religión y a los que no profesan ninguna. Y su línea de valores no se rige por la biblia o alguna deidad.

Los Estados y las Iglesias teóricamente tienen como objeto de su acción a La humanidad, a quienes deben servir, por lo que el ordenamiento de cada una de estas dos entidades debe mantenerse en el ámbito de su propia vigencia: los Estados, e ofrecer bienestar a las ciudadanías diversas, y las religiones, en su misión de brindar una propuesta de salvación trascendente desde la fe de las personas que se acojan a esas creencias.

Es evidente que los principios que rigen sus relaciones deben necesariamente reconocer la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios; es decir, entre el Estado (lo civil) y la Iglesia (la religión), y establecer que la autonomía de cada institución se hace necesaria para el cumplimiento de su respectiva función.

En Colombia vemos cómo los liderazgos políticos cristianos católicos y cristianos no católicos se unen para sacar adelante una inquisición postmodernista con la cual pretenden imponer los valores cristianos por encima de la Constitución.

Aplaudo la libertad de credo, consciencia y culto porque ha permitido acabar con la discriminación, persecución y odio a razón de diferencias de culto y pensamiento. ¿Qué no puedo ni quiero aplaudir? La hipocresía política cristiana, es decir, ver como caóticos como Ordóñez y evangélicos como Viviane Morales y Marco Fidel, entre otros, se amigan solamente para usar sus derechos políticos en contra de las ciudadanías diversas

No era la idea. La idea de la libertad de culto, credo, pensamiento y expresión nunca jamás fue para que mayorías impusieran su voluntad sobre las minorías y quitarán derechos. Era para que toda persona sin importar quién sea fuera ciudadanía sujeta de derechos.

Amo la Constitución del 91 porque, si no fuera por ella yo sufriría todo tipo de abusos y maltratos por ser aconfesional.

Al margen de eso sí considero que debería ser ilegal que un fanático religioso fuera congresista. La Constitución no puede estar por debajo de creencias. No creo que todas las personas religiosas sean fanáticas; por eso  opino que deberían hacer política solamente las personas religiosas que comprenden que  el trabajo de la política es garantizar un estado de derecho para todas las ciudadanías, no únicamente para las mayorías, como Marco Fidel Ramírez dice todo el tiempo: “Colombia mayoritariamente  es un país de valores cristianos”. Este señor no entiende que en los derechos no se trata de cifras sino de humanidad, y que el Estado debe garantizar derechos a toda la ciudadanía, no solamente a la ciudadanía mayoritaria.

Dejo claro que en la situación histórica de país actual yo me opongo a una nueva Constituyente   por considerarla una enorme caja de Pandora. No obstante, deseo que se trabaje por una práctica política libre de fanatismo religioso que conlleva la inquisición actual.

Mar Candela

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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