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Procesión del Cristo de los Alabarderos en Madrid. (Antonio Gutiérrez/Europa Press)

El fanatismo religioso de Almeida y Ayuso Rubén Amón

​Descargo de responsabilidad

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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Tal como hemos visto en Semana Santa, la capital y la Comunidad -y el canal autonómico- se resienten del abuso confesional con que los dirigentes del PP se sustraen a las obligaciones con el laicismo

Qué nervios. Me pregunto si la Comunidad de Madrid se avendrá a convertir la Semana Santa de Madrid en Bien de Interés Cultural. Lo ha reclamado la concejal de Cultura, Marta Rivera de la Cruz. Y no parece que se vayan a producir objeciones. El PP municipal pide amparo al PP autonómico en un contexto de fervor religioso e identitario desmedido, hasta el extremo de resultar inquietante el fanatismo confesional que ha adquirido la Administración madrileña de la mano de Ayuso y Almeida.

La Navidad y la Semana Santa merecen celebrarse en sus tradiciones y convenciones. No hace falta creer para festejarlas ni para vivirlas, pero sucede el PP de Madrid abusa del aroma incensiario y de la militancia ultracatólica de a sus alfiles. Madrileños somos todos. Los ateos, los agnósticos, los musulmanes, los judíos, los animistas y los confucionistas. Hace bien un Gobierno -local o nacional- en preservar la sustancia cultural de las celebraciones religiosas, pero yerra cuando se revisten de un ejercicio de proselitismo o de mera propagación eclesiástica. Por eso me ha sorprendido y desconcertado la cobertura que hizo Telemadrid de la Semana Santa. No parecía un canal público, sino una cadena religiosa cuyas cámaras han ofrecido a los espectadores 50 horas de procesiones en directo, tanto en la capital como en los pueblos de mayor espesor litúrgico.

Foto: Acto de turismo de Andalucía en Madrid. (EFE)

Y no es cuestión de discutir a la dirigencia pepera sus convicciones ni su fe, sino de reprocharles las invasiones al laicismo y las injerencias doctrinales. Almeida es un capillitas, ya lo sabemos. Y Díaz Ayuso ha exagerado su discurso religioso, no ya por una adhesión oportunista a los «valores judeocristianos» sino por las reconsideraciones sobre el derecho a la vida.

Las hizo después de haber trascendido en París la unanimidad con que el Parlamento otorgaba al aborto la categoría de un derecho. «Se tenga o no se tenga fe, tenemos una raíz judeocristiana que no podemos olvidar. Por eso no considero que lo que ha pasado en Francia esta semana sea ningún avance porque creo que nuestra defensa es la de la vida».

Foto: Autobuses de la EMT en Madrid. (Europa Press/Eduardo Parra)

No hubiera dicho mejor -ni peor- las cosas Santiago Abascal, más o menos como si reivindicar el derecho del aborto o legislarlo equivaliera a defender la cultura de la muerte. Y como si Díaz Ayuso hubiera encontrado un límite confesional al discurso agotador y redentor de las libertades.

El PP gobierna el Ayuntamiento de Madrid y la CAM en situación de mayoría absoluta. Viene a cuento recordarlo no solo para discutirles a Almeida y a Díaz Ayuso las tentaciones del rodillo político, sino para desvincular tanto fervor religioso y tanta mantilla de las influencias que pudiera ejercer Vox.

Ya sabemos que la ultraderecha española observa la religión como un argumento de munición identitaria, pero el fanatismo católico que amenaza la noción laica de Madrid no se puede imputar al yugo de Santi Matamoros, sino al abuso confesional con que el PP nos impone su doctrina y su hipocresía cada vez que conmemoramos una fiesta o un santo.

Qué nervios. Me pregunto si la Comunidad de Madrid se avendrá a convertir la Semana Santa de Madrid en Bien de Interés Cultural. Lo ha reclamado la concejal de Cultura, Marta Rivera de la Cruz. Y no parece que se vayan a producir objeciones. El PP municipal pide amparo al PP autonómico en un contexto de fervor religioso e identitario desmedido, hasta el extremo de resultar inquietante el fanatismo confesional que ha adquirido la Administración madrileña de la mano de Ayuso y Almeida.

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