Una de las imágenes más impactantes en la noche electoral fue ver a la pastora evangélica Paula White rezando en televisión (repitiendo constantemente la misma letanía, mientras subía y bajaba mecánicamente su mano) para que Donald Trump se impusiera a Joe Biden y revalidara su mandato como presidente de Estados Unidos. La misma mujer, por cierto, que leyó un pasaje de las Escrituras en la ceremonia de toma de posesión de Trump sobre la escalinata del Capitolio. Y la misma que, en esta legislatura, ha ejercido como consejera personal y portavoz del mandatario en la Iniciativa Fe y Oportunidades.
mpulsora de macroiglesias como Without Walls, en Tampa, o New Destiny Christian Center, en Apopka, ambas en el Estado de Florida, sus comunidades se caracterizan por la ausencia de estructura confesional (acogen varios cultos cristianos en su seno) y por su fuerte acción social y caritativa con los más desfavorecidos y con víctimas de abusos sexuales (ella misma los padeció en su infancia, marcada por la marginalidad), lo que le ha granjeado el apoyo de todas las administraciones locales (incluidas demócratas) y una influencia mediática que le ha hecho contar con su propio programa de televisión, Paula White Today, que lleva dos décadas en el aire en un horario de máxima audiencia y en el que ejerce como telepredicadora, apostando por una línea claramente integrista.
Otro importante líder evangélico que se ha volcado con Trump es Joel Osteen, pastor de la Iglesia Lakewood, de carácter no denominacional y que es considerada como la más grande de Estados Unidos. Fundada en 1959 por su padre, John Osteen, tras su muerte, en 1999, su hijo Joel heredó el liderazgo de la comunidad, ejerciendo como pastor general. Lakewood tiene tal incidencia entre los fieles evangélicos estadounidenses que sus cultos, transmitidos por televisión, congregan presencialmente a más de 50.000 personas; buena parte de ellos en su sede de Houston, la más influyente de todas, donde sus celebraciones tienen lugar en el antiguo estadio de los Rockets de la NBA.
Sin apenas noción de pecado
Al igual que Paula White, la línea de Osteen es la del llamado Evangelio de la prosperidad, que rechazan los evangélicos confesionales, por lo que estos telepredicadores enfatizan mucho la idea de no pertenecer a una Iglesia estructural. A nivel teológico, esta doctrina positivista (no entra en dogmas ni apenas en la noción de pecado) defiende que el bienestar físico y económico de cada persona proviene directamente de la voluntad de Dios, que lo ha querido para ella en concreto. De este modo, las donaciones para causas religiosas siempre redundarán en el propio beneficio integral de quien las hace, en una especia de contrato entre Dios y los hombres que se ratifica en la Biblia. Así, si el fiel tiene fe en Dios, este le compensará con seguridad y prosperidad. “Dios no está interesado en tu pasado” es una de las frases que Osteen repite constantemente en sus sermones, aplaudidos y acompañados por cantos por multitudes enfervorizadas.
Nociones, claro, que tienen mucho eco en la sociedad estadounidense más integrista en su lectura de la Biblia y, a la vez, que ostenta una posición ideológica netamente liberal, rechazando la influencia del Estado en sus propias vidas. Un caladero espiritual en el que Trump ha encontrado un manantial que le aupó en buena parte a la presidencia y que le ha mantenido con fuerza estos cuatro años, siendo innegable que le ha llevado a tener ahora un resultado electoral espectacular, solo pudiendo ser superado (a falta de conformarse los resultados) por un Biden que, para llegar a la Casa Blanca, ha tenido que ser el presidente más votado de la Historia; y, aun así, por un estrecho margen con el líder republicano.
Multimillonarios por la gracia de Dios
La otra cara de esta realidad es que Osteen o White se benefician personalmente de esta visión religiosa, siendo multimillonarios que viven en mansiones…, como Trump. Pero, para ello, el Evangelio de la prosperidad también tiene una respuesta: la riqueza económica es un claro ejemplo de que se ha cultivado la relación con Dios, que ha recompensado con creces esa fidelidad. Del mismo modo, la pobreza sería un signo de que se ha dado la espalda al Señor.
Como señala Financial Times en su artículo ‘Un predicador para la América de Trump: Joel Osteen y el Evangelio de la prosperidad’, el aún presidente es “el admirador más poderoso” de esta corriente religiosa, hasta el punto de que es “la primera vez” que el Evangelio de la prosperidad “se ha ganado un alma presidencial”. De hecho, el artículo de Edward Luce destaca cómo “el único libro que se sabe que Trump leyó de cabo a rabo es ‘El poder del pensamiento positivo’, de Norman Vincent Peale, el abuelo del Evangelio de la prosperidad. Ha vendido cinco millones de copias desde que se publicó en 1952. Su mensaje es que cuanto más le des a Dios, más él te devolverá”.
La influencia de Norman Vincent Peale
Y ahí es, precisamente, de donde viene esa relación de Trump con esta controvertida corriente espiritual: “Peale, conocido como el ‘vendedor de Dios’, y que murió en 1993, solía predicar desde la Marble Collegiate Church en Manhattan. Todos los domingos desde finales de la década de 1940 en adelante, Fred Trump llevaba a la familia, incluido el joven Donald, a escuchar sus sermones. Peale ofició el primer matrimonio de Trump (con Ivana) en Marble Collegiate en 1977. Fue donde se llevaron a cabo los funerales de los padres de Trump y donde también se casaron sus hermanos”.
Además de explicar en buena parte de dónde provienen los casi 70 millones de votos obtenidos por Trump, esta relación con el Evangelio de la prosperidad también ayuda a entender buenamente a un personaje que, como sus telepredicadores de cabecera, aparece ante todo como un producto televisivo y de marketing. Pero, ahondando más, también nos topamos con alguien que verdaderamente cree que no tiene que pedir perdón (la culpa es algo inexistente en esta vivencia religiosa) por nada. ¿La razón? Su propia fortuna y el hecho de que he prosperado (no deja de ser el líder de la primera potencia mundial) reflejan lo que para él es certeza: es alguien bendecido por Dios.
Apoyo desde los púlpitos
Por otro lado, el presidente jamás ha ocultado esta relación con el poder evangélico no confesional. Más allá de las imágenes con varios de sus líderes rodeándole y bendiciéndole mientras él estaba sentado en su Despacho Oval, en agosto de 2018 convocó a un centenar de ellos a una cena. Con la mirada puesta en las importantes elecciones al Senado que tendrían lugar ese 6 de noviembre, les llamó directamente a prestarle su apoyo a través del púlpito. “Si ganan los demócratas –les dijo sin ambages– anularán todo lo que hemos hecho, y lo harán rápida y violentamente”.
Además, reconoció que “el apoyo que me han brindado ha sido increíble, pero no me siento culpable porque les he devuelto mucho de lo que les prometí”. Un guiño con el que reivindicó uno de los grandes gestos en su política internacional, cuando no tuvo problemas en causar una tensa situación con la comunidad árabe al reconocer a Jerusalén como capital de Israel y, consecuentemente, trasladando allí la embajada estadounidense desde Tel-Aviv.
Como Bolsonaro en Brasil
También llama la atención que, con Trump, ha decaído el Tea Party, otro movimiento religioso que aúna un fuerte nacionalismo y un liberalismo radical, anclados ambos como supuestos valores esenciales de los padres fundadores en torno a una visión integrista del cristianismo. Pese a su teórica cercanía a la línea trumpista, el mandatario basó su ascenso y consolidación en el poder en la rama evangélica no confesional, en un proceso similar al que se vive en Brasil con Bolsonaro y su estrecha vinculación a telepredicadores de macroiglesias evangélicas.
Si bien el Tea Party tuvo su momento de máxima expansión hace una década, en la oposición frontal a Obama y a las reformas sociales emprendidas por la Administración Demócrata, su influencia con Trump ha decaído hasta el punto de que, meses atrás, uno de sus líderes, el excongresista republicano Joe Walsh, se postuló como alternativa en una posible candidatura presidencial. Trump, zanjó, es “un incompetente, un narcisista y un intolerante”.