No entraré en las pírricas discusiones entre las diferencias semánticas entre aconfesionalidad, laicismo y laicidad; es hablar de lo mismo con matices muy sutiles para crear diferencias donde no las hay. Un Estado aconfesional de una manera u otra es laico o pretende que el laicismo sea uno de sus valores democráticos.
También es obvio y conocido que los padres constitucionales que redactaron la carta magna de 1978 se inspiraron en su articulado 16 mientras recorrían en busca de complicidades los despachos donde se cocinaban y ultimaban los acuerdos de 1979 entre la Santa Sede y el Estado Español, coincidentes en el tiempo y que dejaban a falta de concreción y reglamentación a un albur interpretativo el texto constitucional en la esfera política, judicial y social el principio de aconfesionalidad del Estado y de sus Instituciones .
Mucho costó traer la libertad de culto y creencias a un País donde el nacional catolicismo campaba a sus anchas como una cultura propia e identitaria de la nación. Mi generación pensaba que avanzada la transición los políticos y legisladores irían progresando con dosis de finura no exenta de firmeza para profundizar en la esencia democrática que representa el laicismo para erradicar viejos fantasmas que tanto daño y atraso han provocado en la modernidad del Estado y de su sociedad.
La realidad es tozuda y los atisbos de esperanza han sido borrados definitivamente en el siglo XXI. Un aluvión de nombramientos meritorios civiles para advocaciones de Vírgenes y Santos, indultos penales a petición de Cofradías y Hermandades, banderas a media asta en cuarteles del ejército constitucional, televisiones públicas con una parrilla de programación cien por cien nazarena, ministros y cargos públicos haciendo carrera política utilizando el sentimiento religioso y un larguísimo etcétera que no hacen más que certificar la defunción definitiva del Estado Aconfesional.
¿Causas de la muerte? Muchas y variadas. Falta de decisión política en general y acomodamiento de las altas Instituciones del Estado en un “status quo” asumido proclive a la continuidad obviando la secularización real de la sociedad en su conjunto. Un PP desmelenado y desbocado que intenta en color sepia transmitir que las esencias patrias, el buen españolismo y las tradiciones van siempre unidas a la cruz, el sable y la corona. Un PSOE timorato, indeciso y a veces irreconocible que hace todo lo contrario a las pautas que aprueban en sus congresos federales. Un partido emergente como Ciudadanos que en pocos meses ha pasado de considerarse estatutariamente laico a declararse aconfesional jugando con las palabras para no fijar postura y no quemarse. Una Izquierda diversa e imprevisible que en ocasiones no termina de creerse la importancia de la separación Iglesias-Estado para la consecución de un gran avance social pendiente en democracia. Y por último nos queda la Jerarquía Católica española –no la creencia– cobardona y miope, capaz de vender su liturgia para atrincherarse en no perder privilegios haciendo guiños en el “aliviadero político” de la multiconfesionalidad del Estado para seguir siendo la parte más beneficiada y hegemónica.
Con este panorama en ciernes, habrá que esperar a una nueva mayoría social moderna, avanzada, didáctica y culta que se estructure y vertebre políticamente en las cámaras de representación de la nación para dar aire nuevo con una ley modernizadora de libertades religiosas y libertad de conciencia, una revisión constitucional profunda del capítulo 16 de la Constitución española y la derogación definitiva del Concordato de 1953 y acuerdos posteriores de 1976 y 1979 entre el Estado Español y la Santa Sede .
Respétense siempre las diferentes creencias o no creencias de la sociedad, pero el Estado y sus Instituciones, siempre neutrales en materia religiosa.
Jorge A. García. Presidente de MHUEL
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