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El drama de ser musulmán en Mianmar

Niños de 10 años que trabajan por un dólar al día, con prohibición de estudiar y desplazarse. El gobierno budista trata peor a los miembros de la etnia rohingya que la dictadura militar que fue desplazada.

El niño tiene apenas 10 años y carga con enorme dificultad los baldes llenos de rocas. Frente a sus compañeritos trata de poner buena cara, pero se le ve en los ojos que tiene ganas de llorar. Admite que le duele todo el cuerpo, que está mareado por el peso que debe llevar. "Detesto esto", comenta el niño, Anwar Sardad. Tiene que trabajar para ayudar a mantener a su familia, pero se pregunta si no hay otra manera que trabajar para la empresa de construcción estatal. "Yo no tendría que vivir así si no fuera musulmán", agrega.

Esa es la penosa vida de los miembros de la etnia rohingya en Mianmar. Miles de niños como Anwar sufren penurias crueles, a pesar de que el país, de mayoría budista, se ganó elogios a nivel internacional por el fin del régimen militar.
 
Los rohingya, una secta musulmana, sufren una discriminación tan brutal en Mianmar que muchos activistas la califican como una de las peores a nivel mundial. Es una realidad antigua, pero hoy en día en el estado de Rakhine, donde vive el 80% de los rohingya, es más difícil aun que los niños tengan acceso a alimentos, atención médica o educación que durante la época del régimen militar. No les quedan muchas opciones aparte de trabajar como obreros, recibiendo el equivalente de un dólar por día.
 
La visita que realizaron los reporteros de The Associated Press fue la primera en la que periodistas llegaban al lugar, y se realizó a pesar de la resistencia oficial. Los funcionarios lanzaban miradas de sospecha, seguían a los periodistas, interrogaban a quienes habían sido entrevistados, aun si se trataba de niños.
 
En un país azotado por las pugnas étnicas, esta región era una excepción, pues fueron musulmanes los que masacraron a budistas, y no al revés, y aunque sólo diez de las 240 muertes ocurrieron aquí, es esta la única región donde se le aplicó un castigo colectivo a la población entera, mediante prohibiciones de desplazamiento y otras restricciones.
 
Las escuelas religiosas islámicas conocidas como madrassas fueronclausuradas, por lo que aumentó el hacinamiento en las escuelas públicas donde los rohingya, que integran el 90% de la población en esta zona del país, reciben instrucciones por parte de maestros budistas, en un idioma que ni siquiera entienden.
 
En la aldea de Ba Gone Nar, donde un monje murió por la violencia, el número de alumnos en la pequeña escuela pública ha aumentado a 1250. Los alumnos, de todas las edades, están tan apretados, sentados en el suelo, que es casi imposible caminar entre ellos. "Las maestras escriben muchas cosas en la pizarra, pero no nos enseñan a leerlas", se quejó Anwar Sjak, de 8 años. "Es muy difícil aprender algo en esta escuela."
 
Hay allí sólo 11 maestros, uno por cada 114 alumnos. El día en que los reporteros de AP fueron, ninguno de los docentes fue al trabajo, algo que ocurre a menudo. Aparecen voluntarios de la etnia rohingya, tratando de mantener orden a punta de golpes con palos hechos de caña de bambú. Hay muy pocas sillas o escritorios. Muchos alumnos se la pasan tosiendo, o hablan entre sí, o juegan con sus cuadernos que están prácticamente vacíos. Para los extranjeros ofrecen una mirada vacía.
 
"Si pudiera, sería doctor cuando sea grande", dice Anwar, "porque cuando alguien en mi familia se enferma y vamos al hospital, allí nadie nos presta atención, pero yo sé que nunca llegaré a ser doctor, el gobierno nunca lo permitirá". Los rohingya en Mianmar tienen prohibido estudiar medicina. No hay universidades en el norte de Rakhine, y por más de una década los rohingya tienen prohibido salir de allí. Hubo una excepción y se le permitió brevemente a algunos rohingya estudiar en Sittwe, la capital estatal, pero fue suspendida ante la violencia.
 
"No nos quieren enseñar", se queja Soyed Alum, un joven de 25 años de la aldea costera de Myinn Hlut, quien ofrece clases privadas en su casa para niños rohingya. "Nos llaman 'kalar' (una palabra de desprecio hacia los musulmanes). Nos dicen: 'Ustedes ni siquiera son ciudadanos, ¿para qué quieren educarse?''', agrega.
 
Cada año, miles de rohingya huyen de Rakhine y se lanzan en peligrosos periplos con la esperanza de encontrar asilo en otros países. Debido a la violencia, los activistas estiman que ocurrirá uno de los mayores éxodos en la historia, especialmente cuando cesen las lluvias monzónicas y la calma regrese al mar.
 
Algunos historiadores sostienen que los rohingya han poblado al norte de Rakhine durante décadas, aunque algunos migraron de la vecina Bangladesh en épocas más recientes. De cualquier manera, tienen prohibido ser ciudadanos, lo que los deja apátridas. "Son todos ilegales", expresó el fiscal general Hla Thein.
 
Los rohingya tienen prohibido ejercer cargos públicos y ninguno tiene certificado de nacimiento desde la década de 1990. Todos los niños de la etnia son privados de los servicios básicos si sus padres no están oficialmente casados o si la familia ha tenido más de dos hijos.
 
La negligencia oficial suele transformarse en odio hacia esa colectividad. Un agente del gobierno asignado a acompañar a la prensa en el paseo le pregunta al equipo de reporteros por qué desean entrevistar "a esos perros". Cuando unas niñas rohingya se asoman en el automóvil, el agente las insulta con groserías.
 
Lo que el gobierno sí les da a los rohingya es trabajo, aun si se trata de niños de apenas 10 años de edad. El Ministerio de la Construcción, uno de los principales empleadores, les paga 1000 kyat –aproximadamente un dólar– por cada ocho horas de trabajo recolectando rocas.
 
Al amanecer, enormes camiones llegan a las aldeas para recoger a los niños y llevarlos a la orilla del río. "Ya lo ven, ellos quieren trabajar", dice U Hla Moe, administrador de Lay Maing. Poco después, interrogará a los niños que fueron entrevistados por AP, argumentando que es necesario para la seguridad de la agencia. Los menores dicen que el hombre les exigió que le contaran qué preguntas recibieron y cómo contestaron.
 
Entre los niños interrogados está Anwar Sardad, de 10 años, quien cargaba los baldes con piedras. Desde las 8 de la mañana hasta el atardecer, trabaja junto con su hermano gemelo y con otros cinco o seis niños de la aldea, recogiendo peñascos del río y subiéndolos por la montaña. Sus rostros se asemejan a los de adultos, pues nunca sonríen. Caminan con cuidado y agilidad, sin gastar energía. Anwar está agotado pero trabaja ágilmente. Incluso, se para a ayudar a algún compañerito que a duras penas puede cargar sus baldes.
 
Aunque el trabajo es arduo, ayudará a las familias de estos niños a subsistir. La región padece una de las peores tasas de desnutrición del país, según un reporte de la Comisión Europea para la Ayuda Humanitaria. Tal privación con seguridad tiene consecuencias nefastas para el desarrollo físico y mental de los niños.
 
El trabajo de las agencias humanitarias está sumamente obstaculizado en el norte de Rakhine. La falta de vacunaciones implica que los menores están expuestos a casi todas las enfermedades prevenibles, expresa Vickie Hawkins, subdirectora de la filial en Mianmar de Médicos sin Fronteras. Si un niño de la etnia rohingya se pone gravemente enfermo, la probabilidad es que no llegará al hospital, ya sea por la prohibición de viaje o porque sus familias no les pueden pagar sobornos a los guardias que supervisan los puestos de control vial.
 
Mohamad Toyoob, un niño rohingya de 10 años de edad, recibió atención médica, pero no pudo tener la operación que necesita. Mohamad se levanta la camisa y oprime el lado derecho de su abdomen, quejándose de un agudo dolor en esa zona durante los últimos tres años. "No sé lo que me pasa, siento como si tuviera algo adentro." El chico guardó los diagnósticos que le han dado. Uno de ellos dice simplemente "bulto abdominal" seguido de signos de interrogación. Los médicos que atendieron a Mohamad en un hospital rústico de la zona no tenían la capacidad de practicarle una operación. Para ser operado, el chico tendría que ir a Sittwe, a donde tiene prohibido ir, o a Bangladesh. Ir a Bangladesh es posible si su familia accede a pagar grandes sobornos, pero no podría regresar.

La falta de dinero es otro obstáculo: su familia no tiene dinero para las medicinas, mucho menos para una cirugía. Para ganar dinero, Mohamad trabaja recogiendo piedras para la construcción junto con los demás niños. El esfuerzo a veces le hace gemir del dolor. "Mi padre perdió su empleo después de la violencia", comenta. "Cuando él trabajaba, podíamos pagar las medicinas, pero ahora no tenemos nada, tengo que cuidarme yo solo."

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