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El dogma y la razón

«El sueño de la razón produce monstruos». Grabado nº 43 de los Caprichos (1797-1799). Francisco de Goya

“Cogito ergo sum”. René Descartes

¿Cómo el hombre se piensa así mismo y piensa al universo, particularmente cuando se encuentra frente a amenazas, naturales o artificiales,  que ponen en riesgo su salud y su vida?

Ante una humanidad que requiere de resultados concretos y eficaces para enfrentar una pandemia, ¿cómo podemos llegar a entender el dogma y la razón en cuanto a su aporte en la búsqueda del conocimiento que nos permita resolver los problemas cruciales de la humanidad?

Pensemos y desarrollemos brevemente algunas ideas:

Primero fue el dogma, luego la razón. Primero fue el pensamiento dogmático, puesto que nace y obedece de la ley del menor esfuerzo, presentándose como una forma de entender el mundo natural. Luego nace el logos, el pensamiento inteligente con sentido, que busca entender el mundo natural mediante la razón y explicarlo a través de la palabra. 

De esta forma surgen un pensamiento dogmático y un pensamiento racional, y tanto el uno como el otro, tienen consciencia de sí mismos y de su capacidad de vincularse simbólicamente con el universo. Por ello, existe una razón dogmática que está fundada en la especulación de un imaginario –individual o colectivo –, y una razón adogmática fundada en la certeza de los hechos y de la lógica. 

En el imaginario de la razón dogmática se encuentra la religión como una gran cosmovisión que representa aquel conjunto de creencias de carácter indiscutibles, tenidas por ciertas como principios innegables y obligadas para sus seguidores; nace así, la ignorancia, que intenta ser salvada por la esperanza de la fe y por el temor al castigo Divino. 

La ignorancia es el peor de todos los males al decir de Platón. De la ignorancia derivan todos los males y del conocimiento todos los bienes. Platón aconseja a los seres humanos a preocuparse en ser ricos en virtud – conocimiento-. 

La fe, sin duda respetable, no salva de la ignorancia, pues las leyes de la naturaleza son amorales y regidas por la causalidad. 

En los relatos mitológicos y en la literatura bíblica, la metáfora nos enseña que la Deidad procura que el hombre desarrolle su existencia en la ignorancia, el relato bíblico del génesis señala “pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”, Génesis 2:17. 

El Titán Prometheus, quién robo el fuego de los dioses para entregar la luz a los hombres, sufrió el castigo de Zeus, y fue llevado al Cáucaso donde fue encadenado para que un águila le comiera el hígado, y siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecer cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. 

El ángel de luz fue condenado al lago de fuego y azufre por sacar luz de la oscuridad, por obtener sabiduría rompiendo la ignorancia infinita, por despertar consciencia de lo inconsciente. 

Si la ignorancia del pensamiento dogmático sobre la Deidad, es sometida al juicio de la razón, no salva con éxito el examen de la lógica de la paradoja de Epicuro, puesto que los atributos de la Deidad – creados por el hombre – tales como su omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y omnibenevolencia, no resuelven el problema del mal y de la enfermedad en el mundo, entonces, por qué llamarle Dios. 

Si la apuesta de Pascal en su argumento plantea que ante la probabilidad de la existencia de Dios, lo racional es apostar que sí existe para así obtener como recompensa la gran ganancia de la gloria eterna, no es menos cierto el absurdo de transar la luz de la razón por el oscurantismo y la ignorancia, para así vivir con la esperanza de un supuesto que está basado en una cuestión de azar. 

Ante la falta de evidencias y certezas, lo real es que el hombre ha creado a Dios a su imagen y semejanza, buscando una salvación y una seguridad existencial que le permita darle significado al sufrimiento y a la miseria humana, buscando justificar su falta de coraje para asumir su condición y naturaleza animal. 

En el pensamiento de la razón adogmática se encuentran la filosofía y la ciencia como grandes cosmovisiones que han llevado a la razón humana al límite de sus posibilidades críticas; nace así, la realidad. 

La naturaleza es lo real, sus leyes obedecen a principios demostrables por el método empírico-analítico; y el homo sapiens, cuya realidad sobre su naturaleza existe en la dialéctica homo sapiens-demens, magistralmente ilustrada por el antropólogo Edgar Morin, tiene existencia real – no existencia posible – en su cultura. 

La dialéctica dogma-ignorancia, no obedece a razones socioculturales – educación – o socioeconómicas – riquezas -, es un diálogo que se da en función del nivel de consciencia de cada homo sapiens-demens. 

El nivel de consciencia es al pensamiento adogmático, lo que la ignorancia es al pensamiento dogmático, conditio sine qua non, para la evolución de la especie humana. 

Teísmo y ateísmo, en su aparente antagonismo, son y forman parte de la búsqueda incansable de la razón humana por alcanzar la verdad, aquellas verdades conscientes que va construyendo, tanto con sus ideofacturas como con sus manufacturas, la especie humana en su anhelo por conocerse a sí misma, anhelo que muchas veces le ha llevado al extremo del delirio, o como diría Richard Dawkins, al “Espejismo de Dios”. 

El pensamiento dogmático tiene sus raíces en el miedo, al decir del filósofo Bertrand Russell, el miedo es la base de todo, el miedo es el padre de la crueldad y, por tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. 

A contrario sensu, el pensamiento adogmático nace del coraje por conquistar el mundo mediante la inteligencia, es una rebelión contra la moral de Tartufo, al declarar José Ingenieros, “la hipocresía es el arte de amordazar la dignidad;… es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira…”. Al decir de Robert Pirsig “cuando una persona sufre de delirio, lo llamamos locura. Cuando muchas gente sufre el mismo delirio, lo llamamos religión”. 

El pensamiento adogmático es el gran logro en la evolución de la mente humana, es el que permite distinguir entre luz y oscuridad, entre conocimiento e ignorancia, entre verdad y error; es el que valora la vida, construye un mundo y se vincula simbólicamente con el universo desde este lado de la muerte: “Citerior”. 

Así pues, reflexionando sobre el dogma y la razón, se puede decir que ante las grandes pandemias que han  azotado a la humanidad a través del curso de su historia, lo cierto es que el dogma no crea ciencia ni inmunidad, como ocurre actualmente ante el SARS-CoV-2, y la enfermedad que éste causa llamada Covid-19.

La realidad de nuestro mundo está en “los hechos”, y una prueba de ello es la entrega noble y generosa de aquellas mujeres y hombres que, a riesgo de su salud y de su vida, se dedican al cuidado del enfermo, y otros tantos dedican su vida a la investigación científica por encontrar respuesta y solución a los males que aquejan a la humanidad.

“La evolución es generar y ampliar consciencia, de tal modo que la evolución gradual y progresiva de las partes, es la evolución del todo, de lo contrario, no tendría sentido la existencia del universo y de la humanidad”

Por Carlos Francisco Ortiz

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