En su más reciente novela, «El dinero del diablo», el historiador mexicano, Pedro Ángel Palou, hace serios cuestionamientos sobre el papa Pío XII y su silencio ante el Holocausto.
Mientras usted escribe este libro (algo más de dos años), el tema de Pío XII se vuelve a poner en la agenda pública.
Cuando yo estoy investigando sale un libro muy polémico, Under his very Windows, de Susan Zuccotti, que a mi juicio deja muy claro el papel de la Santa Sede durante el Holocausto. Esto coincide también con el proceso de beatificación del papa Pío XII, que es otorgado al jesuita Peter Gumpel —el postulado de la causa— e inmediatamente eso genera una reacción por parte del rabino jefe de Haifa, Shear-Yashuv Cohen, quien dice que no es posible ni siquiera que se esté pensando en beatificar a un hombre que “guardó silencio ante el Holocausto”.
Luego, el mundo recibe el anuncio de que van a clasificar los archivos del Vaticano dedicados a Pío XII, y van a ser reabiertos hasta 2014. La razón, simplemente, que son muchos —ocho millones— y que se deben organizar. Y la semana pasada el director del Archivo Vaticano mandó una interesante misiva que decía que nos estamos equivocando todos: “Acaban de salir unos libros que están hablando muy mal del papa Pío XII y vamos a demostrar muy pronto la santidad de este hombre”.
Usted decide abordar un período particular, entre 1929 y 1939, época en la que Eugenio Maria Pacelli aún no era el Papa, sino que se desempeñaba como el secretario de Estado de Pío XI.
Yo tenía una necesidad narrativa muy fuerte: que el lector se diera cuenta de que antes de 1940 estos hombres estaban perfectamente informados de todo lo que hacía Hitler. La idea de que el papado y sobre todo el papa Pío XII no conocía lo que estaba pasando con los judíos es una exculpación histórica muy absurda. El papa Pío XI tenía espías que eran parte del Instituto para el Patrimonio Racial, cuando se empezaron a hacer los primeros experimentos fuertes de eugenesia, matando y esterilizando judíos desde 1934. Algunos de los enfermeros eran sacerdotes infiltrados. Eso duró más de 10 años y el Papa lo supo en los primeros meses.
Tan bien conocida era esta situación que el Papa se trae a John La Farge al Vaticano para escribir una encíclica. Él era famoso en Estados Unidos por la lucha antirracista y sus estudios científicos que reunían religión y biología. Pío XI necesita un tipo con bases científicas para escribir la encíclica y denunciar a Hitler.
¿Pero cuál es la razón que encuentra usted para el silencio del papa Pío XI si incluso quería escribir una encíclica?
Mientras por aquí entraba un obispo alemán a decirle al Papa lo que estaba pasando, luego entraba por otra Pacelli diciendo que esa información era errada y poniendo de manifiesto que acababa de llegar una gran remesa de dinero. Hitler le mandó casi una remesa del 8% de los impuestos de todos los católicos alemanes al papado desde que llega al poder hasta que sale, y eso se lo manda como pago a Pacelli porque él es el encargado de fraguar la desintegración del Partido Católico Alemán, coalición que no dejaba subir a Hitler al poder.
El dinero que llega desde Alemania es el pago al “favor de favores”. Por eso cuando los judíos cuestionan que vayan a beatificar a Pío XII (Pacelli), el argumento es por mucho más que por guardar silencio. Él, durante sus años de secretario, fue fundamental para la misma llegada al poder de los nazis.
¿Pero tal era la confianza que le profesaba el papa Pío XI a su secretario?
Él era un gran teólogo y los veía a todos muy sospechosos, incluyendo al propio Pacelli, porque no le creía al principio, pero luego le cede todo porque le parece un tipo muy eficiente, y finalmente su secretario de Estado tenía que ser muy eficiente. Pío XI era un hombre vital, mientras que Pacelli era todo lo contrario. Débil, se lavaba las manos más de 30 veces al día. En una de las fábricas que compró para el Vaticano, conoció a un científico que le diseñó una crema de dientes que erradicaría para siempre las bacterias, pero esa pasta le hizo perder todos los dientes. Era obsesivo con el aseo.