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El dilema de los islamistas marroquíes

El PJD tiene que elegir entre potenciar el crecimiento o profundizar en su religiosidad por encima de otras consideraciones

No deja de sorprendernos el mundo árabe. Hace poco más de un año lo hicieron las revueltas, el valor y la decisión de los manifestantes que, arriesgando sus vidas, consiguieron acabar con algunos déspotas; y ahora nos encontramos sorprendidos –y también preocupados- al ver que los partidos islamistas han ganado las elecciones.

Hay múltiples razones para estarlo, y no solo en Occidente. No son resultados estimulantes para los ciudadanos de esos países que deseen vivir en sociedades libres y permisivas. Difícil lo tienen las mujeres, los libres pensadores o los miembros de otras confesiones. Los fundamentalismos religiosos no han contribuido, a lo largo de la historia, ni al bienestar social ni a la tolerancia. Las primaveras árabes evolucionarán según las tradiciones culturales de cada una de esas naciones; puede que de forma positiva, aunque está por ver, en unos casos; y negativa, es de temer, en otros. Difícilmente se puede ser optimista con Egipto y Libia. Brillan, a su vez, algunas tenues luces en Marruecos y Túnez.

El Islam político es algo reciente. Nació como respuesta al hundimiento del panarabismo liderado por Nasser, tras la derrota árabe por el Ejército israelí en 1967. Como consecuencia de ello surgieron movimientos que conjugaban religión y política. En sus inicios, la mayoría eran extremistas, pero algunos han evolucionado. Un gran paso adelante ha sido aceptar las reglas del sistema democrático.

En este contexto, el año 1969 surgió la Chabiba, el primer movimiento islamista marroquí, bajo la dirección de Abdelkrim Mutii,  que se nutría del pensamiento de los Hermanos Musulmanes egipcios y contaba con un ala radical decidida a acabar con quienes consideraban sus enemigos, sobre todo las entonces poderosas organizaciones de izquierdas, algunos de cuyos líderes fueron asesinados a principios de la década de los 70. A este movimiento se adhiere Abdelilá Benkiran, actual Primer Ministro, en 1976. Años después, junto con otros militantes, lidera una escisión que comenzó por apartarse de los esquemas ideológicos elaborados en Oriente y reivindicó una cierta especificidad religiosa marroquí. Tras múltiples avatares, se fue integrando en el sistema de poder, pactando incluso con Hassan II en 1985 y creó un partido político islamista en 1996, el PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo), que ahora acaba de ganar las elecciones. Abdelilá Benkiran y un grupo de fieles seguidores, que encabezaba Abdela Baha, segundo hombre fuerte hoy día, “encarnan una larga y apasionante historia de transformación política e ideológica del movimiento islamista marroquí”, dirá Zamane, la sugerente revista de historia marroquí.

La sociedad marroquí demanda acabar con la corrupción y moralizar la vida pública pero también elevar el nivel de vida del país

Aunque los resultados electorales hayan sorprendido a muchos, eran previsibles. No se deben tanto a que el PJD se haya presentado como el partido que acabará con la corrupción y aliviará la situación de los pobres; sino y, sobre todo, al hecho de que la sociedad marroquí es una sociedad profundamente conservadora, en la que la religión tiene un enorme peso, mayor ahora que hace años, de tal forma que el Islam político se ha convertido en una de las señas de identidad nacional. En alguna medida es un fenómeno tan excluyente como los nacionalismos radicales que están surgiendo en los países occidentales. Difícilmente estas ideologías en las que prevalecen las pasiones auguran un buen futuro a la de por sí conflictiva convivencia entre las distintas culturas, credos y etnias

El PJD se encuentra ante un complicado dilema: primar el crecimiento económico y, al mismo tiempo, moralizar la sociedad; o profundizar en su islamización por encima de otras consideraciones. Ambas opciones no son compatibles. Fracasará si no opta por la primera; si renuncia a la segunda, decepcionará a muchos de sus partidarios.

Juega a favor de Marruecos el enorme peso político y popular de la Monarquía, que más allá de las críticas que se le puedan hacer, lidera desde hace años un positivo proceso de modernización y crecimiento económico del país, con una media del 5% anual en los últimos diez años. También le beneficia que no haya conseguido el PJD la mayoría absoluta y haya tenido que pactar con algunas formaciones políticas laicas y con mayor experiencia de gobierno. Ambos poderes pueden servir de contrapeso en caso de una deriva islamista y también como estímulo para la modernización.

No lo tiene fácil el PJD, ni tampoco Abdelilá Benkiran, que cuenta hoy día con el apoyo de ocho de cada diez marroquíes. Ha llegado en el peor momento económico debido a la crisis europea, agravada por la sequía. En Marruecos, suele decirse, gobernar es llover. Deberá resolver muchas contradicciones ideológicas, problemas económicos y graves carencias y desigualdades sociales. No se gobierna únicamente con honestidad sino y, sobre todo, con eficacia. La sociedad marroquí demanda acabar con la corrupción, moralizar la vida pública pero también crear empleo, mejorar la sanidad, la vivienda, en definitiva, elevar el nivel de vida del país. Si lo consigue, el PJD y sus líderes se convertirán en luz y faro de las otras primaveras árabes. Si fracasa, las urnas le pasarán factura. Esa es la grandeza del sistema democrático que los islamistas han aceptado y que ahora les ha dado el poder.

Jerónimo Páez es abogado

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