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El cientifismo es la nueva religión, una perversión de la ciencia

Os presento otro capítulo de Cartas a Ella, el nuevo proyecto con el que estoy. En este caso se trata del principio de una carta más larga dedicada al cientifismo. Como os expliqué en la presentación, estoy haciendo una serie de escritos en formato carta. Narra en primera persona un abuelo, que se dirige a su nieta Ella, que es una jovencita que se abre camino en la vida.

Mi querida Ella,

Desde que el ser humano lo es ha necesitado comprender el mundo, la realidad que le rodea. Para ello surgió la Ciencia. Gracias a la ciencia las personas han podido avanzar y comprender multitud de procesos, de su propio organismo, de la naturaleza y de la vida en general. Ello ha ido acompañado de un desarrollo tecnológico indiscutible y en general, eso ha contribuido a que las personas puedan vivir una vida mejor. La ciencia ha desarrollado métodos que la han convertido en la referencia para el conocimiento del ser humano.

Queremos saber y obtener verdades, es decir, necesitamos comprobar que algo es cierto o que funciona y para ello necesitamos pruebas que lo demuestren.

La ciencia es admirable y admirada. Y es lógico que así sea dado el impresionante progreso que ha supuesto el método científico. La ciencia nos ha colocado en el mundo.

La imagen científica del hombre y del cosmos ha sido revolucionaria y a ella se resisten sólo ignorantes y nostálgicos. Interrogantes que inicialmente eran metafísicos han sido desplazados por la ciencia. ¿A dónde mirar para resolver nuestros problemas sino a ella?

El buen científico y tú mi pequeña, como cualquier persona puedes (y debes) serlo, ha de “dudar de todo”. Esa es o debiera ser la postura del método científico que es la base del conocimiento hoy como te explico. Este nace de la observación, la generación de una hipótesis que intente explicar lo que sucede y su comprobación. Está muy bien como planteamiento abierto al debate razonado y a la fuerza de los hechos. No basta con una teoría aparentemente coherente de lo observable; se necesita el aval empírico.

La Ciencia auténtica se basa en un método insensible a prejuicios por lo que no basta con que alguien descubra algo; lo observado, lo experimentado, ha de ser reproducible, comprobable por otros. Y es desde esos datos como se destruyen, modifican o construyen teorías. Y esa debiera ser la postura de cualquier persona, un moderado escepticismo inicial hasta que suficientes elementos de juicio orienten el planteamiento propio. ¿Que qué es el cientifismo o cientificismo entonces, Ella? La creencia en que la ciencia es la única posibilidad de conocimiento y la única fuente de esperanza.

Quizá el cientifismo más peligroso es el del reduccionismo simplista de todo lo humano. Por ejemplo, el ver en la depresión o en cualquier estado de ánimo sólo un balance de neurotransmisores. Si bien es legítimo tratar de encontrar componentes bioquímicos o alteraciones neurobiológicas subyacentes a un trastorno psíquico, no lo es asumir sin más una causalidad simple no comprobada.

El cientifismo ha calado en muchos ámbitos y el de la salud no es ajeno a estas perversas influencias pues asistimos a una medicalización injustificable de la conducta de las personas y a una esperanza ciega en que se acabarán encontrando los genes responsables o regiones cerebrales afectadas cuando se detecta una posible enfermedad, aunque no exista una base real que lo haga previsible.

En ese cientifismo inocente, casi infantil, yace la negación de la libertad y de la responsabilidad de cada cual. Uno sería como es “por culpa” de sus genes, de las neuronas con que nació o por sus neurotransmisores que están “averiados” y así sería comprensible e incluso predecible, mediante la imagen cerebral funcional o el estudio genético de turno. Pero si bien el comportamiento de una estrella es predecible, el de un ser humano no lo es desde el conocimiento de sus genes y su entorno.

Te preguntarás cuales son las manifestaciones actuales más peligrosas del cientifismo Ella. Yo pienso que el ataque a la libertad.

Si creemos que estamos determinados por nuestros genes, que somos manipulables mediante psicofármacos y que la imagen cerebral da cuenta de lo que nos ocurre y de nuestras creencias, de cómo sentimos o disfrutamos o pensamos o si lo pasamos bien o mal, no somos responsables de nuestros actos.

Y esto no es ciencia ficción, ocurre hoy. Existe una demanda de diagnóstico y tratamiento de situaciones que no son propiamente clínicas, algo facilitado por la proliferación de etiquetas médicas para todo y por la creencia de que cualquier perturbación de nuestro estado de ánimo ha de ser tratable en un contexto de obligación de ser felices.

Pero las personas somos más complejas, somos subjetivas, eso que habrás oído alguna vez de que cada persona es un mundo. Todos somos diferentes. Si pasamos de ser una biografía a una mera biología, ya todo estaría dicho. Es la vía a la alienación del ser humano. El cientifismo asume en general que ciencia equivale a verdad y bondad. Y en nombre de la ciencia asistimos a auténticas aberraciones. No es lejano el tiempo de las lobotomías generalizadas (premiadas con el Nobel en 1949).

Como explica el doctor en Medicina y jefe de la sección de Bioquímica del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, Javier Peteiro, en su libro El autoritarismo científico (Miguel Gómez Editores, 2010):

“La ciencia se ha convertido en el oráculo moderno, casi en una nueva religión. La cantidad de tests prenatales disponibles aumenta progresivamente induciendo a una selección negativa, es decir, a abortos; no es descartable en absoluto a corto o medio plazo una selección positiva de los mejor dotados genéticamente. La tentación eugenésica es evidente y recuerda claramente las aspiraciones de mejora racial nazi”.

La religión relaciona la humanidad a elementos sobrenaturales, trascendentales o espirituales no demostrables. La ciencia mal entendida acepta por demostrado lo que no lo está. Sirve de propaganda social y de marketing para quienes controlan el mercado de la salud y necesitan conferirle a su discurso “garantías científicas” para hacerlo más creíble. Consiguen así hacer más vendibles sus productos, los aparatos y tratamientos médicos que piden para comulgar sus feligreses.

Como explica el autor mencionado, uno de los pocos que ha tratado con tanta claridad el cientifismo:

“Ocurre de modo aparentemente paradójico que el cientificismo es nocivo para la propia ciencia porque trata de hacerla más ‘científica’. Parece un juego de palabras pero no lo es.

Los investigadores profesionales viven de eso, de su trabajo científico. Ahora bien, no todo el mundo puede investigar lo que quiere; hay proyectos financiables y hay finalidades políticas y económicas que influyen en esa financiación.

Y todo eso es regido en última instancia por criterios pretendidamente científicos por medibles: calidad, excelencia, impacto, eficiencia…

La canalización ‘científica’ de las ayudas a proyectos, con sus comités de expertos, cercena en no pocos casos la libertad y la creatividad que facilitan el propio avance científico. La gente acaba así metida en líneas ‘productivas’, es decir que conducirán a publicaciones en función de las cuales serán financiadas, cerrando el círculo. El cientificismo asfixia a la ciencia”.

Como ves Ella, vivimos en una época que hace necesario más que nunca el debate, especialmente en el contexto del ataque que se está haciendo a la educación y especialmente a la humanística. En la creencia de que la ciencia es el único saber, estamos asistiendo a un desprecio de lo humanístico y a una pérdida de la universalidad que caracterizó alguna vez a las universidades.

Los efectos de esa ignorancia de un saber fundamental como la Historia, la Literatura o la Filosofía serán sin duda negativos. Lo triste es que se adoptan políticas educativas deshumanizadoras a sabiendas, en la creencia de que lo rentable en realidad es formar a técnicos flexibles, mano de obra cualificada para el mercado laboral y no a personas críticas.

Miguel Jara

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