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El geólogo Juan Manuel García Ruiz, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid.Andrea Comas

El científico que explica el origen de la vida gracias a un mineral y sin ningún dios

El geólogo Juan Manuel García Ruiz ha recibido 10 millones de euros para investigar el papel de la sílice en el surgimiento de los seres vivos

Un chaval de 22 años, el estadounidense Stanley Miller, le propuso a su jefe en 1952 uno de los experimentos más sencillos y ambiciosos de la historia: imitar en un recipiente de vidrio las condiciones de la Tierra primitiva, para ver si surgía de la nada algo parecido a la vida en su laboratorio de la Universidad de Chicago. Inyectaron amoniaco, metano, hidrógeno y vapor de agua para simular la atmósfera, aplicaron descargas eléctricas como si fueran tormentas y “¡Eureka!”: pronto aparecieron aminoácidos, los ladrillos de los seres vivos. El equipo del geólogo español Juan Manuel García Ruiz repitió el experimento en 2021 en un recipiente de teflón y sorprendió al mundo: allí no apareció nada. “¡La clave era la sílice del vidrio!”, exclama el investigador, que acaba de recibir 10 millones de euros de la UE para estudiar el papel de la sílice —un mineral formado por silicio y oxígeno— en el origen de la vida en la Tierra.

García Ruiz, nacido en Sevilla hace 70 años, habla constantemente del poeta granadino Federico García Lorca, incluso para explicar sus propios estudios. El geólogo ha vivido más de 30 años en Granada, como investigador del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra. El científico recita de memoria versos de Poeta en Nueva York, el poemario de 1929 en el que Lorca denunció la deshumanización de la gran ciudad industrial: “Asesinado por el cielo, / entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal, / dejaré caer mis cabellos”.

García Ruiz recurre a Lorca para explicar el rechazo que sufrieron sus propias ideas sobre el origen de la vida hace unas cuatro décadas. Cuando el geólogo era un estudiante veinteañero en la Universidad Complutense de Madrid, alrededor de 1979, descubrió sin querer unas asombrosas estructuras minerales microscópicas, con extrañísimas curvas y espirales, como las sinuosas serpientes —las sierpes— que mencionaba Lorca ante la imponente rectitud de los rascacielos de cristal. Aquellas formas insólitas parecían seres vivos, pero eran simplemente precipitados de sílice y carbonato autoorganizados en sus recipientes de laboratorio. Jamás se había visto nada parecido.

El geólogo recuerda que, en un ejemplar de EL PAÍS de junio de 1980, vio una fotonoticia histórica: el equipo del biólogo estadounidense William Schopf había anunciado el hallazgo de fósiles de bacterias en una región desértica australiana, lo que demostraría que ya había vida en la Tierra hace 3.500 millones de años. García Ruiz se quedó estupefacto al contemplar la fotografía: los supuestos restos de las primeras criaturas vivientes eran como las estructuras minerales que se habían formado en su laboratorio.

Estructuras minerales autoorganizadas, denominadas biomorfos, que nada tienen que ver con los seres vivos.
Estructuras minerales autoorganizadas, denominadas biomorfos, que nada tienen que ver con los seres vivos.Juan Manuel García Ruiz/CSIC

Años después, acudió a un congreso internacional en Praga sobre el origen de la vida, para presentar su descubrimiento. “Yo era muy jovencito y era la primera vez que usaba un puntero láser. Me ponía el láser en la boca para hablar y apuntaba con el micrófono”, recuerda entre carcajadas. “Al terminar, un tipo me dijo: ‘Muchas gracias, pero todo lo que usted está diciendo es completamente falso”.

García Ruiz acabó llamando biomorfos a aquellas microestructuras minerales curvilíneas, que parecían seres vivos, pero no lo eran. El joven geólogo se topó con el escepticismo internacional. “Yo decía que los considerados primeros fósiles podrían ser simplemente estructuras autoorganizadas. Tardé años en poder publicarlo. Me decían que yo estaba haciendo mal los experimentos, que había contaminación biológica, que era imposible que algo inorgánico tuviese esas morfologías”, recuerda. La incredulidad, según el geólogo, se debía a la arraigada creencia en dos mundos separados: la geometría recta del cristal y la curvatura exuberante de la vida. Como los cabellos de Lorca en Nueva York.

El entonces presidente estadounidense, Bill Clinton, presentó al mundo el 7 de agosto de 1996 un meteorito de origen marciano. “Nos habla de la posibilidad de vida. Si se confirma este descubrimiento, será una de las revelaciones más asombrosas que la ciencia haya hecho jamás sobre nuestro universo”, celebró Clinton. Los científicos de la NASA defendían que los filamentos hallados en la roca extraterrestre eran un indicador de microbios fosilizados. García Ruiz, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), insistía en que no.

Juan Manuel García Ruiz
El geólogo Juan Manuel García Ruiz y el guía masái Lucas Sossoika, en una expedición al lago Magadi, en Kenia.Javier Trueba

El científico español cantó victoria en 2003, al publicar por fin sus resultados en la prestigiosa revista Science: su equipo había sintetizado microestructuras filamentosas y curvadas, prácticamente idénticas a los supuestos fósiles de bacterias hallados en la formación Warrawoona, en Australia occidental. “Existía la idea de que el mundo inorgánico no puede adoptar las formas tan complejas y curvas de los microfósiles. Nosotros demostramos que sí. La morfología no puede ser un criterio inequívoco para identificar la vida”, afirma ahora, durante un paseo por la exposición sobre el evolucionista británico Alfred Wallace en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid.

Los descubrimientos de García Ruiz pusieron en duda los solemnes anuncios sobre reliquias de seres vivos de 3.500 millones de años, pero el geólogo no cuestiona la antigüedad de la vida. Su hipótesis es que hace 4.400 millones de años —tras la colisión de otro planeta contra la Tierra, cuyos restos dieron lugar a la Luna— ya había grandes masas de agua, con una capita superficial en la que las curvas de los biomorfos de sílice facilitaban las interacciones entre los primeros ladrillos de la vida, como el recipiente de vidrio en el experimento de Miller. Hay miles de religiones en el mundo, con miles de relatos contradictorios sobre la aparición de los seres vivos, pero García Ruiz cree que no hace falta ninguno de esos miles de dioses incompatibles para explicar el fenómeno. “Yo soy ateo”, zanja.

El geólogo español coordinará a partir de mayo el proyecto PROTOS, financiado por el Consejo Europeo de Investigación con casi 10 millones de euros. Dejará atrás la lorquiana Granada para incorporarse al Donostia International Physics Center. El equipo de García Ruiz, junto a colegas de Francia y Alemania, ejecutará infinidad de experimentos para entender, incluso a una escala de millonésimas de milímetro, cómo los fluidos interactuaron con las rocas en la Tierra primitiva, para pasar de un planeta mineral sin vida a un mundo con poetas que recitan versos sobre las líneas curvas. “Vamos a reinterpretar el experimento de Miller, porque se olvidó de la sílice”, proclama García Ruiz.

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