A muchos millones de ciudadanos nos cuesta aceptar que con nuestros impuestos se subvencionen centros fanáticos que separan por sexo
Tiene la España democrática, laica y racional, una enorme dificultad para caminar con libertad en pleno siglo XXI. Es tanto el peso del pasado, de la Iglesia Católica y sus muchas organizaciones, que cuesta demasiado liberarse de los tentáculos de ese pulpo tan gigantesco como aquél que un día asaltó el Nautilus de Julio Verne. Ha decidido el Tribunal Constitucional desestimar un recurso del PSOE por ocho votos a cuatro, y ha fallado que está muy bien la separación de los alumnos por sexos que implantó la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), del nunca suficientemente ponderado José Ignacio Wert, ministro que todo lo destrozó y hoy se rasca la barriga en una embajada de lujo en París. Un trabajito muy bien pagado, la verdad. En el mismo paquete, la Iglesia se lleva otro regalo más, la consolidación de la Religión como asignatura, sin alternativa ética y de valores cívicos ajenos a la cruz y la espada. A muchos millones de ciudadanos nos cuesta aceptar que con nuestros impuestos se subvencionen centros fanáticos que separan por sexo, niños aquí, niñas allá, en una clara vulneración del artículo 14 de la Constitución. Y del sentido común, añadimos. Hocemos en el máster de una política de medio pelo y olvidémonos de cómo la derecha más reaccionaria sienta sus reales sobre esta sociedad adormecida. Amén.
José María Izquierdo
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