Y es que el clericalismo parte de la idea de que todo ser humano es portador del mal. Por eso la inquisición obligaba a las víctimas a demostrar su inocencia y eximía al tribunal de la obligación de demostrar el pecado
Por fin dimite Ana Mato. No es que faltaran motivos en su disparatada gestión como ministra, pero la renuncia llega de la mano de la corrupción. El juez Ruz la ha señalado en el caso Gürtel como “partícipe a título lucrativo”. Aunque sus esfuerzos han sido grandes a lo largo de mucho tiempo, Rajoy no resiste ya las presiones de la indignación social.
Cuando surgieron las primeras noticias del caso Gürtel, el PP denunció una conjura contra sus siglas. Como entonces estaba en el Gobierno el PSOE, varios dirigentes (Rajoy, Aguirre, Costa) señalaron manipulaciones de la policía y conjuras que utilizaban los resortes del Estado. Fue, sin embargo, el PP quien pidió colaboración y utilizó sus resortes en el Tribunal Supremo para que se expulsara a Baltasar Garzón, el juez que llevaba el caso.
Se trataba de imponer el silencio sobre una realidad, íntimamente ligada al comportamiento del Partido Popular en Madrid y en Valencia, que había fundado un vocabulario negro: apropiación indebida, delito contra la hacienda pública, estafa procesal, cohecho, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, fraude, falsedad documental…
La realidad afloraba, los datos internos del partido estaban ahí, las acciones de Jesús Sepúlveda, Francisco Correa y Luis Bárcenas olían mal incluso entre numerosos militantes del PP. Pero la primera y única voluntad de Mariano Rajoy fue imponer el silencio. Rajoy es clerical, tiene silabeo, costumbres y mañas de arzobispo.
La iglesia católica nos ha enseñado a callar. Su primera consigna ha sido siempre ocultar todo lo que suponga desprestigio para la Santa Madre. Luego ha convertido en martirio y persecución cualquier intento de aclarar la verdad. Una denuncia contra un cura malvado parece así una agresión contra la libertad religiosa. El último ejemplo lo hemos tenido en el caso de los curas pederastas de Granada y en la actuación del arzobispo Francisco Javier Martínez. Lo de aclarar la verdad y amparar a las víctimas pierde toda importancia en favor de callar los hechos, evitar el escándalo y dar tiempo a los acusados para que borren pruebas.
Esta mezquindad clerical tiene sus argumentos: Dios está por encima de los hombres (que son todos pecadores), nosotros somos los ministros de Dios, aquí no estamos como hombres pecadores sino como representantes de Dios, así que es preferible el silencio sobre nuestros pecados humanos para que sólo brille nuestro contacto con la divinidad.
Ese ha sido también el comportamiento clerical de la política española durante años, la razón de la falta de respeto a la virtud pública y a la transparencia. ¡Todo para la Iglesia! La avaricia de muchos sacerdotes a la hora de acumular riquezas para Dios (pidiendo acuerdos con el Estado y manipulando testamentos de beatos y beatas), ha tenido su traducción política en la debilidad de conciencia a la hora de abordar de forma legal o ilegal la financiación de los partidos. Y, después…, sólo monaguillos y un silencio negro. Está de más cualquier investigación a la luz del día si eso puede dañar el prestigio de las siglas. Los pecadores son “nuestros pecadores”, la parte del pecado infinito que corresponde a nuestra humanidad.
Y es que el clericalismo parte de la idea de que todo ser humano es portador del mal. Por eso la inquisición obligaba a las víctimas a demostrar su inocencia y eximía al tribunal de la obligación de demostrar el pecado. Si todos somos iguales, tampoco tiene mucha importancia que los ministros de Dios callen su debilidad humana, heredada como condición de nacimiento con el pecado original. La vida es así, la política es así.
En el fondo es muy clerical eso del “y tú más”, del “todos somos iguales” y de la calumnia. El ventilador tiene mucho de manteo y movimiento de faldas arzobispales. Nada gusta más que justificar las propias faltas manchando a los demás, aunque para eso haya que elucubrar infamias.
Es lo que está pasando ahora con las acusaciones histéricas contra Tania Sánchez de Izquierda Unida y contra Íñigo Errejón de Podemos.
En Izquierda Unida, claro, ha habido casos de corrupción. No me cabe duda de que en Podemos, cuando tenga responsabilidades de gobierno en las instituciones, se podrá colar algún chorizo. Y si se produce el caso, habrá que denunciarlo de forma inmediata. Pero uno examina ahora los cargos contra Tania Sánchez e Íñigo Errejón y sólo descubre la histeria clerical de la mentira, el sermón sucio de una gente que ha confundido la política con el silencio propio y el castigo ajeno. La estrategia consiste en enmascarar culpas verdaderas, extendiendo la idea de que todos somos pecadores. Le corresponde a la víctima demostrar su inocencia imposible.
Con sus silencios, su frío y sus mentiras, Monseñor Mariano Rajoy es el representante máximo de clericalismo que afecta a la política española. Ite missa est.
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