Se pone de manifiesto el maridaje que forman desde hace tiempo el poder económico y lo que el poeta Antonio Machado describió como «el lazo de hierro de la Iglesia católica que nos asfixia». La Iglesia y el dinero, el dinero y la Iglesia.
El barco se hundió solo. No hay más que decir. El destino le tenía reservado ese fatal desenlace, y con él, una especie de castigo divino se cernió sobre el hermoso litoral gallego de la Costa da Morte. Ninguna responsabilidad es imputable a nadie en esta tragedia de magnitudes inconmensurables. Como dijo Aristóteles, lo igual con lo igual, y lo desigual con lo desigual. Y de la misma manera todo lo inconmensurable solo puede tener como causa lo igualmente incomensurable. Se ha hecho la voluntad de dios, por mucho que todos los implicados intentaran hacer lo posible y lo imposible por que no se hundiera el barco.
Esta es la lectura que hago yo –capciosa dirán algunos–, y conmigo muchos ciudadanos de este mundo que cada vez es menos nuestro y más de unos pocos, de la sentencia exculpatoria con la que esta semana se ha dado carpetazo al caso más ignominioso de atentado ecológico de las últimas décadas. Nadie tiene la culpa. Nada ni nadie lo podía haber evitado. Es más, según la sentencia, los tres magistrados consideran que todo el mundo actuó de la mejor manera posible.
Nada que decir del hecho de que el barco se pasara seis días enteros vagando por las costas gallegas derramando fuel ante la incredulidad de quienes lo contemplaban desde tierra. Nada que objetar sobre los permisos, que solo pudieron ser obtenidos de forma fraudulenta, para que el viejo petrolero de 26 años de antigüedad, en muy malas condiciones, y cargado con 77.000 toneladas de fuel, navegara en aguas españolas. Permisos, por cierto, que le habían sido denegados en otros países como Noruega, por su evidente peligrosidad. Tampoco el exdirector de la Marina Mercante José Luis López-Sors, el mismo que dio la orden de llevar el barco mar adentro hasta que se hunda, puede ser considerado culpable de nada, sino más bien “víctima y afectado del desastre que trató de solucionar”, según palabras de la propia sentencia. Hasta elogios recibe por parte de los tres magistrados (todos a una, como los de Fuenteovejuna) la gestión del problema por el gobierno de Aznar, que no demostró que “tuviese incidencia alguna en el agravamiento” de la catástrofe. Solo dos sociedades pueden tener algo de culpa: el volatil y disperso entramado empresarial que confluía en el buque, concretamente su armadora, Universe Maritime, ese gigante económico deslocalizado que reunía elementos tan transnacionales que la justicia ha sido incapaz (¿incapaz?) de sentar en el banquillo, del mismo modo que la empresa privada American Bureau of Shipping (ABS), con sede en Atenas, que fue la firma que expidió su último certificado de navegabilidad. Ninguna de las dos empresas accesibles para la justicia española, y por tanto, eximidas de responsabilidad.
Lo cierto es que no hay motivos para desconfiar de la justicia, salvo cuando unas y otras sentencias ya colman más bidones que vasos, siempre en la misma línea. Hasta el punto de que si un juez decide hacer justicia de forma independiente, aunque ello suponga sentar en el banquillo a dictadores, banqueros o políticos corruptos, inmediatamente el poder dominante -ese poder divino- se las arregla para juzgar al juez díscolo, hasta hacerle renunciar voluntariamente a su cargo víctima de amenazas y presiones intolerables (el juez Torres), o si se resiste, a inhabilitarlo para el ejercicio de su función (el juez Garzón). Sus pecados fueron no aceptar la voluntad de dios, y obcecarse en desenmascarar la responsabilidad los hombres.
Parece mentira que no nos hayamos dado cuenta aún. Evidencias no nos faltan para sacar al menos dos conclusiones de esas que los que están en el poder desprecian como infundadas y capciosas. En primer lugar, la sentencia del Prestige es solo una muestra más de la evidente falta de independencia del poder judicial con respecto a los otros dos poderes, el legislativo y el ejecutivo, especialmente cuando gobierna la derecha, llámese como se llame. Los tres poderes son uno y el mismo, aunque al menos con nombres diferentes como mínimo para honrar la memoria de Montesquieu, al mismo tiempo que le arrebata el genuino espíritu ilustrado a las leyes para privatizarlas y convertirlas en objeto de interés de algunos. En segundo lugar, la sentencia es la muestra palpable de que ese único poder que en este caso le ha tocado poner de manifiesto a estos tres magistrados, sigue estrechamente vinculado al maridaje que forman desde hace tiempo el poder económico y lo que el poeta Antonio Machado describió como “el lazo de hierro de la Iglesia católica que nos asfixia”. La Iglesia y el dinero, el dinero y la Iglesia. El alfa y el omega de la historia. Al final todo es uno. Y las personas nada.
Estos días hemos visto cómo los ciudadanos gallegos, que son el apéndice más visiblemente afectado e indignado de todo un pueblo igualmente herido y maltratado, se organizan como pueden entre muestras de incredulidad e indignación para manifestarse en sus respectivas ciudades. Una nueva marea de indignación puebla las calles gallegas, y quizás muchos de los allí presentes aún no se hayan dado cuenta de que su indignación y su rabia tienen el mismo destinatario que la lucha de la marea verde de los enseñantes, la marea blanca del personal sanitario y la de tantas otras… La gracia de dios no siempre tiene gracia, y entonces es cuando los ciudadanos nos tenemos que unir para pararle los pies a quienes nos la quieren imponer como coartada para seguir riéndose de todos nosotros y de nuestra humilde humanidad.
César Tejedor de la Iglesia
(Profesor de filosofía y miembro de la Junta Directiva de la asociación Europa Laica)
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