Rusia ha vuelto a elegir a su autoproclamado líder y salvador, a pesar de sus defectos e incluso pecados. Las noticias de un supuesto envenenamiento a un antiguo espía por parte del gobierno ruso deberían enfurecer a los seguidores cristianos de Putin, especialmente ahora que se acerca la Semana Santa.
Sin embargo, parece que Putin tiene sus propias ideas sobre lo que significa ser un buen cristiano. Al igual que la mayoría, he visto con una mezcla de horror y sorpresa su reciente discurso en el que alardeaba del arsenal nuclear de Rusia, más grande y potente que nunca. Se trata de algo aterrador, independientemente de cuáles sean las tendencias políticas de un líder, porque las armas están en manos de una persona que se identifica como el salvador, en un sentido muy religioso, de una nación abatida que está empezando a resucitar.
Si vas a la otra punta del mundo, te encontrarás con un líder en la Casa Blanca jugando las mismas cartas para justificar sus armas nucleares: Donald Trump, una persona que se las daba de laico, algo impensable en un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Trump no ha apoyado en los principios cristianos de humildad y moralidad, sino en el poder y la pureza cultural para realizar maniobras mefistofélicas a la hora de consolidar su oposición al aborto y al control de armas.
Así fue como se ganó los votos de la derecha conservadora cristiana, aunque se le tachara de hipócrita. ¿Cómo es posible que un mujeriego misógino se hiciera con el voto religioso?
Martyn Percy, sacerdote anglicano y decano del college Christ Church en Oxford, cree que hay un vínculo entre la victoria de Trump entre los cristianos estadounidenses y las declaraciones de Franklin Graman, hijo del evangelista estadounidense Billy Graham, en las que animaba a los evangelistas a apoyar a Trump como si fuera un «Ciro»: un personaje bíblico considerado como mesías.
Rezando con los populistas
Ambos líderes han sido capaces de explotar sin reparos el auge de la derecha populista a nivel nacional e internacional basado en la religión para defender ideas que de lo contrario serían calificadas de nacionalismo mezquino, repugnante, firme y racista. Descrito como una forma de defender la cultura cristiana como «el último baluarte para proteger una civilización judeocristiana asediada por bárbaros a sus puertas», los partidos populistas se acogen a un tipo de religión que hace hincapié en tiempos mejores en vez de centrarse en la asistencia a misa o en la piedad cristiana.
Putin lleva años sacando provecho del potencial etnorreligioso de Rusia y en 2013 fue de viaje oficial a Ucrania para asistir a las celebraciones por el 1025 aniversario de la conversión al cristianismo ortodoxo del príncipe Vladímir de Kiev. En uno de los lugares más sagrados de Europa, el Monasterio de las Cuevas de Kiev, Putin declaraba que: «Todos somos herederos espirituales de lo que ocurrió aquí… Y en ese sentido somos, sin duda, una sola persona».
Y en diciembre de 2014 Putin celebraba la anexión de Crimea como una forma de reactivar el glorioso pasado cristiano de Rusia. Por aquél entonces describía Crimea como el «Monte del Templo» de Rusia, uno de los lugares sagrados más disputados de Jerusalén:
La península tiene una importancia estratégica para Rusia porque es la fuente espiritual del desarrollo de una nación polifacética y fuerte, así como de un estado ruso centralizado … Crimea, la antigua Quersoneso, y la ciudad de Sebastopol son de una importancia invaluable e incluso sagrada para Rusia, al igual que el Templo del Monte en Jerusalén lo es para los seguidores del islam y del judaísmo.
Eso sin mencionar la constante importancia militar de Crimea y de Sebastopol como base la de flota rusa en el Mar Negro. Mungo Melvin, antiguo militar e historiador, apuntaba que «son muchos ahora en el Kremlin, y probablemente también en el futuro, los que piensan que lo que estaba en juego en Sebastopol no era solamente el interés nacional de Rusia, sino también su honor».
Making Christianity great again
Y no se trata de la primera vez que Putin se apoya en la nobleza del tiempo pasado que en su día compartieron. Melvin añade que: «En vez de ser el táctico oportunista que muchos creen, está siguiendo una estrategia deliberada para devolver a Rusia su grandeza aumentando el gasto militar».
Puede que aquellos que se identifiquen con las ideas de Putin se consideren cristianos ortodoxos, pero pocos van a misa o siguen rituales como el ayuno. Este fenómeno de «cristianismo de nombre» o «no practicantes» es algo familiar: la mayoría de las personas que se identifican como cristianas en el censo del Reino Unido ni van a misa ni se confirman o hacen la comunión.
Existe una tendencia similar en los países de Europa Occidental y cada vez es mayor en Estados Unidos. Yo ya había explicado que este tipo de autodeterminación surge en tiempos en los que la gente se siente obligada a establecer su identidad religiosa por razones nacionalistas.
En Rusia, el número de gente que se identifica como «ortodoxa» creció del 31% al 72% entre 1991 y 2008, mientras que la asistencia a misa apenas cambió, pasando del 2% al 7%. En este contexto, no deberíamos subestimar la fuerza potencial del populismo religioso y Putin vendía una imagen de salvador nacional justo antes de las elecciones rusas, como si fuera el único capaz de salvar un viejo monasterio. El documental que mostraba su visita al monasterio servía para crear una fuerte imagen de Putin como una figura casi mística.
Independientemente de su involucración en actividades inmorales, tanto Putin como Trump parecen estar seguros del apoyo populista de los creyentes cristianos que ansían una vuelta al poder y a los que no les importa cuál sea el coste en vidas o en almas.
Autor: Abby Day, Universidad de Londres.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.