El Espectador entrevistó a Piergiorgio Odifreddi, el crítico de la Iglesia que se reunió con Benedicto XVI y dice que Francisco “es un papa mediático, que agujerea los medios y los guía con la nariz”.
Los medios lo retratan como un “revolucionario”, pero antes de partir hacia el cónclave que lo eligió fue a rezar en la tumba de Isabelita Perón, confirmando que siempre ha sido un peronista, y por ello, un populista.
¿Por qué un colombiano promedio, que es católico, debiera leer su libro “Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos”?
Algunos amigos creyentes me dicen que, si quisieran hacer convertir a alguien, podrían leerle mi libro. Por otro lado, desde mi primer libro, Il Vangelo secondo la scienza (El Evangelio según la ciencia) (1999), he escrito que si quisiera “desconvertir” a alguien le aconsejaría leer la Biblia. En este mundo al revés mi libro podría llevar a los no creyentes a la fe, incluso si mi intención es, obviamente, la contraria.
Desde 2003 es Presidente honorífico de la Unione degli Atei e degli Agnostici Razionalisti (Unión de los ateos y los racionalistas agnósticos). ¿Qué diferencia hay entre ser agnóstico y ateo?
No hay ninguna diferencia, al menos en las intenciones de Thomas Huxley, «el mastín de Darwin» (no el escritor Aldous Huxley), que acuñó la palabra “agonístico” para oponerla los «gnósticos» modernos, que son aquellos que creen saber algo de lo que no se puede saber nada, y ante lo cual sólo podemos engañarnos y esperar. Hoy en día, en cambio, se hace una distinción entre el ateo, que sería aquel que profesa su propia falta de fe, y el agnóstico, que sería aquel que duda o suspende el juicio ante la religión. Sin embargo, como decía, es mejor unirse a las intenciones del inventor de la palabra y no diferenciar entre las dos actitudes que son, ambas, contrarias a la profesión de la fe, con matices despreciables.
Espiritualmente hablando, ¿en qué cree usted?
Creo, por encima de todo, que no se debiera “creer” en las cosas que no dan motivos para ser creídas. Así que toda la metafísica –que significa “más allá” (meta) de lo físico (física)”–, debiera entenderse en el sentido griego: la Naturaleza es lo único que conocemos y podemos conocer. Si en todo caso creyera en algo, diría que creo en el hecho de que la razón es un instrumento adecuado para comprender muchas cosas, como la Naturaleza, precisamente; no para comprenderlas todas, obviamente (lo demuestran los resultados de los estudios de los científicos Godel y Heisenberg), pero sí aquellas de las que se puede saber algo con certeza.
En la feria del libro de Bogotá habló a propósito de su libro “Ocio de la impertinencia”. ¿Qué filosofía indaga esa obra y qué nuevas formas de interpretar al ser humano propone?
La impertinencia es un juego de palabras en tanto que, al mismo tiempo, significa “ir contra la corriente” y “hacerlo de manera políticamente incorrecta”. A mí me gustan ambas cosas: no seguir mediocremente las sendas trazadas, sin miedo a alejarse del rebaño, haciéndolo alegremente y con un poco de ironía, o de sarcasmo, enfrentando a aquellos que querrían que sigamos por esas vías.
Usted respalda la existencia de un Estado laico. ¿Qué opina de que en Colombia siga vigente un Concordato que le da prelación a la relación con la iglesia católica por encima de las demás en un país donde la Constitución impone libertad de cultos?
No pasa sólo en Colombia, también en Italia sucede que los Concordatos van a menudo, en la práctica, contra las buenas intenciones que las Constituciones establecen en teoría. Pero como decía Yogi Berra, “la teoría y la práctica en teoría son iguales, pero en la práctica son diferentes”. Desafortunadamente, chistes aparte, el juego sacerdotal se impone a menudo y le da la espalda a la sociedad laica, sobre todo en países católicos como los nuestros, que no se liberaron de los modos que les permitieron a los protestantes anglosajones, por un lado, y a los franceses católicos, por el otro, coger otras direcciones.
¿Cuál es su posición de fenómenos actuales como las ejecuciones del Estado Islámico de personas cristianas? ¿La próxima guerra mundial será religiosa?
Niels Bohr, padre de la mecánica cuántica, decía que “hacer previsiones siempre es difícil, sobre todo acerca del futuro”. No tengo idea sobre cómo será la próxima guerra mundial, y sinceramente espero que se pueda al menos dudar de que vaya a haber una, y no sólo concentrarse en cómo podría ser. Lógicamente la religión ha sido y es uno de los factores más importantes en las guerras. Sobre todo lo han sido los monoteísmos, que pretenden que haya un dios único, y obviamente creen que el único dios es el de ellos. La cosa sería mejor si hubiese un único monoteísmo, como lo había antes de nuestra era. Pero desde que hay dos, y luego tres, claro que no han podido destruirse entre ellos: cristianos contra hebreos, islamistas contra cristianos, hebreos contra islamistas. El actual conflicto entre EI y Occidente, aunque exagerado en sus consecuencias e incomprendido en las premisas por los medios cristianos, vuelve a entrar perfectamente en el esquema precedente de conflicto entre totalitarismos religiosos. Con otras religiones, como el budismo o el taoísmo, combatir sería más difícil (al menos con excusas de tipo religioso).
Resuma el episodio de la carta con el papa Ratzinger en 2013 y qué efectos tuvo sobre una posible apertura del Vaticano hacia las personas que cuestionan su poder sobre más de mil millones de personas.
El intercambio con el papa nació de uno de sus libros de 1969, la Introducción al cristianismo, que en 2011 comenté en un libro titulado Caro papa, ti scrivo (Querido papa, te escribo), en una especie de Introducción al ateísmo. Después de su renuncia en 2013, logré, mediante un amigo en común, que su secretario, el padre Georg Ganswein, se lo hiciera llegar. Posiblemente por distraerse de los problemas que le llevaron a su gesto histórico, Benedicto XVI lo leyó y respondió. Fue una sorpresa, no sólo para mí, sino para mucha gente que lo consideraba un papa cerrado al diálogo con los no creyentes. No debe olvidarse que fue justamente él quien quiso Il cortile dei gentili (El atrio de los gentiles), en el cual se confrontan precisamente creyentes y no creyentes, aunque de una manera menos fuerte a como lo hago yo.
¿Con el papa Francisco sí empezó una nueva época? ¿Cuál es su percepción de las reformas que propone y las posibilidades que se concreten?
El mejor análisis lo hizo el cardenal de Nueva York, justo después de la elección de Bergoglio, cuando dijo: “No esperaban cambios en el producto, esperaban cambios en la publicidad”. Me parece que dio justamente en el punto: Francisco es un papa mediático, que agujerea a los medios y los guía con la nariz. Pero no me parece que hasta ahora haya hecho cambios, ni sustanciales ni formales, a menos de que se quiera considerar un cambio el hecho de que use una cruz de plata en vez de una de oro, y los zapatos ortopédicos en vez de las pantuflas Prada. Al contrario, me parece que sigue recitando el Credo en la misa, cada mañana, y que los problemas del cristianismo en general, y del Catolicismo en particular, están incluso allí.
¿El hecho de que el papa sea jesuita ayuda a que el diálogo interreligioso sea más franco o no?
No sé si ayuda. Se sabe que los jesuitas son sacerdotes de un tipo particular. Circula una historita que dice que en Jerusalén se descubre la momia de Jesús, y que eso provoca convulsión entre las congregaciones. Los franciscanos dicen que aunque no haya resucitado y ascendido al cielo, sus heridas hacen que se le ame todavía más. Los dominicos saben que tendrán que cambiar varias cosas en la teoría. Pero los jesuitas están desconcertados, porque saben, entonces, que Jesús en verdad existió, cosa que evidentemente no creían… Chistes aparte, fue Bergoglio quien dijo, en una entrevista con Civiltà cattolica (Sociedad católica): “Yo soy astuto”, como advirtiendo que no se deben confundir sus modos y sus gestos con su pensamiento. Por ejemplo, los medios lo retratan como un “revolucionario”, pero antes de partir hacia el cónclave que lo eligió fue a rezar en la tumba de Isabelita Perón, confirmando que siempre ha sido un peronista, y por ello, un populista.
Teniendo en cuenta los poderes que se mueven desde el Vaticano, ¿Francisco corre peligro de muerte como pasó con Juan Pablo I?
Aunque piense que el Vaticano es “una guarida de víboras”, no sé si creer la versión del complot vaticano por la muerte de Juan Pablo I. Pero, como dije antes, no creo que la Curia tema mucho por los cambios del papa Francisco, porque sabe que se trata más de palabras que de hechos. Por ejemplo, nada concreto se ha hecho para destruir la pedofilia eclesiástica, sólo se han dicho palabras efectistas como “¿quién soy yo para juzgar a un homosexual?”, dichas, además, para tratar de explicar aquella absurda decisión de nombrar a Monseñor Ricca como su representante personal, degradado de diplomático vaticano a tesorero de Santa Marta, justamente porque en Uruguay había escandalizado a los fieles por son conducta “moral” y sexual. Pero entre paréntesis: Monseñor Ricca conservó su puesto, incluso después de que los periódicos de medio mundo contaran su historia. Entonces…
Usted ha hablado de que falta una verdadera revolución teórica, doctrinal, que ponga en discusión los contenidos de la fe. ¿Cómo y quiénes debieran propiciarla?
No creo que sea fácil herir el poder de la Iglesia, que está fundado sobre cosas bien distintas a la doctrina. Se pueden desmontar uno a uno los dogmas, y desenmascarar las fealdades y las absurdidades de la Biblia. Pero eso no influirá en la fe de la pobre gente, que está hecha de algo bien distinto, y a menudo no conoce ni la doctrina ni las Escrituras. La gente tiene miedo de morir, y la Iglesia le dice que resucitará: no creo que alguien se lo crea, pero todos prefieren engañarse y seguirán haciéndolo.
¿Usted en qué lugar se ubica frente a otros estudiosos del tema como Hans Küng?
Lo conozco, he estado con él y lo he entrevistado. Pero creo que es una suerte de “quinta columna” de la Iglesia. Criticar desde adentro, en vez de irse, significa ayudar a la Iglesia a mostrar su “carácter democrático” precisamente porque supuestamente alberga en su centro críticos como Küng. Prefiero a aquellos que reconocen más abiertamente el anacronismo del cristianismo, y dejan abiertamente la Iglesia.
En la feria también habló de su amor por la obra de Borges. ¿Por qué le gusta más esa literatura que la de García Márquez?
Borges es un escritor más racional que Gabriel García Márquez, y yo soy matemático. Pero debo decir que Cien años de soledad, que leí un poco antes de visitar “Macondo”, o a Aracataca, si se quiere, me fascinó. Tal vez habría preferido menos “magia” y más “realismo”, pero me pareció un libro potente, y él es ciertamente un escritor extraordinario. En ese libro fue claramente tocado por la gracia del escritor.
¿Qué lección le dejó hacer política en su país con el Partito democrático entre 2007 y 2008?
Fue el sindicado de Roma Veltroni (con el que había colaborado para el Festival de la matemática por tres años) el que me pidió que entrara. En ese entonces se me dijo que, en vista de que se estaba buscando construir un nuevo partido, se podía al menos darle crédito. Pero no necesité mucho para entender que se trataría de un partido clerical, y escapé apenas me di cuenta, antes de las elecciones de 2008. Hoy en día ese partido es un partido de centro-derecha, y su secretario, Matteo Renzi, no puede esperar para convertirse en nuestro cuatro “pequeño duce”, tras el Duce verdadero en el ventenio anterior a la Segunda Guerra Mundial y de sus caricaturas de posguerra: Craxi en los años 80 y Berlusconi en los últimos veinte años. Evidentemente los italianos aman a esa clase de pregoneros políticos, pero yo no quiero tener que ver con ellos en lo absoluto.
¿Cuál es su invitación a la gente del común para que se acerque a la teología, la filosofía y las matemáticas?
Les diría que leyeran lo más que puedan, y que miren televisión lo menos posible. Para la matemática y las ciencias obviamente no hay “caminos verdaderos”, pero hay óptimos divulgadores, cuyos libros pueden servir como guía. Incluidos, modestamente, algunos de los míos.
Usted había venido a Colombia en 1980 para un viaje a Cartagena y San Agustín. ¿En qué nota que ha cambiado Colombia y por qué quiere conocer ahora Medellín, Santa Fe de Antioquia y el Parque Tayrona?
La naturaleza permaneció igual, pero la sociedad se occidentalizó. En parte eso ha traído desarrollo, y también bienestar, pero es un problema que he encontrado en varios países de América del Sur, que volví a visitar decenios después, desde Bolivia hasta Colombia. El desarrollo, el progreso, amenaza con causar la pérdida de la originalidad propia y de la naturaleza, con disolver a los países en la homogeneización, que es el mayor riesgo de la globalización. Por ello es necesario tener los ojos bien abiertos, para evitar convertirse sólo en caricaturas de los “gringos”, quienes, nota al pie, son ellos mismos, y a menudo, caricaturas del hombre. El riesgo está en convertirse en la caricatura de una caricatura, ¡y todos nos merecemos algo mejor que eso!