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El arte de prohibir por prohibir

Las prohibiciones están de moda y la Italia de Silvio Berlusconi -envuelto ahora en un nuevo escándalo sexual- es un buen ejemplo. La lista es larga y variopinta.

En Lucca, en la idílica Toscana, dar de comer a las palomas puede costarle al viandante 500 euros. En Cesena tampoco está permitido alimentar a gatos callejeros, mientras que en la playa veneciana de Eraclea no se pueden hacer ni agujeros ni castillos de arena porque entorpecen el paso. En Ravena, el alcalde ha prohibido tomar el sol en los 200 metros de primera línea de playa, donde tampoco se puede escuchar música entre las 13:00 y 16:00. En Eboli, las autoridades no ven con buenos ojos los besos en público, penalizados con hasta 500 euros.

Ese es el efecto que buscó el primer ministro cuando en 2008 dio poder a los ayuntamientos para elaborar sus propias ordenanzas en materia de seguridad y orden público.

El último en sumarse a esta lista de vetos es el alcalde de Castellammare di Stabia, en la provincia de Nápoles. Luiggio Bobbio, del mismo partido que Silvio Berlusconi, ha emprendido una particular cruzada contra la minifalda, los escotes pronunciados y otras prendas que, según él, atentan contra «la decencia y el decoro».

Este antiguo fiscal anti-mafia acaba de elaborar un controvertido reglamento municipal con 41 prohibiciones y sus correspondientes sanciones. La más polémica es la multa de 25 a 500 euros para quienes lleven faldas demasiado cortas, camisas o vestidos con transparencias y pantalones de cintura baja que dejen al descubierto la ropa interior. El alcalde cuenta con el apoyo del párroco, militante del PDL, satisfecho porque este nuevo reglamento prohíbe blasfemar en público y «ataca el mal comportamiento, las transgresiones y a la gente pendenciera».

Pero las prohibiciones en nombre de la moral, el decoro y la dignidad no son patrimonio exclusivo de Italia. Se van extendiendo como una mancha de aceite por los países de la UE, donde a este paso todo estará prohibido.

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