“Con la Iglesia hemos topado, Sancho” es una frase que se puede leer en el capítulo IX de Don Quijote de la Mancha aunque, bien es cierto que, en el original y en la edición de la RAE, ‘iglesia’ aparece en minúscula y el participio es ‘dado’ en vez de ‘topado’. Pero la imaginación popular hizo las transformaciones correspondientes para expresar que el dominio y la influencia que por entonces tenían sobre la gente el clero y sus instituciones estaban muy por encima a los de las propias autoridades públicas.
Es cierto que han transcurrido algo más de cuatro siglos desde que viera la luz tan inmortal relato, ya que la obra de Cervantes comienza a ser publicada en 1605, pero no por ello la ambición de poder actual de la Iglesia ha disminuido, si bien se ha visto mermada por las presiones externas que no han dejado de empujar hacia un Estado en el que se separen el poder público y el religioso.
He traído a colación los dos párrafos anteriores ya que me sirven para hacer ver que esas pretensiones de la jerarquía eclesiástica de querer imponer sus criterios e intereses a toda costa, en ocasiones, chocan con la razón e, incluso, con el Poder Judicial, que no siempre se doblega a una poderosa institución que se resiste a ceder parte de los enormes privilegios –económicos, políticos y simbólicos– acumulados con el paso de los siglos.
Así, la gran sorpresa reciente se ha producido cuando los cinco jueces de la Sala Primera de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo no admitieron a trámite los recursos interpuestos por la Agrupación de Cofradías de Córdoba y por la Junta de Andalucía contra las sentencias anteriores que anulaban el permiso que había concedido el Gobierno andaluz para que se pudiera retirar una de las celosías que había diseñado el arquitecto Rafael de la Hoz Arderius en el muro norte de la Mezquita cordobesa con el fin de que pudieran entrar y salir las procesiones, penetrando en un monumento con origen musulmán.
Conviene indicar que el arquitecto había diseñado las cuatro celosías de madera de cedro, de dos toneladas de peso cada una, que se instalaron entre los años 1972 y 1974, mucho antes de que el monumento islámico fuera incluido dentro del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 1984.
Bien es cierto que en el centro de la Mezquita se encuentra la catedral cristiana, que se comenzó a construir en el siglo XIV, tras ser eliminadas las dobles arcadas árabes de ese espacio. Pero esto no es motivo para que las continuas alteraciones del arte musulmán se realicen sin que exista un plan director que defienda el legado andalusí.
Pero antes de continuar explicando el varapalo que han recibido conjuntamente el Cabildo catedralicio, la Junta de Andalucía y la Agrupación de Cofradías, conviene realizar una semblanza, aunque breve, de uno de los grandes arquitectos que ha dejado una profunda huella principalmente en la ciudad de Córdoba, ya que, por un lado, en las informaciones dadas solamente se cita al autor sin aludir a su relevancia, al tiempo que hay que indicar que la celosía fue brutalmente quitada y que ahora parece que está en un almacén troceada.
Aunque Rafael de la Hoz Arderius (en ocasiones su primer apellido aparece como La-Hoz) nació en Madrid en 1924, su infancia transcurrió en Córdoba, lugar en el que llevó a cabo gran parte de sus proyectos, hasta que a mediados de los setenta traslada su estudio a Madrid.
Tengo que apuntar que pertenecía a una saga de arquitectos, dado que junto con su padre, Rafael de la Hoz Saldaña, y su hijo, Rafael de la Hoz Castanys, parecen formar una familia destinada al mundo de los proyectos y de la edificación. Su primera obra la comienza en 1951 con el diseño de una pequeña tienda de moda, Vogue, que ya no existe. Pero este era el inicio de una fructífera carrera profesional, orientada desde las vanguardias arquitectónicas de aquellos años. No en vano, su estancia en Estados Unidos le sirvió para conocer a los grandes nombres de la arquitectura: Frank Lloyd Wrigth, Mies van der Rohe, Walter Gropius… De ahí que su inclinación por las formas geométricas exentas, o con los mínimos adornos, presidieran sus proyectos.
Son numerosos los edificios que proyectó en Córdoba y algunos pueblos de la provincia. Podría citar la Facultad de Medicina y los colegios mayores de la Universidad de Córdoba, aunque uno de los más conocidos por todos los cordobeses es el que hace esquina entre Ronda de los Tejares y el Bulevar Gran Capitán, es decir, el que proyectó para una entidad bancaria sobradamente conocida y que es de una sobria belleza geométrica.
Como reconocimiento a su labor, en la ciudad se le dedicó una calle a su nombre, que corre paralela al largo paseo popularmente conocido como Vial Norte. De igual modo, un instituto de Enseñanza Secundaria, ubicado en la calle San Francisco de Sales, lleva también su nombre.
Pero retomemos el tema con el que hemos iniciado este trabajo, teniendo en cuenta que el hijo, Rafael de la Hoz Castanys, y el resto de la familia, no han desfallecido a lo largo de estos años contra la arbitrariedad de retirar una de las celosías sin la aprobación de quienes son herederos intelectuales del gran arquitecto.
Hemos de tener en consideración que el encargo que se le hizo al autor de las celosías estuvo presidido por el deseo de rescatar las que originalmente cubrían el muro norte del templo musulmán, puesto que era el modo que tenía de recibir luz natural desde el Patio de los Naranjos.
De las ocho celosías originales solo se recuperaban las que correspondían al lado derecho, según se mira de frente hacia la entrada, puesto que las correspondientes al lado izquierdo están tapiadas, ya que se habían construido capillas en su interior, siguiendo ese criterio de ir ocupando el mayor espacio y eliminar los vestigios de la arquitectura original.
Pero con ese deseo insaciable de “cristianizar” la Mezquita, al Cabildo catedralicio se le ocurrió derribar una de las celosías para que penetraran en el interior los pasos de la Semana Santa, cuestión que comenzó en 2017. Semejante barbaridad tuvo el apoyo de la Junta de Andalucía a través de la Consejería de Cultura, en aquellos momentos presidida por Rosa Aguilar, exalcaldesa de Córdoba. ¡Todo un ejemplo de una institución pública en pro de la defensa de intereses privados!
Pero con lo que no contaban el Cabildo catedralicio, la Agrupación de Cofradías y la Junta de Andalucía era con la tenacidad de la familia de Rafael de la Hoz Arderius que, encabezada por el hijo, también arquitecto, se mostró firme en el deseo de que se respetara la obra de uno de los grandes arquitectos españoles de la segunda mitad del siglo XX.
Tras la sentencia del Tribunal Supremo, ahora queda pendiente la retirada de ese toldo de tono grisáceo con el que se pretende simular una forma parecida al de las otras celosías y reponer la que formaba parte del conjunto de las cuatro que había diseñado Rafael de la Hoz.
De todos modos, para quienes defendemos que los Bienes de Interés Cultural (BIC) de raíz religiosa, que impunemente fueron inmatriculados por la Iglesia católica, y vuelvan a ser bienes de titularidad pública, este caso no deja de ser un buen ejemplo del dicho con que comenzamos este escrito: “Con la Iglesia hemos topado en la defensa del Patrimonio Público”.