Peter Wehner, en el Atlantic, tiene un artículo largo e intenso sobre la fractura de la iglesia evangélica en Estados Unidos desde la ascensión de Trump al partido republicano.
¿Quiénes son los evangélicos?
Esto merece cierto contexto, porque las denominaciones religiosas en Estados Unidos son muy, muy confusas, y hablar de “iglesia evangélica”, en sí mismo, implica algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados. Los evangélicos, en el sentido estricto, son una rama del protestantismo que nace en la primera mitad del siglo XVIII. No me meteré en discusiones teológicas, pero en general los creyentes de esta fe creen que la salvación sólo viene de la fe y gracia divina, no por los actos virtuosos que hagamos en la tierra. Como es típico en el protestantismo, dentro de esta corriente hay multitud de denominaciones separadas, con diferencias a menudo sólo comprensibles para sus creyentes.
En el tema que nos ocupa hoy (porque si me pongo a hablar sobre todas las escisiones protestantes no acabaremos nunca), los evangélicos, tal como son entendidos hoy en Estados Unidos, son un grupo de denominaciones cristianas mayoritariamente conservadoras que más o menos (porque medir esto no es una ciencia exacta) representan un 20% de la población. El porcentaje exacto varía de estado a estado, oscilando de casi la mitad en Tennessee o Alabama a un 10% en el noreste del país.
Los baptistas sureños, el grupo más numeroso, nace de una escisión de los baptistas en 1845 en protesta por la oposición de las iglesias del norte a la esclavitud. En general, los evangélicos son mucho más conservadores que el resto de los protestantes, y llevan años (desde la era Nixon, más o menos) en una alianza más o menos informal con el partido republicano. Son la gente de la “moral majority”, los eternos ofendiditos del sistema político americano.
La religión y Trump
Con el ascenso de Donald Trump en el partido republicano, un número considerable de evangélicos empezó la campaña con serias dudas sobre si debían apoyarle o no. Trump, al fin y al cabo, es un cretino con un largo historial de divorcios, escándalos, libertinaje y ser una persona horrenda así en general. Ted Cruz, el senador por Texas, era un evangélico de toda la vida, no un magnate de Nueva York que no había sido visto en una iglesia en décadas. Trump, sin embargo, apostó por una campaña de guerra cultural contra todo lo progre, y dio a los líderes de la derecha religiosa americana un cheque en blanco para nombrar jueces, que es lo que de verdad les interesaba. Acabaron por apoyarle en las primarias y fueron un voto clave para que saliera elegido en las generales.
El partido republicano, en tiempos recientes, ha tenido una deriva tóxica del fundamentalismo religioso a un casi-autoritarismo un poco preocupante. Trump ha resultado ser un político increíblemente impopular que genera un rechazo visceral en gran parte del electorado. Muchos líderes evangélicos se han dado cuenta que la identificación de su fe con el partido republicano y la figura del ex- presidente es un problema, no ya por su amoralidad, sino porque está haciendo que muchos feligreses hartos de la política empiecen a distanciarse de la fe. Así que, de forma lógica y razonable, algunos han decidido dejar de calcar el programa del partido republicano, y tratar de centrarse en otros aspectos de la fe.
Esto, no hace falta decirlo, se ha convertido en una fuente de conflictos considerable dentro del movimiento evangélico. El sector mayoritario sigue abrazado a Trump; el partidismo se ha fusionado con la fe, y ser evangélico implica odiar a los demócratas y creer que Trump va a salvar a América del comunismo. Un sector pequeño, pero más cuerdo, está intentando cambiar este discurso, y han acabado siendo relegados al ostracismo o directamente purgados. Muchos creyentes, mientras tanto, está también votando con los pies y abandonando el movimiento evangélico por completo. Aunque (insisto) los datos no son del todo exactos, se estima que han caído del 23% del país el 2006 a menos de un 15% hoy. Es decir, son un grupo más minoritario, pero mucho más politizado.
Losing my religion
Es posible, entonces, que el trumpismo y la deriva hacia el semifascismo de sus líderes hayan debilitado al colectivo evangélico. Lo interesante es que la politización de lo religioso parece estar moviendo el país hacia una rápida secularización.
Estados Unidos es, tradicionalmente, un país mucho más religioso que cualquier país europeo; a principios de siglo, un 70% de americanos decían ser miembros de una congregación religiosa. En los últimos años, sin embargo, ha sucedido esto:
Este año, menos de la mitad de los americanos dice ser miembro de una congregación religiosa, y la tendencia no tiene de visos de revertirse. No es sólo una cuestión generacional; todas las franjas de edad han tenido caídas de afiliación parecidas en las dos últimas décadas, con el agravante que los milennials empezaban además con porcentajes más bajos.
Lo interesante, además, es que a pesar de que los demócratas se han alejado más de la religión que los republicanos, incluso entre republicanos ha habido una caída considerable:
Por descontado, esta secularización no es sólo cuestión de un rechazo a la politización de la religión; Estados Unidos puede estar, simplemente, “montándose” a un tren de cambio social que pasó por Europa hace unas cuantas décadas. El paralelismo, sin embargo, es digno de mención; del mismo modo que el auge de la democracia cristiana (y sus repetidas victorias electorales) llevó aparejada una secularización progresiva en Europa, la identificación del partido republicano como un partido religioso parece haber venido acompañado de un movimiento parecido.
En los años setenta y ochenta, los demócratas eran a menudo tan religiosos como el GOP en la vida pública. Carter era evangélico, vamos; y todas las paranoias sobre “parental advisories” y demás son cosa de Tipper Gore y Joe Lieberman. No es hasta el segundo mandato de Clinton, el caso Lewinski, y el comebiblias militante que era Bush hijo, que los dos partidos no empiezan a separarse de veras. Por supuesto, es posible que los demócratas estén siguiendo a la opinión pública y no a la inversa, pero por lo que sabemos sobre cómo actúan los votantes, sospecho que el realineamiento de los políticos precede a la politización de la fe. Si le añadimos, como señala Wehner, el componente regional (el sur siendo más religioso) y racial (porque si el sur está votando en bloque, ya se sabe el motivo), creo que es una hipótesis convincente, aunque difícil de probar.
Quizás Estados Unidos (bueno, el norte y las costas) acaben por ser un país casi normal, tarde o temprano.
Bolas extra
- Quiero recalcar, otra vez, la enorme diversidad interna de Estados Unidos; los evangélicos son un error de redondeo en Connecticut (aparte de unas cuantas mega- congregaciones supercargantes y un pastor con un programa de radio) pero dominan la vida social en el sur. Y sí, la tradición woke es religiosa, como expliqué por aquí.
- Un departamento de policía instaura el procedimiento de que sus agentes deben intentar incapacitar a su blanco cuando usan un arma de fuego, no disparar a matar. La reacción de las asociaciones de policía ha sido de indignación absoluta.
- Una historia delirante sobre cómo un grupo de activistas en Montana están intentando bloquear una designación federal como National heritage area, una zona de valor histórico. El problema: todo lo que dicen sobre qué implica esta designación es completamente falso.
- Varios asaltantes del seis de enero estaban coordinando su ataque con miembros del congreso y miembros de la administración Trump, según Rolling Stone. De ser cierto, es innegable que era un golpe de estado, con todas las letras.