La Iglesia lucha por los privilegios en la educación que monopolizó durante tantos siglos.
Educación viene del latín ducere (conducir) o educere (sacar afuera, criar), y ciudadanía de civis ("individuo del estado con relación a la sociedad política" o también "hombre bueno") No tiene, pues, este enunciado de Educación para la ciudadanía , en principio, ningún contenido o alcance religioso. La ordenación (por aprobación democrática del parlamento que representa nuestra soberanía) de esta materia como necesaria para el actual plan de estudios, responde a una necesidad (en cuanto a que sus contenidos son imprescindibles para una completa y cabal educación de los individuos de nuestra sociedad) y a la definición de nuestro estado como laico que la Constitución determina en su artículo 16.3 ("Ninguna confesión tendrá carácter estatal")
Sin embargo, la Iglesia, al sentirse privada, al menos en parte, por este ordenamiento democrático, del privilegio de la conducción y crianza ideológica de los ciudadanos, pone el grito en (la tierra y en) el cielo. Los obispos de la rancia sotana y los voceros políticos de la crispación se han apresurado en salir a púlpitos, estrados y medios de comunicación diversos para arengar a sus fieles e incitarlos a la desobediencia civil proclamando una nueva vileza del anticristo, un nuevo desatino inventado por los enemigos de dios que llevará al pecado y a la perdición a quien ose adentrarse en los contenidos de esta nueva asignatura del infierno.
Como decía Horacio, Nihil rectum nisi quod placuit sibi ducunt (nada les parece bueno sino lo que a ellos les agrada) Esta desesperada lucha por los privilegios de la educación, tantos siglos monopolizada por ellos, los saca de sus casillas (y hasta de su Evangelio) y propagan las mentiras sobre la nueva materia como cizaña maligna que impide distinguir, entre tanta confusión, el indispensable trigo constitucional. Ni siquiera es preciso leerla, dicen ellos. Basta con saber de dónde viene y quién la engendró.
Bien, pues yo la he leído. Ellos creo que también. Pero se declaran en contra, es decir, no quieren que nuestros niños y jóvenes conozcan la dimensión humana de la sexualidad, los derechos del niño, los principios de convivencia establecidos por la Constitución y los hábitos cívicos, la valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sexistas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el funcionamiento de los regímenes democráticos, las normas de la circulación vial, los conflictos del mundo actual, los interrogantes del ser humano, los sentimientos y emociones en las relaciones interpersonales, las teorías éticas, el pluralismo moral, instituciones democráticas, valores constitucionales, factores que generan problemas a distintos colectivos, la globalización, dignidad de la persona o las causas, factores y alternativas a la discriminación de las mujeres.
Ellos se declaran en contra y no quieren que nuestros hijos y nietos se eduquen en el respeto a las opciones laicas o religiosas de los ciudadanos y en el pluralismo moral, en la libertad y la responsabilidad a la hora de la toma de decisiones, en el reconocimiento y aprecio de las diferencias de género, en la expresión y el control de las emociones, en la identificación de rasgos de diversidad cultural y religiosa, en la participación, en el respeto y cuidado del medio ambiente o en el consumo racional. Ellos no quieren que los futuros votantes se preparen para debates, exposición de opiniones, evaluación crítica y búsqueda de información para elegir mejor a sus representantes o que sepan discutir "aceptando la opinión del contrario".
SI A NOSOTROS se nos ocurre lanzar un juicio crítico sobre su religión, hemos de saber que su papel de víctimas está asegurado, se sentirán agredidos, hablarán de la dictadura del laicismo radical y de una sociedad sin valores, pregonarán que los nihilistas avanzan peligrosamente.
A pesar de que el reino sobre el que predica no es de este mundo, la Conferencia Episcopal Española no pierde ocasión de lanzarse a la arena política y servir de brazo articulado de la más rancia intransigencia. Entrometiéndose en la soberanía del Estado, invocan y apoyan la "objeción de conciencia" de los padres y llaman directamente a la desobediencia civil.
Pensar que el conocimiento de la democracia o el respeto a los Derechos Humanos es una convicción íntima de las personas, supone, desde el punto de vista de quienes defendemos una sociedad laica, equiparar el sentimiento o convicción religiosa con los fundamentos mismos de aquellas reglas que permiten y facilitan nuestra convivencia. Quienes lanzan esta crítica furibunda contra una asignatura que conciben como producto del "laicismo anticlerical" no van a reconocer nunca que su creencia religiosa sólo les atañe a ellos, que sus convicciones, su pensamiento, es algo particular, íntimo, que no guarda relación alguna con el espacio educativo ni se corresponde con una sociedad plural, multicultural o con diversidad religiosa.
NUNCA les escuché yo gritar contra aquella asignatura llamada Formación del espíritu nacional con la que la dictadura represora pretendió educar a dos generaciones de una manera sectaria y dogmática. Aceptaron entonces aquella materia basada en rancios tópicos antidemocráticos, en la intolerancia y en las mentiras históricas.
Una vez más los padres de la Iglesia se quedan en evidencia y con el paso cambiado. Siguen sin entender que respetar no es promover o recomendar. Quien tenga dudas, que se aproxime a los contenidos y que luego opine. Mi opinión es que sus contenidos están pensados por hombres sabios para formar hombres buenos.