Hace unos días escuché la acertada expresión «ecumenismo del odio». ¿Qué es el ecumenismo? Se trata del acuerdo y el diálogo entre diferentes versiones del cristianismo y se orienta a llevar adelante actividades en conjunto. Por ejemplo, se ha utilizado para fortalecer compromisos en favor de la paz o en contra de la pobreza y la corrupción. El ecumenismo se diferencia del diálogo interreligioso, en que el segundo convoca a otras religiones, como el Islam, el judaísmo o el budismo.
El ecumenismo siempre ha sido productivo y positivo para las sociedades contemporáneas pero, a causa de la radicalización de ciertos sectores católicos y evangélicos, ha sufrido una perversión. En nombre de la lucha contra aquello que consideran «la muestra del demonio» – como la laicidad del estado o el enfoque de género – estos grupos han desarrollado una perversión de la religión, volviéndola una herramienta para la actividad política basada en el odio. Se trata de un fenómeno que Richard Bernstein describe como «el abuso del mal», es decir, el abuso de una retórica que abusa de la idea de que están combatiendo el mal en nombre del bien.
Esta suerte de ecumenismo no sólo hace daño a la religión, sino que resulta una amenaza para la democracia y los derechos fundamentales, ya que reemplaza el debate político por la violencia. Es por eso que es necesario estar atentos a este fenómeno pernicioso que está teniendo una gran presencia en nuestro contexto, incluso en el seno del Congreso de la República.