Es el conjunto de pretendidas verdades que se tienen por inconcusas e innegables o el sistema de ideas fundamentado en dogmas.
El dogma es, en general y por definición, una pretendida verdad absoluta y no relativa, intemporal y no temporal, infinita y no finita. No necesita ser probada: existe por sí misma, independientemente del pensamiento humano.
Aunque mantienen puntos de contacto y afinidades, el sentido filosófico de esta palabra es distinto del religioso y éstos difieren del político.
1. El dogmatismo filosófico. En su acepción filosófica, dogma es una afirmación axiomática, es decir, una proposición tan clara y evidente que se acepta sin necesidad de demostración. La palabra viene del griego y en sus orígenes quiso decir opinión sobre alguna cuestión de principios.
Lo que ocurrió después fue que ciertos filósofos, a fuerza de insistir en los principios terminaron por descuidar los hechos, y esto desacreditó a la palabra. Kant fue el primero en usar el vocablo dogmatismo con sentido peyorativo dentro de la filosofía y este es el sentido que se ha transmitido hasta nuestros días.
Siempre hubo mucha discusión sobre este tema en el ámbito filosófico, entre los dos tipos de filósofos posibles: los dogmáticos y los examinadores o escépticos. Los primeros se quedan en los conceptos y los aceptan por aparecer evidentes, los segundos indagan su esencia, eventualmente los cuestionan y mantienen permanentemente una actitud de escepticismo respecto de la propia capacidad cognoscitiva del hombre.
El dogmatismo filosófico nace del realismo ingenuo que pretende conocer las cosas en sí, esto es, llegar a su esencia; que tiene confianza absoluta en los órganos del conocimiento y que se somete completamente, sin examen personal, a unos conceptos que le vienen de fuera y a la autoridad que los impone.
Bien podría decirse que, en este sentido, el dogmatismo es el procedimiento de la razón para calificar la verdad de las cosas sin una previa crítica de su propia potencia cognoscitiva.
Lo opuesto al dogmatismo en filosofía es el escepticismo.
Para Emmanuel Kant (1724-1804) el dogma es la proposición sintética derivada directamente de los conceptos. El filósofo de Prusia rechazó la metafísica dogmática y a ella contrapuso la crítica de la razón. A partir de él la palabra dogmatismo tuvo una connotación despectiva.
Ser dogmático, como lo dijo el profesor de Harvard Louis Menand en su obra “Metaphysical Club”, es ser “ignorante y cerrado a las interpretaciones alternativas de la verdad”.
El filósofo francés Augusto Comte (1798-1857), creador de la sociología y del positivismo filosófico, estableció la oposición entre dogmatismo y escepticismo.
Afirmó que el dogmatismo es el estado normal de la inteligencia humana, aquel hacia el cual tiende de modo natural, de manera continua y en todos los momentos, inclusive cuando parece apartarse de él. El escepticismo, entonces, no es más que la transición entre un dogma que se cuestiona —y finalmente se abandona— y otro que le sustituye en la mente humana. Esta es la utilidad fundamental de la duda. El escepticismo es, por consiguiente, un estado de crisis que resulta en el intervalo intelectual que sobreviene necesariamente durante el proceso de cambio de ideas. Es la transición de un dogma a otro. El hombre, aunque afirme lo contrario, siempre tendrá un dogma, es decir, un punto de partida cierto para sus lucubraciones. Según Comte, esta certeza, que resulta indispensable para la mente humana, es el dogma. En este sentido debe entenderse su afirmación de que el dogmatismo es el estado normal de la inteligencia humana.
Lo cual me recuerda la conocida frase de José Ingenieros: mi único dogma es no tener ninguno. Pues bien, esta afirmación contendría también, de acuerdo con el pensamiento de Comte, un dogma, esto es, una certitud que sirve de base para ulteriores pensamientos e interpretaciones del mundo.
Lo importante para mí es distinguir algo. ¿Son las certezas del hombre verdades inmodificables y eternas para sí mismo? Si lo son, allí hay un dogmatismo filosófico. Si no lo son, si ellas constituyen verdades relativas y provisionales, sujetas a revisión por la experiencia, entonces hay escepticismo, puesto que éste es el procedimiento que sigue la razón, previa crítica de sus propias limitaciones cognoscitivas, para aproximarse a la verdad de las cosas.
2. El dogmatismo religioso. Dogma, desde el punto de vista teológico, es una proposición perteneciente a la palabra de dios pero formulada por una Iglesia, que se considera como una verdad absoluta. No está permitido a los fieles ponerla en duda. Ella surge de la revelación divina. Es, a la vez, una verdad infalible y un precepto inviolable.
Los dogmas religiosos son tenidos como verdades eternas, inmutables e imperfectibles. Las teologías y las apologéticas se esfuerzan por demostrarlos y defenderlos. La verdad dogmática llega al hombre en forma inmanente. Nadie se la enseña: está dentro del hombre mismo. Le llega como un don divino, al margen de la experiencia sensorial y del razonamiento. Así conoce el hombre a Dios y cree en la existencia de una vida eterna. Lo cual genera una fe ciega en esos valores tenidos como trascendentes.
En una actitud ciertamente contradictoria, santo Tomás habló del “dogma perversum” para referirse al dogma falso. Pero el dogma, por definición, no puede ser falso para el creyente. El “dogma falso” no existe: sería el antidogma.
3. El dogmatismo político. Es, por extensión, la tendencia a considerar determinados principios de la vida social como dogmas inmodificables y a someterse incondicionalmente a ellos.
El político dogmático considera que sus verdades ideológicas son absolutas y eternas. No se plantea siquiera el problema de su validez. Rehúye el análisis racional de ellas y las impone sin sentido crítico ni discusión. No admite el debate de su ideología. Ella está escrita de una vez para siempre. Sus principios y postulados están al margen del libre examen y la discusión.
Desde esta perspectiva, el dogma político es una proposición con pretensiones de verdad inmutable y eterna, que debe ser aceptada sin análisis personal, y que, como tal, sirve de base y principio incontrovertibles para la edificación de una teoría política.
El dogmatismo es, en este campo, la actitud contraria al racionalismo. Este erige a la razón como la autoridad suprema para el juzgamiento y búsqueda de la verdad. Concibe al mundo en forma racional y crítica, por lo mismo opuesta a todo prejuicio y a toda creencia que antes no haya sido calificada por la razón. No acepta como verdadero sino lo que se presenta al entendimiento humano en forma tan clara y distinta que no quepa ni una mínima duda, según la más pura concepción cartesiana. Y esa verdad tendrá siempre carácter provisional y estará permanentemente sometida a revisión por la experiencia. El mundo no es un almacén de cosas acabadas. Se hace todos los días. Es siempre perfectible.
Por tanto, la verdad de una >ideología política —que no es una verdad universal sino referida a un determinado espacio y tiempo histórico— se pone a prueba todos los días, no solamente por el debate de las ideas sino también por el contacto de ellas con la realidad social. Toda ideología es esencialmente perfectible. En este sentido, la ideología es tarea de todos los días y siempre será una obra inconclusa.
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