Voy a jugar fuerte para comenzar este texto: la teoría de la evolución es la teoría científica más importante que tenemos. Lo es porque es aquella que se encarga de explicarnos a nosotros mismos; la que responde a la pregunta acerca de qué es el ser humano. Y resulta que es hermosa. Hermosa, grandiosa como ninguna otra teoría. Y nos encumbra, junto a nuestros primos, como uno de los productos más fascinantes y maravillosos de la naturaleza. Además, es una de las teorías científicas más desarrolladas, congruentes y avaladas por las montañas de evidencia que la apoyan. La teoría de la evolución es un hecho. Podemos discutir pequeños detalles, pero negar que somos frutos de miles de millones de años de evolución biológica es un acto de profunda irracionalidad.
Pero la gente es irracional. Irracional y egocéntrica. Y por esa razón, a muchas personas y colectivos no les gusta la teoría de la evolución. Ellos no quieren una explicación que los ‘rebaje’ a simios y a ser parte de la naturaleza: quieren un relato grandilocuente en el cual un creador, normalmente bajo la forma de un macho alfa celestial, los ha creado. Un relato que los encumbre como dominadores de la naturaleza, poseedores de un alma sobrenatural, y que, además, no les haga pensar mucho. Quieren un relato facilón que explique el origen del ser humano según esquemas mitológicos y mágicos, que puedan entender sin hacer mucho esfuerzo cerebral. Porque pensar, aunque sea una actividad que da los frutos más importantes de esta vida, cansa y llega a aburrir.
En este texto me propongo analizar la forma más sofisticada hasta la fecha de negacionismo del hecho evolutivo: el diseño inteligente. Para ello, haré primero un definición no exhaustiva de la teoría de la evolución —con no exhaustiva me refiero a que va a ser un esquema que, aunque pretende ser riguroso, no tiene pensado abarcar más que ideas básicas. Tras ello, hablaré del diseño inteligente, repasaré sus argumentos y los rebatiré brevemente. Acabaré con algunas reflexiones finales. Y con el esquema básico expuesto y esta breve introducción en la que espero haberos enganchado a la lectura de lo que resta de escrito, vamos allá.
El árbol de la vida
(Apartado destinado a quienes quieran repasar nociones acerca de la teoría de la evolución)
La teoría de la evolución fue desarrollada por Charles Darwin, que fue, sin temor a equivocarme, una de las figuras históricas más fascinantes que nos ha legado la historia de la ciencia; así como una de las mentes más brillantes que han caminado sobre la tierra. Darwin no era inteligente porque supiera muchas cosas, sino porque era un trabajador incansable y una persona con una capacidad de pensamiento analítico realmente sobrecogedora. No fue una persona que tuviera grandes títulos en prestigiosas universidades, sino un gran observador, trabajador en equipo y viajero; además de un apasionado de la vida animal. La vida de Darwin cambió cuando se embarcó en el Beagle, un barco de la marina real británica que en su segunda expedición circunnavegó la tierra. Darwin entró a la expedición en calidad de naturalista, para colaborar en la investigación de la fauna que se fueran encontrando. Esto hizo que pasara una enorme cantidad del tiempo de la expedición en tierra firme, observando y recolectando animales, y también que tuviera mucho tiempo para leer —especialmente relevantes fueron sus lecturas de Malthus y Lyell— y reflexionar sobre sus hallazgos.
Así, hacia mediados de la década de 1830 Darwin ya había pensado, sobre la base de otros estudiosos anteriores a él como Lamarck o su propio abuelo Erasmus Darwin, que las especies sufrían cambios progresivos que las hacía evolucionar en el tiempo hasta convertirse en otras distintas. Esta es la base de la teoría de la evolución, que consiste en las siguientes ideas básicas:
1) Las especies y los individuos luchan por la supervivencia, compitiendo entre sí por los recursos, el espacio y, en última instancia, por la posibilidad de reproducirse.
2) La descendencia guarda rasgos parecidos con sus progenitores, que han sido aquellos individuos exitosos a la hora de reproducirse. Estos rasgos hacen que aumente la eficacia de ese linaje —la capacidad para reproducirse y sobrevivir—, pero también aparecen cambios imprevistos que pueden ser buenos o malos en relación al ambiente.
3) La selección de los rasgos más eficaces, durante largos períodos de tiempo —la vida lleva evolucionando más de 3500 millones de años— hace que, de forma lenta y gradual, las especies vayan cambiando hasta convertirse en otras.
Como vemos, la teoría de la evolución se ocupa del surgimiento y evolución de las especies, no de la aparición de la vida —esa teoría se denomina ‘evolución química’, y, aunque parecida en su algoritmo general, no es propiamente evolución biológica darwiniana. Los ejemplos para ilustrar estas ideas básicas podrían ser muchos. Propongo algunos:
1) Una jirafa nace con el cuello más largo que el resto de individuos cercanos. Es capaz, por ello, de alimentarse mejor al alcanzar hojas más altas. A estar mejor alimentada, es más fuerte, compite mejor con otros machos y puede reproducirse más. Poco a poco, sus genes van colonizando toda la población cuyo ambiente selecciona así a los individuos de cuello largo.
3) Dos poblaciones de pinzones son separadas por islas. En cada isla viven flores diferentes, en una de forma alargada y en la otra de forma chata. Los pinzones que viven en la de las flores alargadas serán naturalmente seleccionados hacia un pico largo, porque ello aumenta su capacidad para sobrevivir.
2) Las hembras de una especie se aparean con aquellos machos que tienen colores muy vistosos o estructuras muy incómodas, porque tener colores vistosos te hace una presa fácil y haber sobrevivido a esta condición es un indicativo de que eres un macho cuya herencia es muy interesante. Poco a poco, por influencia de la selección de las hembras, los machos pueden desarrollar formas tan inverosímiles como la cola de los pavos reales o los colores de las aves del paraíso —habitualmente a estos procesos se les denomina ‘selección sexual’.
Con el desarrollo de la genética se vivió la denominada ‘síntesis neodarwinista’, que explicaba muchas de las cosas que había dicho Darwin, pero ahora en términos genéticos más específicos —muchas otras no, porque Darwin se equivocaba en algunos puntos. Así, la selección natural afectaría a la expresión de los genes —al ‘fenotipo’—, pero la evolución se daría al nivel del genotipo. Este quiere decir lo siguiente: puedes aumentar tu eficacia, por ejemplo, aprendiendo una técnica de caza, pero esta no será transmitida a tus hijos porque no forma parte de la información genética. Si acaso, lograrás pasar a tu estirpe los genes que hicieron que seas especialmente listo, en el caso de que hayan sido genes y no, por ejemplo, haber estado cerca de una buena fuente de alimento por casualidad. El proceso evolutivo consiste, en última instancia, en que los cambios ambientales y de comportamiento van seleccionando los genes que mejor preparen al fenotipo para sobrevivir y reproducirse en el nuevo entorno.
Cabe hacer varias matizaciones al proceso evolutivo:
– Las especies se diferencian de forma gradual. Esto quiere decir que hay momentos en el proceso evolutivo en el que dos poblaciones son más o menos la misma especie —por ejemplo, dos razas diferentes. La diferencia clave tiene lugar cuando dos poblaciones emparentadas dejan de poder reproducirse. Hay varias razones para que esto suceda, pero la definitiva, con la que prácticamente no hay vuelta atrás, es que los gametos de ambas poblaciones ya no sean capaces de generar un cigoto por razones genéticas o de cariotipo —es decir, que las semillitas de mamá y papá ya no sean compatibles de lo diferentes que son. De todos modos, el concepto de especie es tremendamente neblinoso, y muchas veces decidir si dos individuos son o no de la misma especie es materia de puro consenso.
– Todo este proceso no tiene ningún fin. La evolución se da simplemente porque las especies compiten y el ambiente selecciona a los más aptos. Todas las especies de la tierra están igual de evolucionadas, pero lo han hecho para adaptarse a entornos diferentes. El ser humano no es el último eslabón de la evolución, hacia lo que tiende el proceso, sino una mera ramita más en el árbol de la vida, como cualquier otra. Los chimpancés están igual de evolucionados que nosotros, sólo que lo han hecho para entornos selváticos mientras nosotros quedamos aislados en cierto momento en un entorno de sabana —de ahí que caminemos bípedos, no estemos hechos para trepar árboles, sudemos para regular el calor y seamos capaces de correr grandes distancias tras una presa, entre otras cosas.
– La evolución es un proceso tremendamente derrochador. Las diferencias entre un individuo y otro —ya sea por mutación o por recombinación en el caso de la reproducción sexual— muchas veces son muy azarosas. Esos individuos no serán seleccionados y, quizás, perecerán. Esto puede parecer cruel, pero a la naturaleza le da exactamente lo mismo.
Que la evolución pueda ser un proceso cruel no quiere decir que tenga que dar lugar, necesariamente, a individuos crueles. Los individuos pueden colaborar y ser altruistas, siendo esta una estrategia evolutiva muy común. No siempre ser el más agresivo o el más dominante es lo que da mejores resultados; hay estrategias extremadamente exitosas mucho más sofisticadas. Los chicos buenos a veces triunfan, se llevan a la más guapa y tienen los mejores trabajos; los chicos malos a veces terminan en la cárcel, apuñalados o con trabajos mal remunerados.
– Pese a lo dicho sobre lo azaroso de las mutaciones o de la meiosis —el 50% de genes que acabarás pasando a tus hijos es una auténtica lotería—, el proceso en sí mismo no lo es. Por ejemplo, puede haber un individuo con una mutación tremendamente eficaz que muera por el impacto de un rayo, o que no encuentre ningún macho. O, quizás, un individuo muy poco agraciado que tenga su día de suerte. Pero, en líneas generales, pese a estos casos de poca relevancia estadística, la selección natural tiene lugar por serias y bien fundamentadas razones. Por ello, somos fruto de la evolución, no del azar. Nuestra presencia aquí es de todo menos azarosa.
– La teoría de la evolución no es sólo una teoría. Está avalada por miles, cientos, millones, de evidencias. Por trasatlánticos, por rascacielos, por montañas de evidencias. Todo casa, todo es altamente congruente. Hemos incluso visto casos de evolución en tiempo real —por no mencionar los casos de selección artificial: un creacionista con perro es, al fin y al cabo, un hipócrita. La evidencia zoológica casa con la geológica, que casa con la genética, que casa con la paleontológica y con casi cualquier estudio serio que se haga. La evolución es un hecho. La imagen que deja acerca de la vida es aún más impresionante que la de las religiones. La vida se abre paso por la tierra, diversificándose y adaptándose con complejos y enrevesados procesos que dan lugar a nuevas especies, todas ellas, en mayor o menor medida, primas.
¿Que dice la teoría de la evolución sobre nosotros? Lo que dice que es somos animales; parte del árbol de la vida. Que compartimos ancestros comunes y somos fruto del mismo proceso general que dio lugar a los dinosaurios, los lobos o el césped. Seres del superreino eucariota; cordados; vertebrados; tetrápodos; de la clase de los mamíferos; del orden de los primates; del infraorden de los simios —lo que habitualmente denominamos como ‘monos’—; de la familia de los hominidae; y únicos representantes vivos del género homo. Nuestros primos vivos más cercanos son, en este orden, los bonobos, los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. Aunque antaño teníamos otros primos mucho más cercanos, como los neandertales, los denisovanos o los pequeños hombres de Flores.
Espero, pues, que con esta brevísima explicación queden más o menos claras las ideas básicas de la teoría de la evolución por selección natural. Y que se hayan despejado dudas sobre, por ejemplo, por qué los chimpancés no evolucionan en humanos —comprender este hecho es la prueba de fuego; si no puedes dar una respuesta te animo a leer la explicación otra vez con esa cuestión en la cabeza.
El contraataque de la superstición
Darwin era perfectamente consciente de que la publicación de sus ideas sería un antes y un después en nuestra forma de entender la vida. De hecho, pese a tener ya su teoría bastante bien desarrollada, sufrió un tortuoso proceso de indecisión respecto a su publicación. Se enfermó, se adentró en estudios un poco absurdos y comenzó una espiral de comportamientos erráticos que los historiadores no saben muy bien cómo interpretar. Darwin no era un ateo militante, era una persona sensible a la no le gustaba demasiado discutir y que quería mucho a su familia, especialmente a su esposa, que era una cristiana convencida —aunque la imagen de su esposa como la de una fanática no tiene ningún sentido: lo cierto es que era una mujer muy culta e inteligente, que siempre fue muy comprensiva con los perturbadores descubrimientos de su marido. A veces, cuando hablaba sobre sus ideas con sus amigos, decia que hablar de ello era “como confesarse culpable de asesinato” —para entender la olla a presión que era la casa de los Darwin durante esa época la película La Duda de Darwin es una obra muy interesante.
Finalmente, y bajo el influjo de la presión constante de sus allegados y la carta de Alfred Russel Wallace, que había desarrollado la misma teoría y se disponía a publicarla, escribió y publicó un 24 de noviembre de 1859 El Origen de las Especies. Un dato curioso del libro es que en ningún momento menciona al ser humano —sólo una pequeña referencia al final. El libro trata de exponer la enorme cantidad de evidencia que Darwin había recopilado y la potencia explicativa de su teoría, pero siempre manteniendo cierta corrección política. Las reacciones fueron inmediatas y la sociedad victoriana de la época se escandalizó. ¿Cómo era posible que este tal Darwin pusiera en duda el fijismo bíblico —la idea de que Dios creó a las especies y se han mantenido inmutables? ¡Y encima osa insinuar que somos parientes de los monos! Darwin nunca participó activamente en los debates posteriores. Sí lo hicieron sus amigos, como el inagotable Thomas Huxley, y los choques dialécticos fueron realmente furibundos.
“Si tuviera que elegir por antepasado entre un pobre mono y un hombre magníficamente dotado por la naturaleza y de gran influencia, que utiliza sus dones para ridiculizar una discusión científica y para desacreditar a quienes buscaran humildemente la verdad, preferiría descender del mono.” (Huxley al Obispo de Oxford ante la pregunta acerca de si el mono en su familia provenía por el lado de su padre o de su madre. La leyenda cuenta que una mujer se desmayó).
Lo cierto es que el darwinismo ganó la partida fácilmente a la posición negacionista. Pese a la confrontación frontal que no ha dejado de recibir nunca por parte de los creyentes en dogmas religiosos, en pocas décadas la idea de la evolución de las especies por selección natural, siguiendo el algoritmo de descendencia y selección, se aceptó con práctica unanimidad en los círculos académicos. El debate evolución vs. creacionismo fue bastante sencillo para la biología —aunque ahí siguen, con aquellos que creen que la tierra tiene menos de 10 mil años para corroborarlo—, pero los fanáticos religiosos nunca se quedan quietos tras ser desenmascarados —nunca lo hacen, que para eso son fanáticos.
Al darse cuenta de que el creacionismo antievolutivo no tenía la más mínima posibilidad de hacer frente a una teoría del calibre y la evidencia de la teoría de la evolución, los defensores de la intervención de Dios en la creación de ser humano tomaron otra estrategia. Esta vez aceptaban la evolución como un hecho innegable, pero generaron una serie de pseudoproblemas a la teoría en los cuales colocaban la mano divina; al más puro estilo del Dios de los pseudohuecos. La evolución se convertía así en un proceso teleológico guiado por la mano de Dios, y llamaron a esta idea con el nombre de ‘diseño inteligente’, como pasaría a denominarse al creacionismo pseudocientífico desde mediados de los 80′.
El diseño inteligente está íntimamente ligado a la ultraderecha estadounidense, aunque se ha ido expandiendo por todo el mundo. Pugna con bastante fuerza por meterse en las clases de biología de los colegios, lo que parece ser su mayor aspiración: infectar a mente de los más jóvenes con ideas delirantes. No se trata, objetivamente hablando, de un punto de vista científico de ningún modo, dado que sus afirmaciones muchas veces son incontrastables y se niegan a aceptar la evidencia. Se trata de una pseudociencia de manual. De hecho, es una de las pocas pseudociencias oficiales, al haber sentencias judiciales en firme que así lo dictaminan. Al fin y al cabo su postura consiste en suponer erróneamente que los seres vivos son como los artefactos humanos: ingenios creados para un fin en particular. Esta idea viene de la escolástica medieval, presente de forma especialmente clara en los argumentos de Tomás de Aquino sobre la existencia de Dios. Los seres vivos no hemos sido ‘diseñados’ por nadie —y si lo hemos sido, vaya mierda de diseñador es Dios, porque tenemos más fallos que una escopeta de feria.
Sus principales argumentos son los siguientes:
1) La ‘complejidad irreductible’: Este es el argumento más famoso. Consiste en postular que, tal como están dispuestos los sistemas biológicos en los seres vivos, si uno quita una parte del mismo algunos dejan de funcionar. La complejidad del sistema no puede reducirse sin que sus propiedades se vean afectadas. Recordemos que la teoría evolutiva dice que no hay grandes saltos en el proceso, sino que es lento y paulatino. Lo que vienen a decir es que si pensamos que las alas de los pájaros se han desarrollado poco a poco, ¿qué utilidad tenían antes de poderlos hacer volar? Bueno, la respuesta a esto de cualquiera con algo de capacidad de razonamiento sería sencilla: planear. ¿Y antes de planear? Servir de paracaídas. ¿Y antes de eso? Bueno, no es tan difícil nacer con una membrana entre brazos y piernas, ¿no? La evolución suele ser un ejercicio de chatarrería, donde se aprovechan estructuras preexistentes para distintos fines en distintos momentos.
El ejemplo paradigmático de este supuesto problema es la apelación al flagelo bacteriano. El flagelo bacteriano es una estructura en forma de cola que usan algunas bacterias para moverse. Funciona como una hélice, lo cual es curioso, y tiene una estructura realmente interesante por lo eficaz e ingenioso de su funcionamiento. Ellos defienden que el sistema sólo puede funcionar como funciona con todas las piezas, y quizás es verdad. Pero, ¿por qué tendría que haber funcionado antes como funciona ahora? Podría haber funcionado como un flagelo o cilio eucariota, o secretando alguna sustancia, o incluso haber tenido otra función ajena al desplazamiento. Uno escucha estos argumentos tan pobres y no puede evitar sorprenderse de lo desesperada que está esta gente por salvar la mano de Dios como para refugiarse en los flagelos de las bacterias, y encima con argumentos tan pobres.
El argumento clásico es el del ojo. Se supone que el ojo es demasiado perfecto como para ser producto de la selección natural —lo cual no es cierto, dado que tiene varios puntos ciegos y otras cosas de diseño francamente deficiente. Además, los ojos no fueron desarrollados para ver cuadros en el Museo del Prado, ni para ver la última de Star Wars. Lo fueron para reconocer luz, formas y figuras de todo tipo, y un 1% de detección de luz es mejor que 0%. Son tan adaptativos que hay más de 20 líneas evolutivas de ojos totalmente difereciadas -es decir, los ojos de los pulpos y los nuestros se han desarrollado de forma totalmente autónoma, por evolución convergente, porque nuestro antepasado comun carecía de ellos.
2) La ‘complejidad especificada’: Este argumento afirma que todo aquello que presente complejidad especificada ha de ser fruto, necesariamente, de un diseñador inteligente. Por ejemplo, una letra no tiene complejidad y una lista arbitraria de ellas es compleja, pero no específica. Una palabra, en cambio, es compleja y específica, y es fruto de seres inteligentes. Este argumento lo extrapolan al código genético, que es un recetario para la síntesis escalonada y ordenada de las proteínas que conforman nuestro cuerpo durante el desarrollo embrionario. El ADN, decimos, contiene ‘información’, y hay un lector —normalmente los ribosomas— que se encarga de leerlo —mediado por el ARN mensajero.
Dembski considera —porque le da la real gana, no por otra cosa—, que toda complejidad especificada con probabilidad menor al 10% no puede ser fruto de la selección natural. Evidentemente, la probabilidad de que el ADN se conforme de forma precisa para poder guiar el desarrollo de un animal es muy baja, con lo cual… tachán… Dios lo tiene que haber escrito.
El argumento de Dembsky es todavía más flojo que el anterior. El problema básico reside en dos puntos. (A) ¿Por qué todo aquello con baja probabilidad no puede ser fruto de la selección natural? ¿Es más probable que un dios más allá del tiempo y del espacio, con tres personalidades y dudoso gusto por los genocidios con lluvia, creara el ADN, o que este sea fruto de la selección natural paulatina? No soy experto en probabilidad, así que dejo las respuestas a vuestro juicio. Y, (B) además, su cálculo se basa en la idea de que la probabilidad de la existencia de nuestro ADN es la misma que si tiráramos al aire 20 mil genes y estos cayeran ordenados según están en nuestros cromosomas. Una idea absurda, muy absurda, incluso para él. El código genético es producido por miles de millones de años de selección genética, por prueba y error, y se va afinando según este algoritmo hasta tener la configuración que se requiere para formar un sapo, un ser humano o un armadillo.
3) El argumento de universo afinado: Con este no me voy a liar mucho, porque es una mera bomba de intuiciones sin mucho sentido. Dice que el universo es sorprendentemente perfecto para la existencia del ser humano. En efecto, incluso pequeñas variaciones en las características fundamentales del universo —por ejemplo más proporción de materia oscura—, haría que los seres humanos no pudiéramos habitarlo. Pero es que la respuesta es tan sencilla como darse cuenta de que si habitamos el universo es justamente porque es así. Nosotros nos hemos adaptado a él, no él a nosotros. En física esto se llama ‘principio antrópico’.
Algunas palabras finales
Una vez se entiende cabalmente la teoría de la evolución por selección natural, ya no hay vuelta atrás. Es todo tan elegante, lógico y explicativo, que todos estos argumentos del diseño inteligente quedan reducidos a sinsentidos desde la primera lectura. La educación científica es tremendamente importante para desarrollar individuos con capacidades de razonamiento crítico, pero en el caso de la teoría de la evolución todo se vuelve especialmente delicado. No comprender esta teoría es no comprender qué eres, quién es tu familia y de dónde vienes. Incluso tiene implicaciones respecto al sentido de la vida. Dado que la vida en sí misma no tiene el sentido bíblico de ser un valle de lágrimas, cada cual es libre de crear su propio sentido vital, independientemente de lo que digan los curas y fanáticos. Dejar que esa gente asalte las mentes de los niños con sus ideas sectarias es el peor favor que podemos hacerles. Porque si se esfuerzan tanto para que la idea del origen divino siga viva, aunque sea parasitando a la ciencia, no es por otra cosa que por el control. Son ideas que les permiten controlar a las personas, distorsionando su propia autoconcepción.
Yo estoy muy orgulloso de ser un animal. Muy orgulloso de ser un mono, porque ser un mono es de puta madre; prefiero ser un mono libre y autónomo que el producto de laboratorio de algún dios caprichoso que, por alguna extraña razón, necesita que lo adore, me someta y le baile el agua. Me siento bastante mejor siendo un mono que un esclavo, la verdad. Porque el hecho de que estemos vivos no deja de ser fascinante aún quitando de la ecuación lo del jardín con la serpiente que hablaba. Al fin y al cabo, quién iba a decirles a las primeras moléculas autoreplicantes de este planeta que iban a poder estar aquí, como estoy yo ahora mismo, escribiendo estas líneas y siendo consciente de lo que soy y de dónde vengo.
¿Cuál es el problema, al fin y al cabo, de ser animales? Porque, sinceramente, si tienes un problema con mis amigos los animales, tienes un problema conmigo.
Bibliografía complementaria:
- La mejor introducción a la teoría de la evolución, y una de las obras científicas y literarias cumbres de los últimos tiempos, es El Gen Egoísta, de Richard Dawkins.
- Para una introducción un poco más compleja aunque accesible, La Peligrosa Idea de Darwin, de Daniel Dennett, es un libro extraordinario.
- Para la historia del diseño inteligente el Denying Evolution de Massimo Pigliucci es un detallado repaso.
- Para refutaciones en detalle de los argumentos creacionistas en todas sus versiones El Relojero Ciego, también de Dawkins. Y El genio de Darwin es un documental realmente extraordinario sobre el tema, dividido en tres capítulos donde se aborda el diseño inteligente en el útimo.
Por Angelo Fasce. Filósofo de la Ciencia