Un 20% de los israelíes son árabes. Cuentan, en el papel, con los mismos derechos y deberes que la población judía. La realidad es otra: viven como ciudadanos de segunda
Como cada 30 de marzo, se conmemora el Día de la Tierra Palestina para protestar contra la ocupación israelí, que, desde 1948, marca el inicio de un enfrentamiento histórico. Para muchos judíos significó el año en el que por fin encontraron su hogar. Para los palestinos, el día en el que el Imperio Británico se retiró de su tierra supuso el inicio de su catástrofe, o nakba. Israel ha dividido Palestina y se ha establecido en la región formando un estado heterogéneo, donde los saltos de una clase a otra son abismales. Por encima de todos están los judíos originarios de Europa Occidental. A otro nivel está el resto de la población hebrea, no tan bien considerada como los llamados ashkenazíes. Y por debajo de todos ellos se encuentran los árabes de religión no judía, otras víctimas de un conflicto con más de 60 años de historia.
Israel ha quintuplicado su población desde el 48, un vertiginoso crecimiento que ha sido posible gracias a una alta tasa de natalidad y al desembarco de tres millones de judíos. Sin embargo, al Gobierno israelí se le presenta un gran desafío: prepararse para convertirse en un país binacional. Y es que la población árabe israelí, mayoritariamente musulmana, crece a un ritmo sumamente superior a la de los judíos. Mientras éstos últimos tienen una media de 2,7 hijos, los palestinos en Israel rozan los cuatro. La población árabe, que es ya de 1,5 millones de personas (en un Estado de algo más de 7 millones), pronto podrá constituirse en el 30% de la población total, frente al 20% actual.
Los judíos tienen una media de 2,7 hijos, los palestinos rozan los cuatro
A los cientos de miles de árabes que decidieron permanecer en sus casas cuando las tropas británicas se marcharon de Palestina se les concedió la ciudadanía, pero nunca la nacionalidad, ya que Israel se considera Estado Judío y ellos no lo son. La discriminación en Israel no es una mera sensación, sino el producto de una relación desigual, la cual puede apreciarse en el nivel de educación, el tipo de ocupación profesional y, definitivamente, en el nivel de vida. "En teoría, desde 1952 son iguales ante la ley y disfrutan de los mismos derechos y deberes que los judíos, pero esto en la práctica no es así", explica Marcos Rebollo, periodista y experto en Oriente Próximo y que ha desarrollado gran parte de su carrera entre Gaza y Cisjordania, los territorios ocupados.
La tierra, para el judío
Las diferencias de oportunidades entre comunidades son evidentes y medibles según parámetros concretos. El 70% de la población árabe israelí es pobre, uno de cada tres niños pasa hambre, el paro asciende al 25% y sólo el 17% de las mujeres árabes trabaja, frente al 52% de las hebreas, según informes de Mossawa, ONG de defensa de los derechos civiles de los árabes israelíes reconocida por la Comisión Europea.
El ejército israelí ha arrasado miles de hectáreas de tierra agrícola palestina
Una de las medidas discriminatorias pasa por la tierra. Cerca del 92% del suelo de Israel es propiedad del Estado y administrada por la llamada Autoridad de la Tierra de Israel. Este organismo está constituido bajo unas normativas que niegan el derecho a residir, a abrir un negocio y muchas veces a trabajar a los que no son judíos. Por si eso no fuera poco, el crecimiento de los asentamientos de colonos es una realidad que continúa en marcha, pese a las condenas de la ONU, para garantizar que el suelo del estado de Israel esté poblado por ciudadanos judíos.
Para que la vinculación del territorio árabe a la población judía se hiciera del todo efectiva, las destrucción de las casas palestinas se ha convertido en un fenómeno, aparentemente exclusivo en Gaza, Cisjordania o Jerusalén Este, que también se da en áreas fuera de los territorios ocupados. Desde el último tercio del año 2000 se ha intensificado la destrucción y demolición de los inmuebles de la población árabe. El ejército israelí ha arrasado miles de hectáreas de tierra agrícola palestina, que constituye el recurso básico de su economía. Se han arrancado árboles frutales y destruido cientos de invernaderos, sistemas de irrigación, bienes e instalaciones y equipamientos agrícolas, además de decenas casas y otras infraestructuras.
Nunca un partido árabe ha entrado en alguna coalición de gobierno
Árabes no judíos y judíos israelíes viven separados y cuando les toca compartir una ciudad no lo hacen revueltos. En Israel funciona un sistema con dos lenguas oficiales: el hebreo y el árabe. Los árabes israelíes suelen vivir al norte del país, en la zona de Galilea, o al sur, en el desierto del Neguev, aunque también hay ciudades mixtas donde las dos comunidades viven separadas dentro de sus propios barrios o ghettos.
La cuestión militar
Los árabes israelíes pueden votar pero sus partidos en la Knéset (el Parlamento israelí) "apenas tienen reconocimiento y eso que entre los tres (Ra'am-Ta'al y Hadash obtuvieron cuatro escaños y la restante formación árabe, Balad, obtuvo tres en las últimas elecciones israelíes celebradas en febrero de 2009) suman más de 10 diputados", comenta un ex soldado israelí que abandonó su casa en Israel para vivir "más tranquilamente", como dice él, en España.
"¿Qué diferencia a un soldado israelí de un miliciano palestino? Unos son mucho más eficaces matando que los otros"
Nunca un partido árabe ha entrado en alguna coalición de gobierno, con lo que la población a la que representan queda al margen de las decisiones políticas. Y es que, como explica Rebollo, "sólo los judíos de la diáspora tienen derecho a entrar en Israel, establecerse y conseguir así la nacionalidad. Con ella, consiguen beneficios financieros, pero que varían según el país del que procedan, ayudas, que en ningún caso, llegan a los palestinos del 48 (en referencia a las 160.000 personas que no abandonaron sus casas cuando se constituyó el estado de Israel)".
Otro ejemplo de política discriminatoria es la derivada de la formación militar. Los jóvenes que acaban la mili se benefician de créditos, becas, prestaciones o, incluso, trabajos públicos. Ayudas que no reciben los árabes israelíes al no pasar por la formación militar. "El ejército es la institución básica del estado, en torno a la cual rige la vida de todos los judíos israelíes que alguna vez en su vida se convierten en soldados (los judíos ortodoxos están exentos de la formación militar)", dice Rebollo, experto en Oriente Próximo.
"Los árabes no hacen la mili porque no les llaman", explica Rebollo. "Sería impensable que le dieran un fusil a un palestino para que sirviera y acabara disparando contra sus hermanos de Gaza o Cisjordania", continúa. La formación militar dura tres años y en el último es obligado ir a los territorios ocupados. "La confrontación era una práctica más bien rutinaria. La instrucción militar en estas zonas es esencial para entender el papel del Ejército", comenta el exsoldado, que prefiere guardar su identidad en el anonimato. "Lo tengo muy claro. ¿Qué es lo que diferencia a un soldado israelí de un miliciano palestino? Pues que unos son mucho más eficaces matando que los otros", concluye.
"En Israel hay racismo, los palestinos del 48 son considerados como terroristas"
En este escenario de violencia justificada o injustificada y de desigualdad de oportunidades, Israel se rige bajo un Gobierno que ha colocado al frente de la cartera encargada de las negociaciones de paz con las autoridades palestinas, la de Exteriores, a un "racista confeso", Avigdor Lieberman. "La presión que sobre estos ciudadanos de identidad confusa ejerce el Gobierno y buena parte de la sociedad israelí se materializa en muchos otros campos, como el sanitario, donde no hay inversión hospitalaria en zonas árabes o el educativo: se borra su historia", comenta Rebollo.
La gente de Gaza y Cisjordania ya se empieza a contentar con menos, con lo inmediato: que le dejen llegar al trabajo, que quiten ese control, que le dejen emigrar de Gaza, que suavicen el bloqueo… "En Israel hay racismo, los palestinos del 48 son considerados como terroristas. Las iniciativas de integración no serán efectivas mientras no haya una evolución real", concluye el experto. Iniciativas que pasan de puntillas por un territorio estremecido, mientras que los posibles acuerdos de paz no facilitan decisiones políticas que tengan en consideración el fin de violentas discriminaciones ya históricas.
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