La actitud del Episcopado daría risa si no fuera esperpéntica. ¿Es que tiene la exclusiva de la moral?
España es un país bien pinturero. Y algo exagerado. Hace 50 años, cualquier capital de provincia que sobrepasase la cifra mítica de 500 establecimientos dedicados al consumo de bebidas podía jactarse de contar con más bares que toda Finlandia junta. Eso sí, en la mayoría de esos locales se prohibía entonar canciones, pronunciar palabras malsonantes y blasfemar. Vano empeño. Pocos idiomas tan dotados como el común a todos nosotros, en todo el universo mundo, para mentar al Creador a todas horas: por Dios, vaya por Dios, ojalá, adiós, con Dios, m… en Dios, todo dios, olé, hala… son unas pocas muestras de esta tendencia nacional a coleguear con todo quisque con una confianza que se diría extrema y despiadada. La verdad es que ni Dios se salva de ella.
De 50 años hacia aquí hemos progresado mucho. No solo no ha disminuido el número de bares, que se ofrecen más acogedores que no pocos domicilios conyugales, sino que incluso se ha incrementado y el país se ha convertido en una fiesta. Hemos inventado el botellón, conseguido una sociedad noctivaga y somos una especie de Las Vegas permanente, y, aunque seguimos siendo incapaces de inventar nada por propia iniciativa –ya saben, que inventen ellos–, sí acogemos las invenciones foráneas con una hospitalidad que se diría obsecuente. ¿Qué significa obsecuente? Se lo explicaré con un chiste algo soez, discúlpenlo, es el del ayudante de cátedra que mientras estaba siendo sodomizado se volvió cortésmente y le dijo al actuante: perdone, señor catedrático, que en situación tan íntima tenga que darle la espalda. Así, obsecuentemente acogemos a toda cuanta mafia opera por el ancho mundo, desde la siciliana hasta la rusa, desde la japonesa hasta la napolitana, la calabresa y cualquier otra que tenga a bien acercarse hasta nosotros, cárteles colombianos incluidos. Es la moral ambiente.
AHORA RESULTA que somos el mayor consumidor del mundo de cocaína. Superamos a Estados Unidos. A menudo nos olvidamos de que Estados Unidos se compone de 52 estados y abarca un continente entero. Consumimos más cocaína que cualquiera de ellos y más que la suma de lo que consumen todos ellos. Vamos en cabeza. ¿O iremos de cabeza? Algo pasó en la estructuración de nuestra sociedad; es decir, algo falló. Durante siglos, la moral –porque es posible sospechar que de lo que estemos hablando en definitiva sea de moral– ha sido algo elaborado bajo la directa influencia del Espíritu Santo que siempre se nos manifestó a través de las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana. Esto es así y, si me permiten decirlo de este modo, esto es algo que va a misa.
De Trento hasta nuestros días, la sociedad española ha sido educada en el predominio de los sentimientos sobre la razón e inducida a creer en vez de motivada a pensar. Cuando no se prohibió a nuestros estudiantes acudir a estudiar en las universidades extranjeras, se alteró el quinto mandamiento de la Ley de Dios, aquel que dice "no matarás", por "matarás con justicia" y, según los tiempos, se impartió una doctrina, cambiante y aleatoria, que se acoplaba obsecuentemente a los intereses de quienes ocupasen el poder en cada momento. El fracaso de la moral así impartida ha sido morrocotudo, si uno juzga los resultados y observa esta sociedad nuestra, tan desestructurada y carente de una moral, ya que no religiosa, sí social y capaz de cohesionarla en la debida forma. Algo que es obvio que no sucede.
Por eso es llamativo el esfuerzo que está haciendo la jerarquía eclesiástica española llamando a la desobediencia civil, a la objeción de conciencia, manifestada ante la ense- ñanza en los centros escolares, no en las iglesias, por la creación de asignatura tan necesaria que eduque en la ciudadanía, en la moral que deba serle propia, en la moral social imprescindible que nos dote de la cohesión que no tenemos, estructurándonos como sociedad y señalándonos metas de las que históricamente carecemos.
CAUSARÍA RISA la actitud de la Iglesia española si no resultase esperpéntica. ¿Es que es ella la depositaria de la moral ciudadana y solo a ella compete impartir doctrina a este respecto? ¿Qué autoridad moral, precisamente moral, es la que la asiste después de tanto tiempo transcurrido detentando la exclusiva de la impartición de doctrina, de doctrina moral, pero también social y no únicamente religiosa? ¿Es que no debe haber más moral que la religiosa? ¿Es que debe el Estado –es decir, ese instrumento del que la sociedad se dota a sí misma, no para servirse de él, sino para que este la sirva– seguir delegando tamaña responsabilidad en esta concreta institución eclesiástica o deberá ampliarla a todas las demás? ¿Pretenden acaso los reverendos que cuando tengamos seis millones de votantes musulmanes, como ya tienen nuestros vecinos franceses, esa otra moral se enfrente a la suya y el enfrentamiento de ambas pueda acabar por triturarnos a todos?
A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. No se necesitan más Cruzadas, y ya inician otra, llevan tiempo haciéndolo. Pero si en ocasiones precedentes los resultados fueron unos, ahora pueden ser distintos. Acoplarse a los tiempos, atender a las necesidades de la gente en lugar de someter esta a las necesidades e intereses de una jerarquía que se ha quedado obsoleta, enquistada en unos dogmas que ya ni siquiera se predican, pero que siguen determinando unas actitudes que, de tan rancias, están vaciando las iglesias, sus aulas durante siglos, ese el problema. No otro.