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Dios y Cesar en el Minivaticano de Madrid

No al minivaticano 1La máxima de “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” se ha usado para justificar durante 2000 años la ayuda mutua entre poder político y poder eclesial, en el interés de ejercer ambos su dominio sobre la sociedad. Nuestra débil democracia padece de esa herencia. La reciente aprobación del Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares por el Ayuntamiento de Madrid es muestra de ello. El alcalde Ruiz Gallardón, obsesivo aspirante a César y Rouco Varela, máximo representante de Dios en nuestro país, juegan su partida de poder con absoluto desprecio a los ciudadanos, a quienes tratan como súbditos y seglares herederos de la noche medieval.

¿Cómo si no entender el despropósito de ese “minivaticano” que invadirá la Cornisa del Manzanares? ¿Qué puede explicar que un espacio respetado durante siglos tanto por su belleza paisajística1 insustituible como por su valor cultural y arqueológico2 sea sometido a esa agresión, a pesar de la resistencia de los ciudadanos de la zona y de la oposición de instituciones como el Colegio de Arquitectos de Madrid y profesores paisajistas de la Escuela de Arquitectos, entre otros?

Sólo desde el egocentrismo de personajes como Rouco Varela, obsesionado con construir su minivaticano antes de jubilarse en 2011, dejándolo como señal de su paso por la Tierra, puede entenderse la machaconería con que ha perseguido ese objetivo a pesar de la oposición ciudadana. Sólo desde la prepotencia puede querer implantar su minivaticano en esa zona de riqueza paisajística, cultural y arqueológica, emulando a sus antecesores cuando clavaron la catedral católica en medio de la gran mezquita de Córdoba. Sólo desde esa megalomanía de poder puede comprenderse que requiera 14.000 m2 de edificación y 200 plazas de garaje ¡nada más que para la sede de su arzobispado!, es decir, ¡el equivalente a 140 viviendas de 100 m2 cada una! Y lo van a hacer en medio de esta crisis, con cientos de miles de familias asfixiadas por sus créditos hipotecarios.

Sólo desde un poder encumbrado, puede pensarse una residencia para sacerdotes jubilados de 3147 m2, en ese lugar privilegiado de Madrid, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos de la capital tienen que buscar su residencia fuera de esta. Sólo desde la soberbia de un poder parasitario, succionador de cuantiosos recursos públicos, puede construirse una biblioteca diocesana de 6000 m2, de exclusivo uso para quienes puedan acceder a esta parcela por la calle privada que se construirá al efecto. Y todo ello, además, teniendo al lado un voluminoso edificio de Seminario, de 18.000 m2, casi vacío como consecuencia de la situación de crisis vocacional de sacerdotes. ¿Cabe mayor despilfarro megalómano?

No al minivaticano 2¿Pero, por qué se acepta desde el poder municipal esa desmesura? Sólo desde el entendimiento de las características de un personaje como Ruiz Gallardón pueden atisbarse las razones. ¿Quién ignora su obsesión por conquistar el papel de César en nuestro país? Para ello precisa buscar apoyos y restar enemistades, como buen discípulo de Maquiavelo. A quien no pueda vencer, ha de atraerlo. Por tanto, ¿resulta extraño que busque el apoyo de una jerarquía eclesiástica que le ha venido machacando desde la COPE favoreciendo a Esperanza Aguirre, su competidora al sillón del imperio? ¡Que mejor señuelo que hacer posible el sueño dorado del minivaticano del Sr. Rouco! Sólo así puede entenderse que un alcalde que ha cuidado con esmero su imagen de hombre culto sea capaz de permitir esta agresión a los bienes de interés cultural aprobando un Plan Parcial que permita arrasarlos con el báculo del arzobispo. Solo así puede comprenderse que un alcalde que cuida su imagen de hombre mesurado, admita la desmesura de aprobar un plan parcial que multiplica por cuatro la edificabilidad que tenia la Iglesia en la zona.

¿Y yo?, podríamos preguntar millones de ciudadanos ante el espectáculo del César municipal protegiendo a la especie de la jerarquía eclesiástica. ¿O cabe duda de que ese 70% de ciudadanos, que ya se niega a suscribir la casilla de la Iglesia en el IRPF a pesar de que eso no les exige poner ni un solo euro de su bolsillo, estarían en contra de ese minivaticano que depreda el patrimonio de su ciudad? Porque, aparte de ese 20% de población agnóstica y atea siempre discriminada y siempre ignorada excepto a la hora de pagar, es hora de desbaratar el cínico argumento de que lo que se entrega a la jerarquía eclesiástica sirve a ese 80% de ciudadanos que se declaran católicos. Es hora de gritar muy alto que las encuestas dicen que tan sólo un 30% de los ciudadanos son católicos practicantes. El resto da la espalda a esa jerarquía, como lo demuestra la declaración del IRPF. Esto evidencia la sangrante discrepancia entre la iglesia entendida como comunidad de creyentes y la Iglesia como organización jerarquizada controlada moral y económicamente por una cúpula dictatorial, cuyos preceptos poco o nada tienen que ver con las normas de conducta y de vida de la mayoría de los creyentes católicos. ¿Cuántos, incluso de este treinta por ciento de practicantes, rechazarían el minivaticano por el desaguisado que supone en el patrimonio de su ciudad y el despilfarro megalómano que significa, realmente esperpéntico en la actual crisis?

No creo que quepa duda que una consulta directa a los ciudadanos sepultaría el proyecto. Pero esta democracia está secuestrada por mecanismos que nos limitan a elegir césares cada cuatro años con patente de corso hasta las siguientes elecciones. Mientras tanto, nuestra libertad de conciencia se restringe a tratar de entender lo que pasa y manifestar nuestra repulsa, tomando nota para el futuro. Quizás algún día consigamos transformar el sistema para que los elegidos sean servidores públicos, revocables por los ciudadanos en el momento en que incumplan sus deseos, sin dejarles actuar como césares despóticos y acorazados durante el largo periodo entre elecciones. Quizás algún día podremos tener una sociedad laica, sin los privilegios atávicos de las cúpulas eclesiales, impuestos no solo sobre ateos y agnósticos sino sobre la mayoría de los creyentes de sus propias religiones. Quizás suceda cuando tomemos conciencia de ciudadanos, negándonos a jugar el papel de súbditos y de seglares que quieren asignarnos los césares y apoderados de dioses. Quizás el problema es que comprendamos que no tenemos por qué “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, sino ser soberanos e imponer que, en el ámbito público, se diga “adiós a lo que es de Dios y a cesar al César”.

Jesús Espasandín. (Miembro de la Asociación Laica de Rivas)

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