El Estado mexicano existe a pesar de la jerarquía católica. En los momentos decisivos de la historia patria la jerarquía se ha puesto al lado de los adversarios del Estado. Una aseveración ruidosa pero cierta. No hablo, para evitar equivocaciones, de creencias personales, de visiones de lo que ocurre después de la muerte, el paraíso o el infierno. Nada de eso. Eso es propio de otra dimensión. Hablo de la jerarquía católica como el más antiguo y persistente poder fáctico en el país.
Su principal misión como grupo de poder ha sido someter al Estado laico mexicano. No se conforman con pescar almas, que para eso están. Quieren que todos, creyentes o no creyentes, vivan como ellos quieren y que si no lo hacen el Estado los obligue a hacerlo. Eso, hacer que la gente viva como uno quiere, es una definición descarnada y exacta del poder. Su reino, como el de Jesús, debería ser de otro mundo. Al parecer se saltaron esa página de las escrituras. La jerarquía quiere imponerse en la tierra y por eso muchos de sus integrantes tienen pase automático para el infierno.
Benemérito.- Así las cosas, la separación de la Iglesia y el Estado ha sido un seguro de vida para el Estado mexicano que de otra manera se hubiera desvanecido desde tiempos de Benito Juárez. Si el Estado mexicano no hubiera sido laico, no existiría. La jerarquía católica en México no se conforma con atender los asuntos de Dios, quiere los del César. Las relaciones siempre han sido hostiles. Hace menos de cien años soldados federales y guerrilleros cristeros protagonizaron un baño de sangre. La Guerra Cristera abrió muchas heridas que cicatrizaron mal.
Resulta de primera importancia, para la continuidad del Estado, que el gobierno no ceda a las presiones de la Iglesia. La ofensiva actual de la jerarquía católica en contra del matrimonio igualitario desempolvó rencores que algunos pensaron superados, pero no. Para infortunio de todos, el gobierno de Peña Nieto no resiste las olas bravas. Como los obispos se enojaron y empezaron a despotricar, el gobierno se asustó y sacó el pañuelo blanco para pedir paz. Los obispos insultaron al Presidente y han tratado con rudeza innecesaria, de forma inclemente, a la comunidad homosexual, lo cual es como darse un tiro en el pie.
La jerarquía no tiene, en este caso, autoridad moral. Muchos obispos fueron parte del aparato que encubrió, por décadas, los abusos del padre Maciel y de otros curas pederastas. El cardenal Rivera debió exponer ante Maciel su alegato sobre el ano, que tanta difusión ha tenido. ¿Por qué lo encubrieron? Lo hicieron a cambio de poder y dinero y, claro, por temor al escándalo. El caso es que ya le perdieron el miedo al escándalo. Van por todas. Ya se percataron de que el gobierno es vulnerable, que se asusta. Apretaron un poco y ganaron la batalla del matrimonio igualitario. Lo que sigue, lo estamos viendo en diferentes estados, es regresar el reloj de la historia en materia de aborto. Tal parece que se tendrán que dar, otra vez, las batallas en favor de las libertades individuales que se libraron hace un cuarto de siglo.
En su lucha contra el matrimonio igualitario la jerarquía católica se metió de lleno en el terreno electoral. Los obispos recordaron que su ira puede influir en el sentido del voto, que puede ser factor en la formación de gobiernos. Su fuerte son las cuotas de poder. Bondad y compasión ocupan páginas interiores. Están en lo que siempre han estado: buscando someter al Estado mexicano.