Mientras escuchaba el discurso que William Barr, el fiscal general, pronunció la semana pasada en la Escuela de Derecho de la Universidad de Notre Dame, me vino a la mente el título de una vieja película, Dios es mi copiloto . Me di cuenta de que los empleados de Donald Trump le han dado un giro a este título que les va mejor: si algo nos dice el discurso de Barr es que su estrategia es convertir a Dios en el cómplice de su jefe.
No sólo declaró que la secularidad es mala; también dijo que el daño que inflige es intencional: “Esto no es deterioro. Es destrucción organizada”. Si este tipo de mensaje no les da miedo, debería, pues es el idioma de las cacerías de brujas y las matanzas.
No obstante, William Barr —repito, el máximo funcionario encargado de la procuración de justicia, responsable de defender la Constitución— suena, de manera sorprendente, como los fanáticos religiosos más trastornados, como el tipo de gente que insiste en que se siguen cometiendo asesinatos masivos porque las escuelas enseñan la teoría de la evolución. ¡Las armas no matan a las personas, es Darwin!
Entonces, ¿qué está pasando? Perdón por mi escepticismo, pero tengo serias dudas respecto a que Barr, cuyo jefe debe ser el hombre menos religioso que ha ocupado la Casa Blanca, de repente se haya dado cuenta con horror que Estados Unidos se está volviendo más laico. No, este arrebato de hablar de Dios seguramente es una reacción a la manera en la que el cerco se está cerrando alrededor de Trump, ante la gran probabilidad de que sea sometido a un juicio político por delitos graves y faltas menores.
La respuesta de Trump a este predicamento ha sido intensificar los desagradables ataques en un esfuerzo para congregar a sus bases. El racismo se ha vuelto todavía más explícito y la paranoia sobre el Estado profundo más extrema. Pero ¿quiénes conforman las bases de Trump? Por lo general, suelen ser blancos de la clase trabajadora, pero, si analizamos con mayor detenimiento los datos, vemos que son un grupo más específico: en realidad se trata de blancos evangélicos de la clase trabajadora que siguen con Trump a pesar de las pruebas crecientes de su mala conducta e ineptitud para ocupar el cargo más importante de la nación.
Así que Trump se refugia, más bien, en la intolerancia, racial claro está, pero ahora también religiosa.
Paul Krugman