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Diálogo y laicismo

Nosotros hablamos, charlamos o contamos chistes. Dialogar es distinto. En un diálogo que no sea un concurso de gritos o un conjunto de palabras vacías, dos posturas, argumentando, están a favor o en contra de un determinado tema. El diálogo, por eso, no solo supone que se debe razonar, sino que no hay que aplastar al otro; si no, por el contrario, dejarle un hueco para que pueda responder. De esa forma se alcanza una verdad o un acuerdo surgidos desde bandas opuestas. Nada más tonto e irracional que apabullar sin escuchar, llenar el ambiente de emociones o tomar al otro por un muñeco. Y es que, cosa esencial, la verdad total o absoluta no existe y, por tanto, si se reconoce que los argumentos del contrario son superiores se debe abandonar la opinión propia en función de la razón del otro. Y es que, repitámoslo, hay verdades, pero no Verdades con mayúscula. Quien las tenga, que las mastique, que se las coma pero que no se las imponga a nadie. Y esto vale, especialmente, en asuntos que no son tan fáciles como, por ejemplo, afirmar que dos y dos son cuatro o que el sol saldrá mañana. En asuntos, concretamente, relacionados con la religión.

Religiones ha habido, hay, y quién sabe si, y durante cuánto tiempo, las habrá. Y las hay de todo tipo. Unas tienen muchos dioses y otras, aunque suene raro a ciertas orejas, ninguno. El budismo y, más si cabe, el jainismo, y es probable que otras orejas no se hayan enterado tampoco de su existencia, son un ejemplo destacado de religiones ateas. Es más, a estas últimas muchos las llaman sabidurías, que no religiones. En el extremo opuesto se sitúan las monoteístas. Las tres que habría que destacar son el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Dichos monoteísmos no se conforman con afirmar que existe un Dios, sino que es único, que no hay ningún otro que le haga sombra. Se me indicará inmediatamente que, dentro de las tres religiones, todas ellas emparentadas y una de las cuales está enroscada en nuestra cultura, los creyentes son muy variados, la interpretación de sus dogmas varía también de un lugar a otro y las disensiones internas, a veces tomadas como herejías, no permiten que tengamos un cuadro o idea compactos de tales religiones. Eso es verdad. No es lo mismo, en el cristianismo, un evangelista estricto que un teólogo de la liberación o, en el islamismo, un sunita wahabista que un muy secularizado bosnio. Pero bajo esa verdad no se puede colar cualquier mercancía o marear tanto la perdiz que no sepamos si hablamos de pájaros o de peces.

Y es que no vale decir que son los integristas, fundamentalistas o dogmáticos los que corrompen la esencia de las religiones en cuestión. Sobre tales esencias y lo que conformaría su núcleo o autentico mensaje se ha escrito y se escribe hasta la náusea. Y la Biblia o el Corán reciben tantas interpretaciones como intereses estén en juego. Lo que importa es por qué se sigue llamando, desde la estructura básica de esas religiones, asesinos a los que defienden un aborto regulado, se lapida a mujeres adúlteras o se machaca a los palestinos en nombre de un pueblo elegido. Por cierto, se está criticando con toda razón la desvergüenza desvelada por el Informe Pensilvania y que afecta a buena parte del mundo occidental, pero poco se oye, salvo voces lejanas, del apedreamiento de mujeres en Arabia, los ahorcamientos en Irán o la falta de libertad religiosa en Marruecos. O la lavadura del cerebro de los imanes en países como el nuestro. Y eso es de una cobardía intelectual considerable. Y una deformación del laicismo. Además, se confunde al emigrante pobre que se busca la vida como puede con la ganga que colocan sobre su cabeza religiones, radicalmente monoteístas, como es el caso del Islam.

Y así volvemos a la necesidad de que todos nos entendamos con verdades con minúscula. No se puede dialogar, argumentar o discutir racionalmente con quien se cree en posesión de toda la verdad. Que piense lo que le dé la gana, pero si en su vida practica y cotidiana te mira desde el infinito se rompe la simetría necesaria para que podamos hablar de tú a tú. Y es esta la reivindicación esencial, esta sí, del laicismo. Porque el laicismo no es solo europeo, sino universal. A empezar por casa, sin duda, pero sabemos hoy que las casas están globalizadas. Comprensión y respeto, todo el que sea necesario. Pero sin engaños, autoengaños o mero paternalismo. Tengo buenos amigos que se esfuerzan sin cesar en conseguir la unión de los aspectos más comunes y aceptables de todas las religiones. Nada que objetar. En algunos casos me parece una tarea loable. Solo que si no va acompañada de la necesaria dosis de laicismo negamos a este y los frutos serán más secos que dulces.

Javier Sádaba

Filósofo. Miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado también por Nazanín Armanian, Enrique J. Díez Gutiérrez, María José Fariñas Dulce, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, y Waleed Saleh Alkhalifa

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