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Desprecio indigno a las víctimas

Desprecio indigno a las víctimas editorializaba el diario Abc al señalar con su dedo acusador al presidente del Gobierno Pedro Sánchez y al vicepresidente Pablo Iglesias por no asistir a la misa en la catedral de la Almudena.

Y en este caso y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el diario monárquico que une esta portada a otras «gloriosas» en las que ha doblado su cerviz ante dictadores nazis y fascistas.

Porque es miserable usar así a las víctimas de la pandemia que nos ha golpeado de una manera tan dura. Es de una miopía extrema el manipular el dolor de quienes han sufrido la covid-19 con la pérdida de seres queridos de los que ni siquiera pudieron despedirse en familia por las condiciones del confinamiento.

Pero había que atacar al Gobierno y para eso vale todo. También arrastrar, una vez más, el sentimiento de miles de cristianos y cristianas que sentimos como un insulto el que se utilice aquello en lo que creemos, para hacer una campaña de la derecha más rancia.

A eso es a lo que se apuntó la Conferencia Episcopal y el arzobispo de Madrid cuando organizaron ayer en La Almudena una misa para boicotear el funeral de estado, el acto civil de homenaje a las víctimas que tendrá lugar el próximo 16 de julio.

Porque «lo de todos y todas» es lo del 16 mientras que la ceremonia de ayer era la pantomima organizada para darle un tortazo al Gobierno y en el que las víctimas eran lo de menos. En miles de eucaristías, muchas cristianas y cristianos han/hemos recordado a quienes han fallecido. Pero lo de ayer era otra cosa. No es de extrañar que estuvieran buscando salir en la foto de la pasarela organizada al efecto, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida o políticos como Pablo Casado (PP), Edmundo Bal (Cs) e Iván Espinosa de los Monteros (Vox). Era «su» operación. Una extensión de lo que ocurre en el Congreso de los Diputados y Diputadas. Lo que es una vergüenza mayor si cabe es que asistieran los reyes con sus hijas, la vicepresidenta Carmen Calvo y altas autoridades del Estado. Sobraban allí.

Paradójicamente, había tanta gente «importante» que las familias de las víctimas, las verdaderamente importantes, no tenían sitio y se quedaron en la calle.

Lo ocurrido refleja un problema y no precisamente menor. Vivimos en un país en el que ninguna confesión tiene carácter estatal y, por lo tanto, mantener determinados privilegios y lazos entre el Jefe del Estado, la Comunidad Autónoma de Madrid y el Ayuntamiento y la Iglesia de Madrid, causa dolor en quienes no sienten como propia esa creencia e incluso limita la libertad de esa Iglesia a la que pretendidamente apoya con su presencia en el acto.

Como ya he indicado en otras ocasiones, no hago esta crítica desde el rechazo a la Iglesia católica. Soy cristiano y es desde mi militancia en la base de esa Iglesia desde donde me horroriza la confusión entre el poder político y el de la Iglesia. Es desde el sentimiento profundo de cercanía a quienes han perdido a sus familiares por esta horrorosa enfermedad desde donde me duele esta manipulación.

Puede haber quien crea que lo que estoy criticando es que la Iglesia «haga política». Pero no es así. El problema no es pringarse, que no es otra cosa lo de hacer política. Lo vergonzoso es de qué lado te pones cuando la haces.

Porque muchas y muchos pensamos que, si alguien se metió en política en su tiempo fue Jesús de Nazaret, un rebelde que lo compartía todo, que se rodeaba de gente de mal vivir, de los empobrecidos y apestados de la época. Un «quincemayista» que solo sacaba el mal genio cuando se mercantilizaba el templo y le salía la mala leche volcando mesas de cambistas que lo habían convertido en «una casa de ladrones». Un revolucionario que se escandalizaba con quienes hace 21 siglos tomaban partido por los enriquecidos y al que se le abrirían las carnes con una jerarquía de la iglesia más cerca del poder y del dinero que del pueblo. Imaginaos la cara que pondría si se asomara a unos medios de comunicación como 13TV o la Cope que vomitan odio al tiempo que se oponen a medidas como el Ingreso Mínimo Vital que mejoran la vida de quienes en peor situación están.

Hizo política y denunció a quien denunció. Por eso, hoy estaría escandalizado porque una cuarta parte de la población de este país esté en riesgo de pobreza y exclusión social y que haya privación material e insolidaridad manifiesta de quienes más tienen. Se le abrirían las carnes con las cosas que dicen algunos de los que se dieron ayer golpes de pecho en la Catedral al mismo tiempo en que defienden que hay seres humanos de primera y de segunda.

Y es que era un obrero sencillo, de profesión carpintero y natural de la Galilea en la Palestina del siglo I que anunció un mundo nuevo, sin clases, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia, sin armas, sin guerras, sin hambre y que llamó a construir una sociedad igualitaria, justa, solidaria y fraterna. Hoy estaría aliviando las heridas de los palestinos aplastados por la salvaje ocupación israelí al tiempo que no dejaría de lanzar un mensaje de que nadie sobra en ese lugar.

Sinceramente no creo que Jesús de Nazaret se sintiera a gusto en una misa en la que los primeros lugares los ocupaban los poderosos mientras muchas familias de las víctimas se quedaban en la calle cuando es a ellos y a ellas a quienes les correspondería estar sentados en los sitios de privilegio. Tampoco pienso que considerara como propio un homenaje en el que «se pasaba lista» y se buscaba la foto y las teles como elemento fundamental.

Por cosas como esas, al antisistema le ajusticiaron en una cruz. No fue casual el instrumento. Era el medio de tortura que se usaba para castigar delitos de orden político. Y precisamente quienes allí le llevaron, eran todos aquellos que veían como una amenaza que tomara partido por quienes malviven en condiciones infrahumanas en este planeta. Y finalmente se partiría de risa viendo cómo buscan hueco para salir en las fotos, pero les daría un abrazo diciéndoles algo así como… «no habéis entendido nada».

Carlos Sánchez Mato. Responsable de políticas económicas de IU y miembro de comunidades cristianas de base

 

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