Las formas más extremas de misoginia se despliegan en un país al borde del colapso. El envenenamiento de más de 80 niñas en varias escuelas del norte de Afganistán, aún en investigación, es otro cruel peldaño en un modelo que ya se produjo en Irán hace unos meses. Donde no hacen efecto los desincentivos basados en prohibiciones por parte de los talibanes se dan las formas más extremas de privación de derechos; el envenenamiento como mensaje que les deje claro, a ellas y a otras mujeres, que el acceso a la educación es un lujo del que, por su propia seguridad, deberían cuidarse.
Es la última frontera de la prohibición: la extensión del miedo.