La orden religiosa se limitaba a cambiar de centro al docente cuando recibía quejas de las familias, según los tres denunciantes, dos hombres y una mujer
Los profesores de dos colegios de los Maristas en Barcelona acusados de abusar sexualmente de sus alumnos ya son siete. Tras los seis denunciados en los últimos días, el séptimo es un hermano de la orden religiosa, docente de lengua y literatura castellana y cuyas iniciales son A. B., que estuvo a principios de los años 70 en el colegio de primaria de Sants-Les Corts y ejerció hasta comienzos de los noventa en el centro de La Immaculada, en el Eixample. EL PERIÓDICO ha localizado atres exalumnos que denuncian haber sufrido abusos sexuales por parte de este profesor en los años 1972, 1982 y 1994, respectivamente. Uno de ellos ya ha denunciado los hechos telemáticamente a los Mossos d’Esquadra y próximamente acudirá a una comisaría para formalizar su acusación.
Según el relato de estas personas, las tres familias acudieron a las direcciones de ambos centros para quejarse de los abusos sufridos por sus hijos. Los Maristas se limitaron a mover al docente A. B. de un colegio a otro a medida que llegaban quejas contra él. No le apartaron de la enseñanza, ni jamás lo denunciaron a la policía.
PRIMERA ALARMA
Este hermano marista empezó su carrera docente en el colegio de Sants. Según recuerda la primera víctima (V.), un hombre que ahora tiene 54 años, A. B. lo sacaba de su clase y lo llevaba, a través de “un pasillo muy largo”, a una habitación de la planta inferior. Allí, sin “dejar de hablarle”, le pedía que se sentara sobre su regazo, le bajaba los pantalones y los calzoncillos “hasta los tobillos” y le tocaba los genitales.
Han pasado “más de 40 años”, pero V. estima que aquello debió de repetirse “en tres o cuatro ocasiones”. Estudiaba quinto de EGB y tenía 10 años, pero tras quedarse a solas con A. B. notaba que algo de lo que le hacía su profesor “le hacía sentirse mal”. Una noche se lo contó a su madre, y esta se reunió con la dirección del centro de Sants. Cuando regresó a su casa, sin que su padre se enterara de nada, le prometió a su hijo que aquel profesor “jamás volvería a tocarle”. Al cabo de pocos días, A. B. abandonó el colegio. “Estoy seguro de que se fue a causa de las quejas de mi madre”.
SEGUNDA ALARMA
Pero el profesor A. B. no dejó la enseñanza tras las quejas de esta familia, sencillamente cambió de centro marista y siguió dando clases. Tras salir de Sants, estuvo en centros de Madrid e Igualada. A principios de los años 80 ya estaba de vuelta en Barcelona, en el colegio de La Immaculada, en el Eixample. Ahí abusó de la segunda víctima localizada por este diario.
Este segundo hombre, S., ahora tiene 45 años y durante el curso 1982-83 sufrió los mismos tocamientos que denuncia V. El hermano A. B. lo sorprendía en los vestuarios, cuando terminaban los entrenamientos. Se sentaba a su lado, en el banco, y hacía con él exactamente lo mismo que describe V.: lo desnudaba de cintura para abajo y le manoseaba los genitales. Mientras duraban los tocamientos, le hablaba con voz “suave” para “ganarse” su confianza. La tercera vez que sufrió estos abusos, S. reunió el valor suficiente para hablar con sus padres. O tal vez fuera al revés, tal vez fueron sus padres quienes lograron arrancárselo porque lo veían “triste”. De lo que está seguro es que lo contó todo.
Sus padres acudieron a reunirse con la dirección de La Immaculada. Después del encuentro, le dijeron al hijo que el colegio se había “comprometido a tomar medidas”. A. B. dejó esta escuela del Eixample poco tiempo después. “Nos dijeron que se había ido a formar parte de una de las misiones que la orden cristiana tiene en Latinoamérica”, recuerda S. Sin embargo, la realidad es que se marchó un año -y quizá algo más- a Roma, tal como ha precisado A. B. a este diario en una entrevista. Tras este retiro momentáneo, regresó al mismo colegio de La Immaculada. Y siguió dando clases.
LA TERCERA ALARMA
Durante el curso 1993-94 tuvo lugar el incidente que –al parecer– apartó definitivamente de la enseñanza a A. B. cuando contaba 56 años de edad. Esta vez la víctima, L. era una niña. Tenía 12 años, cursaba séptimo de EGB en La Immaculada y sus padres acababan de divorciarse. Sus notas, que hasta la fecha eran una colección “de sobresalientes”, empeoraron repentinamente. Su tutor, A. B., percibió el cambio y “un viernes”, cuando finalizaron las clases de la mañana, le pidió que se reuniera con él mientras el resto de alumnos acudía “al primer turno del comedor”. El profesor “cerró con llave el aula y apagó la luz”, la acorraló contra la pizarra y, tras preguntarle insistentemente sobre las lecciones de sexualidad que se impartían en el curso, le tocó uno de sus pechos. La niña logró huir echándose “a gritar”.
La dirección trató de convencer a su madre de que todo se trataba de un “malentendido” fruto de la “imaginación” de su hija, de la que subrayó que “vestía de modo provocativo”. Hoy, la mujer, sentada al lado de su hija, que actualmente tiene 35 años, asegura que aquellos comentarios del director le resultaron “aún más asquerosos” que la actuación de A. B.