Ex seminarista envió a Roma una acusación por acoso contra el ex rector del Seminario San Rafael, Mauro Ojeda. El escrito afirma que en 2004 la situación fue conocida por el obispo auxiliar de Valparaíso, Santiago Silva, pero no se investigó. El joven sostiene que recién en 2007 el obispo Gonzalo Duarte lo envió ante el promotor de justicia y que sólo dos días después el mismo prelado le comunicó que no sería ordenado sacerdote. En 2008 el obispo emérito de Rancagua, Javier Prado, escribió al denunciante señalándole que se le cerrarían las puertas de otros seminarios por haber recurrido a Roma.
El 19 de mayo del año pasado Sebastián del Río Castro cruzó las puertas de la notaría de Camilo Valenzuela, en la planta baja de la torre emplazada en la esquina de Providencia con Carlos Antúnez. El ex seminarista puso sobre el mesón un documento poco habitual para el oficio notarial. Era una carta de 11 carillas que Del Río pidió protocolizar, dirigida al nuncio apostólico en Chile, Giuseppe Pinto. Y, hasta donde se sabe, es la primera denuncia hecha directamente al Vaticano que involucra a obispos chilenos en un caso de índole sexual ocurrido al interior de la Iglesia Católica.
Hasta ahora sólo habían trascendido dos denuncias de naturaleza similar formuladas desde Chile directamente a la Sede Pontificia. Una contra el religioso Richard Aguinaldo por abuso sexual a un menor en el Liceo Alemán de Chicureo, colegio de la Congregación del Verbo Divino, y la segunda por comportamiento impropio de la ex superiora de las Ursulinas, Isabel Margarita Lagos, más conocida como Madre Paula.
En esta tercera denuncia enviada desde Santiago a Roma, Sebastián del Río (32) revela el acoso sexual al que habría sido sometido en 2004 por el rector del Pontificio Seminario Mayor San Rafael de Valparaíso, el presbítero Mauro Ojeda. Una denuncia que cuenta con la explosiva particularidad de que apunta también contra tres obispos: el titular de Valparaíso, Gonzalo Duarte; el obispo auxiliar de la misma diócesis y secretario de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam), Santiago Silva, y el obispo emérito de Rancagua, Javier Prado.
Del Río afirma en su carta que se vio obligado a salir del seminario en agosto de 2007 porque el obispo Duarte se negó a ordenarlo como diácono, clausurando la posibilidad de que se convirtiera en sacerdote. Una decisión que el prelado le informó al joven sólo dos días después de que éste relatara ante el promotor de justicia de la diócesis de Valparaíso el acoso que dice haber sufrido.
En su texto el ex seminarista asegura que en 2004 había alertado al obispo auxiliar, Santiago Silva, sobre lo que le estaba sucediendo. En los tres años siguientes los hechos no fueron investigados, aunque sólo dos meses después del diálogo que Del Río dice haber tenido con el obispo Silva el acusado rector Ojeda fue trasladado a la Parroquia de San Benito, en Chorrillos, Viña del Mar, donde hasta hoy continúa ejerciendo su ministerio.
Otro ex seminarista informó a CIPER que éste no es el único comportamiento impropio que se adjudica a Ojeda y aseguró que estas conductas se originan en la formación que se imparte en el seminario de Valparaíso, donde han hecho clases los obispos Duarte y Silva. La misma fuente describió esta formación como ampliamente flexible y comprensiva hacia “los pecados de pureza” homosexuales dentro del clero, en contraste con un férreo discurso misógino y una condena total a las relaciones heterosexuales en que puedan incurrir los sacerdotes (ver recuadro).
El buzón de Benedicto XVI
La carta de Sebastián del Río fue protocolizada por el notario Valenzuela bajo el repertorio Nº 1460/2010 (vea una copia del documento). Además de las 11 carillas de la misiva, se adjuntaron otros cuatro documentos que llegaron a las manos del nuncio. CIPER obtuvo copia de todos los textos enviados a Roma y se comunicó con Sebastián del Río, quien se excusó de hacer declaraciones.
El documento protocolizado fue entregado el 20 de mayo de 2010 al canciller del Arzobispado de Santiago, el sacerdote Hans Kast. La recepción quedó consignada en los dos escuetos párrafos finales de una nota sobre el caso Karadima publicada por El Mercurio al día siguiente.
Kast respondió por escrito a Del Río a comienzos de julio de 2010, indicando que los hechos descritos en la denuncia ocurrieron fuera de la jurisdicción de la Arquidiócesis de Santiago, por lo que ésta no era competente para indagar. El mensaje de Kast concluía informando que la competencia la tenían el Obispado de Valparaíso o la Nunciatura Apostólica. A ésta última Del Río envió los antecedentes por carta certificada el 10 de julio del año pasado, para que fuera canalizada hacia las autoridades del Vaticano.
Laicos que conocen la situación que afectó a Del Río indican que antes de que el ex seminarista enviara al nuncio el documento protocolizado, Benedicto XVI ya había recibido al menos dos cartas alertándolo sobre este episodio y los alcances que podía tener sobre miembros del episcopado chileno.
Una de estas cartas al Papa fue escrita por Alfonso Julio Ángel Rioja Jung, un católico viñamarino de 84 años que respondió a las consultas de CIPER cuando se le contactó en mayo pasado. Rioja publicó, además, una dura inserción en el diario La Nación el domingo 20 de junio de 2010, la que pasó inadvertida en medio de la cascada noticiosa sobre el juego que animarían al día siguiente las selecciones de Chile y Suiza en el Mundial de Fútbol:
-Quiero denunciar un punto negro que está siendo ocultado, es el caso del seminarista Sebastián del Río, de la diócesis de Valparaíso. Él fue acosado por un sacerdote sodomita, se le aconsejó que su obligación era poner en conocimiento de su obispo esta situación, él recurrió al obispo, quien pidió que le entregara por escrito su denuncia, cosa que él cumplió. Ahora viene la inexplicable conducta del obispo, su salomónica decisión fue expulsar a la víctima -señalaba la inserción.
Rioja informó a CIPER que también puso al tanto al cardenal Jorge Medina, obispo emérito de Valparaíso, y que envió una carta al arzobispo de Santiago y presidente del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Ezzati.
“Problemas afectivos”
La carta legalizada por Del Río indica que en 2004, cuando él ya llevaba cinco años en el seminario que se ubica a un costado del Santuario de Lo Vásquez, fue objeto de acoso sexual por parte del entonces rector de ese instituto formador, el presbítero Ojeda. Así se lee en el documento:
-El rector comenzó a tener hacia mí un comportamiento difícil, con cambios de temperamento, con exigencias desmedidas e incomprensibles (…) ello comenzó a provocarme un severo daño psicológico y físico, pues desarrollé soriasis y diversos malestares frutos del stress (…). El padre Mauro Ojeda se presentaba violento y exigente conmigo, me pedía que lo acompañara a su habitación, que saliera con él acompañándolo a hacer sus cosas y que le conversara mis cosas. Reiteradamente se presentaba en mi habitación en horarios incómodos.
El relato de Del Río señala que, agobiado por la situación, comentó estos hechos al obispo auxiliar de Valparaíso y ex rector del seminario hasta 2002, Santiago Silva, y que éste “se comprometió a hacer averiguaciones acerca de las razones del trato del que estaba siendo víctima”.
-En el mes de noviembre de 2004 el propio monseñor Silva me declaró: “El padre Mauro tiene problemas afectivos que han desembocado en tu persona”. Yo no entendí a qué se refería, por lo que le pedí me explicara: “Mauro, al parecer, se ha enamorado de ti y, por lo tanto, tú debes enfrentarlo” -dice el texto enviado a Roma.
Del Río indica en la carta que tras esta declaración del obispo Silva “pude entender el comportamiento hacia mi persona (…), pues no era otra cosa que un acoso, destinado a producir circunstancias extremas para hacerme parecer vulnerable”.
De ser efectiva la versión del ex seminarista, el comportamiento que atribuye al obispo Silva habría sido contrario a las instrucciones impartidas por la Conferencia Episcopal un año antes de los hechos descritos por Del Río. En efecto, en 2003 la Asamblea Plenaria de Obispos estableció cómo debe enfrentar el clero las denuncias de abusos. Y aunque esas indicaciones apuntan a vejámenes contra menores, fuentes eclesiásticas indicaron que aplican también ante el abuso de quien hace uso de su investidura para procurarse acceso carnal sobre jóvenes feligreses y, más aún, sobre aspirantes a la vida consagrada. Esta figura se ha denunciado, por ejemplo, en el conocido caso del sacerdote Fernando Karadima.
Las instrucciones impartidas en 2003 señalan que todos los miembros del clero que conozcan situaciones de abusos “las harán llegar a la autoridad eclesiástica competente, sin emitir ellos un juicio ni realizar averiguaciones para comprobar su veracidad, y sin retrasar bajo ninguna circunstancia la comunicación de las mismas”. De acuerdo con la versión de Del Río, el obispo Silva al enterarse de que Ojeda podría haber estado hostigando a un joven seminarista, no puso en antecedentes a la autoridad competente de la iglesia. Por el contrario y fuera de toda norma, le habría pedido al muchacho que enfrentara al acusado. Un comportamiento que, de ser efectivo, no es el que se espera de un experto en formación de jóvenes, como lo es Silva, quien fue rector del mismo seminario hasta 2002, cargo que dejó al sumir como obispo auxiliar, siendo reemplazado por Ojeda.
-Monseñor Silva me exigió que yo debía presentarme ante el rector, ir a hablar con él y enfrentarlo directamente y hacerle ver que no podía continuar con el acoso (…). Debo decir que en esos momentos me sentí profundamente desamparado, ofendido y maltratado -recuerda Del Río en su carta.
CIPER solicitó entrevista con el obispo Silva, pero su secretaria informó que el encuentro no se concretaría debido a la apretada agenda del prelado desde su nombramiento como secretario del Celam -nominación ocurrida en mayo de este año- y sugirió contactarlo mediante su correo electrónico. Usando esa vía, se le envío un mensaje el 2 de junio pasado, pero Silva no respondió.
En una posición similar a la de Silva quedaría el cardenal Jorge Medina. El purpurado confirmó a CIPER que conoció el caso. Medina dijo que tocó el tema con Alfonso Rioja Jung y que en un par de ocasiones lo conversó con el propio Sebastián del Río. No obstante, no hizo gestiones para que se investigara. “No soy informante de la Nunciatura”, dijo a CIPER. Respecto a la posibilidad de verse envuelto en la denuncia por haber conocido el caso y no haber hecho algo para que se investigara, el purpurado agregó: “Cuando me acusen, entonces ahí me defenderé en los tribunales de la Iglesia”.
Los descargos de Ojeda
En diciembre de 2004, según relata en la carta protocolizada, Del Río tuvo “que cumplir la orden entregada por monseñor Silva”, en relación a “enfrentar” a Ojeda. Sostiene que se presentó ante el rector y que con “respeto”, “caridad” y “firmeza”, le preguntó qué esperaba de él:
-Ante esto, me contestó: “Yo espero que seas más cariñoso conmigo, que te preocupes más de mí, que me saques los zapatos y que me hagas cariño” (…). Yo había imaginado que él negaría todo y me dejaría como un “insolente”, pero contrariamente, con lo dicho estaba abiertamente reconociendo y exigiéndome un acercamiento que no correspondía.
La escena, según la versión del ex seminarista, culminó con el llanto de Ojeda:
-Le hice ver que yo no era así, que no me correspondía tener ese trato o relación con él, haciéndole ver mi molestia y desencanto (…). Ante esto el padre rector rompió en llantos.
Un mes después, en enero de 2005, Mauro Ojeda dejó la rectoría del seminario y fue enviado a la parroquia de Chorrillos. Más allá de que los hechos que describe Del Río sean o no verídicos, lo concreto es que en esos días no hubo investigación y que en las instrucciones impartidas por la Conferencia Episcopal en 2003 quedó a firme que “el mero traslado de lugar (del acusado) no debe ser considerado como una medida preventiva o medicinal suficiente”.
Fuentes de la diócesis dicen que Ojeda no fue trasladado a raíz de la denuncia, sino porque al asumir como rector se estableció que ocuparía ese cargo por tres años, pues tomó el puesto para superar la emergencia que provocó el nombramiento del entonces rector Silva como obispo auxiliar. Ese plazo se habría cumplido precisamente a inicios de 2005.
En la oficina parroquial de Chorrillos, el presbítero Ojeda recibió a CIPER y formuló sus descargos. El sacerdote no recuerda haber mantenido con Del Río el diálogo que el ex seminarista reproduce en su carta: “Uno se entrevistaba con todos los seminaristas permanentemente y recordaría algo así… Me cuesta creer haber tenido una conversación así. Tal vez otra cosa que hubiera dicho, pero lo que él expone ahí, que yo me enamoré de él o qué se yo… Hubiera creído otra versión, pero no eso”.
La única particularidad que Ojeda recuerda de su relación con Del Río, es que en alguna ocasión trató de aconsejarlo para que fuese más humilde:
-Traté de tener siempre un trato muy amable con todos (los seminaristas) y en el caso especial de este joven me atrevería a decir que hasta lo tenía a veces que aguantar en su personalidad. Varias veces le dije “no te va ayudar el día de mañana ser con mucha pachorra”. Era muy canchero, como que se las sabía todas.
Ojeda agrega que por estas características de Del Río no sintió afinidad con él:
-Si yo eventualmente me hubiera enamorado de alguien, me enamoro de una persona más simpática, pero él no era una persona con la que uno simpatizara fácilmente. Con otro seminarista (podría haber dicho) “puchas que es buena onda, simpático, agradable, dócil en la formación”.
Masaje en la espalda
En la carta protocolizada el ex seminarista señala que egresó del seminario en 2006. A fines de ese año, relata en el texto, “quedé disponible para hacer el apostolado cuando fui nombrado para ser secretario del Obispo de Valparaíso, monseñor Gonzalo Duarte”. Un nombramiento que reflejaba su buen rendimiento en las instancias de formación. El siguiente paso debía ser su ordenación como diácono y, luego, su ordenación sacerdotal.
No obstante, en el documento Del Río asegura que el Miércoles Santo de 2007 vivió un episodio que lo marcaría. Ese día se enteró de un rumor que indicaba que el obispo Duarte había decidido no ordenarlo. En esa misma jornada, tras la Misa Crismal que reúne a todo el clero de la diócesis, el joven se encontró con el obispo a la salida de la catedral porteña. En su relato, el ex seminarista dice que el prelado le pidió que lo acompañara a su departamento, donde le dijo que no estaba en sus planes negarle la ordenación y que no tenía quejas en su contra.
-Encontrándonos en su departamento a un costado de la catedral, en circunstancias que me había pedido que lo acompañara para conversar acerca de mi futuro, estando ya en el interior (el obispo Duarte) se saca la camisa y me pide que le aplique una crema en sus hombros y espalda para aliviar sus dolores y me pide que le haga un masaje (…). Yo me encontraba atónito -escribió el ex seminarista.
Del Río asegura en su denuncia que consideró “no solamente inapropiado, sino cruel la manera de tratarme”, toda vez que el obispo “conocía la traumática experiencia que yo había vivido con el rector del seminario”:
-Accedí, pidiéndole que no se lo comentara a nadie, porque me daba mucha vergüenza (…). Debí esparcir el gel por toda su espalda, aplicarlo sobre los hombros y brazos, para luego limpiarlo con una toalla. Mientras lo hacía me pregunté qué pretendía de mí, que clase de actitud se me estaba exigiendo.
Las gestiones del promotor
Del texto escrito por Del Río se desprende que al menos desde abril de 2007 el obispo Duarte sabía de la situación que el seminarista había denunciado, pero sólo cuatro meses después, en agosto de 2007, el prelado le pidió al joven que relatara al promotor de justicia de la diócesis, el religioso Celestino Aos, su versión sobre lo que había sucedido con Ojeda. El 20 de agosto de 2007 el joven se reunió con Aos:
-Me señala (Aos) que yo estaba en mi derecho de presentar una denuncia porque la situación revestía carácter de gravedad, tratándose de un seminarista -indica la carta enviada al Vaticano.
Dos días después de la entrevista con Aos el obispo Duarte citó al joven para anunciarle que no sería ordenado diácono, lo que truncó su vocación sacerdotal:
-Me informa que ha tomado la decisión de “no llamarme a las Órdenes Sagradas”. Me exige que presente una carta de “renuncia” y me indica que no me iba a ayudar económicamente (como lo había hecho en el pasado con otros seminaristas) como una sanción a mis actitudes y agregando que era un “copuchento, hablador y metete”.
Duarte no esperó el resultado de las gestiones de Aos para tomar esa decisión. En efecto, el presbítero Ojeda señala que fue citado a conversar con Aos días después de que Del Río relató los hechos al promotor de justicia, es decir, cuando el obispo ya le había comunicado al ex seminarista que no lo ordenaría. Según cuenta Ojeda, dos o tres semanas después el mismo obispo le confirmó que no habría investigación porque no se habían considerado “plausibles” las acusaciones.
CIPER se comunicó con Celestino Aos, quien ahora está en la diócesis de Los Ángeles. Consultado sobre las razones que tuvo para no investigar lo que le relató Del Río y si antes de tomar esa decisión citó al obispo Silva o sólo confrontó los dichos del seminarista con los de Ojeda, señaló que no recordaba pormenores y que esas preguntas debían hacerse al tribunal eclesiástico de Valparaíso: “Si hubo una denuncia, deben estar los documentos en el archivo del tribunal. Es todo lo que le puedo decir”.
Pero no hubo denuncia de parte de Del Río. Aunque Aos le ofreció esa opción, el joven no la tomó de inmediato. Dos días después se le negó la ordenación y al cabo de otros cinco días, el 27 de agosto, presentó la “carta de renuncia” que le pidió Duarte. De acuerdo con el texto que envío al Vaticano, el ex seminarista dice que aceptó presentar una renuncia que dejara en evidencia que su salida no fue voluntaria y al mismo tiempo evitar una confrontación con el obispo, con la esperanza de continuar su ordenación en otra diócesis si mantenía los hechos bajo reserva. Y aunque no lo dice en la carta protocolizada, todo indica que abortó la idea de formalizar la denuncia por la misma razón.
Puertas cerradas
La intención de Del Río de concluir su proceso en otro seminario no prosperó. Según afirma en la carta enviada a Roma, habría sido Duarte el que intervino ante otros obispos para evitarlo.
Entre los documentos enviados a la Sede Pontificia hay una carta del obispo de Copiapó, Gaspar Quintana, dirigida a Del Río. En ella el prelado le comunica que, después de conversar con Duarte, decidió no admitirlo como postulante en su diócesis. Laicos de Valparaíso señalan que el ex seminarista también obtuvo respuestas negativas -entre 2007 y 2009- cuando golpeó las puertas de las diócesis de San Bernardo y Valdivia, entre otras.
En 2008 el obispo emérito de Rancagua, Javier Prado, envió una carta a Del Río -también remitida por el ex seminarista al Vaticano- en la que le consultó si era verdad el rumor que entonces circulaba acerca de que había acusado al obispo Duarte ante la Sede Pontificia. Aunque no era cierto, porque la denuncia del ex seminarista recién se hizo efectiva en 2010, la carta del obispo Prado criticaba en duros términos la posibilidad de que Del Río hubiese ejercido su derecho a exigir justicia ante las máximas autoridades eclesiásticas:
-Con este paso, lógicamente interpretado como la venganza de un ex seminarista despechado por la medida tomada contra él, has puesto un candado a la posibilidad de golpear más adelante las puertas de un Seminario o Casa Religiosa -dice la misiva.
El obispo Prado -hermano de Duarte en la Congregación de los Sagrados Corazones- reconoció a CIPER que envió esa carta. Consultado acerca de si no le parecía impropio que un obispo cuestionara a un católico por exigir justicia eclesiástica, respondió que no tenía ese objetivo, sino hacerle presente que por ese camino no sería recibido en otra diócesis:
-Lo que quise decir es que no me pareció el camino más conveniente, pero no cuestiono su derecho a pedir justicia.
-Si un postulante al sacerdocio hace una denuncia ante la justicia eclesiástica, ¿la respuesta lógica es que se le cierren las puertas de los seminarios? ¿No es un mensaje que puede inhibir otras denuncias de seminaristas?
-Bueno, quizás no me expresé bien en la carta. No es eso lo que quería decir.
Hasta ahora, Del Río no ha tenido respuesta desde Roma y fuentes de la diócesis de Valparaíso indicaron que no ha habido señales de que la Sede Pontificia haya solicitado antecedentes al obispo Duarte o al Seminario San Rafael de manera formal. CIPER se reunió en audiencia con el obispo Duarte, ocasión en que el prelado señaló que no haría declaraciones sobre este tema.
Desnudos en la piscina
P.L. pasó gran parte de los años ’90 en el seminario de Valparaíso. Al igual que Sebastián Del Río apunta sus dardos contra Mauro Ojeda y asegura que, cuando cursaba el primer año, el presbítero -uno de sus formadores- dirigió un paseo a una casa de campo en Olmué donde todos terminaron bañándose desnudos.
-Era una casa que una familia prestó para que pasáramos un fin de semana. Tenía piscina. Y Mauro Ojeda dijo “a la noche nos vamos a bañar sin traje de baño, es súper rico”. Yo no quería, pero me dijeron “¿acaso tienes dudas de tu sexualidad?”. Me saqué el traje de baño y me metí. Me salí apenas pude y me encerré en la pieza. Si mi papá se hubiese enterado, agarra al cura y lo mata.
El presbítero Ojeda indicó a CIPER que recordaba los paseos a Olmué, pero dijo que no se hacían con alumnos de primer año, sino con aspirantes al seminario. También señaló que no recordaba que se hubiesen bañado desnudos: “Si lo hicieron, tal vez yo no estaba en ese momento en la piscina. Pero me da la impresión que no (…). Bueno, los jóvenes a una edad también son más espontáneos”.
El ex seminarista P.L., quien denuncia que fue abusado por un presbítero al que ayudaba en labores parroquiales, dice que apenas inició su postulación vio comportamientos que inducían a aceptar como natural las relaciones homosexuales. Ahora, dice, al conocer los detalles del caso Karadima se dio cuenta de que no eran conductas aisladas. Lo primero, cuenta, fueron las confesiones en donde el director espiritual lo hacía arrodillarse entre sus piernas y acercar el rostro a sus genitales.
-Vengo de una familia árabe, con el rol masculino marcado, y me chocó ver a seminaristas y formadores muy afeminados. Algunos se llamaban “mi perrita” o “mi guachita”. Me criticaban porque no dejaba que me acariciaran. Mi director espiritual se acercaba por detrás y me acariciaba en la nuca, en el cuello, pero no como un papá, sino suavemente, y yo le sacaba la mano. Empezaron con que yo tenía “dudas sobre mi sexualidad” y me mandaron al psicólogo.
P.L. dice que hoy, al recordar, siente que había un proceso para que los jóvenes terminaran dudando sobre su sexualidad:
-Yo tenía 17 años cuando entré, con cero experiencias afectivas. El primer beso entre hombres lo vi en la biblioteca del seminario, entre un formador y un seminarista. Fue chocante. En primer año nos decían que seríamos “esposas de Cristo”, así en femenino. Antes de ser obispo, Gonzalo Duarte nos hacia clases de Liturgia y nos decía “si uno de ustedes alguna vez besó a un hombre, no debe sentir vergüenza, es normal que pase y lo pueden conversar conmigo”.
El ex seminarista recuerda que mientras les decían que besarse entre hombres era normal, las relaciones con mujeres eran prácticamente satanizadas:
-En esos días se retiró un cura porque dejó embarazada a una mujer. Fue un escándalo. Nos decían que se había relacionado con una “criatura”, porque trataban a las mujeres como seres inferiores. Una de esas predicas fue de Santiago Silva, que ahora es el obispo auxiliar.
P.L. reconoce que hubo un momento en que se sintió confundido: “Pensaba en mi mamá y no podía considerarla un ser inferior. Empecé a sentir que si yo defendía tanto a las mujeres, quizás era homosexual”. Después de que lo enviaron a la consulta del psicólogo y de reafirmar su orientación heterosexual, decidió retirarse.