Las amenazas, los cánticos y el desprecio público se entremezclan en el Salón del Reino el día en que Joana fue excomulgada simplemente por asistir a una fiesta
En la plaza hay un parque infantil, donde los niños y niñas se tiran por un tobogán y se llenan de barro. A pocos metros de ese jolgorio inocente hay otros infantes. Pero son muy distintos. Mucho más serios; sus movimientos y gestos son adultos, igual que adultas son las prendas que llevan: ellos traje y corbata; ellas vestido, americana y pelo recogido. Se dirigen, acompañados de sus padres y otras decenas de personas a un bajo con un amplio recibidor en el que les esperan hombres trajeados.
Todos ellos son Testigos de Jehová y acuden al Salón del Reino para celebrar su reunión semanal de cada miércoles. Aunque los hermanos y hermanas no lo sepan todavía, esta reunión no será como las demás. Hoy, al final de la sesión, se expulsará a uno de ellos. La señalada es Joana, una joven de 27 años que espera en la plaza, nerviosa, a que todos entren en el Salón. Viene acompañada de dos buenos amigos para que le den ánimo en esta tarde que pondrá punto y final a lo que ha sido su vida hasta ahora.
Joana ha sido testigo desde que nació y los miembros de la congregación han estado siempre en su vida. Son como su familia. Pero las dudas comenzaron a aflorar y lleva diez meses sin aparecer por las reuniones. Por eso, cuando entra en el Salón, su presencia levanta emociones. En la cara de algunos hermanos hay alivio sincero al verla. Que esté de vuelta supone, según sus creencias, que su alma será salvada.
Los miembros del Consejo de Ancianos -el órgano encargado de tomar decisiones irrevocables- son los únicos que saben que el destino de Joana está sentenciado. Saben que ha pecado y que no puede permanecer entre los demás hermanos sin corromperlos. Debe ser expulsada. Y lo será en público, de manera ejemplarizante, para que toda la congregación sepa qué le pasa a quienes se saltan la doctrina.
La noticia no se dará hasta el final de la ‘misa’, pero los ancianos han escogido minuciosamente el tema a tratar. Durante las más de dos horas que dura, los fieles son advertidos de los peligros del “libre albedrío” y aseguran que “desafiar a Jesús tiene consecuencias”. “El mal acecha”, dice un anciano, paseando una mirada dura por entre los asistentes. Deben protegerse de ese mal, que tiene formas insospechadas. Y ahora viene la advertencia que no cobrará todo su sentido hasta que Joana sea expulsada ante todos: “Debéis alejaros de quienes renuncian a los preceptos de Jehová”.
El anciano habla desde el atril del Salón, una sala amplia y con bancos a ambos flancos. Igual que la nave de una iglesia, pero con la diferencia de que, en lugar de imágenes y tapices, hay grandes pantallas de televisión que proyectan constantemente vídeos o imágenes que refuerzan el mensaje. Uno de esos vídeos muestra personas con piel de diferentes colores y hablando en diversos idiomas, algo que recuerda que los testigos están en todos los rincones del planeta.
“Te dicen que la universidad está llena de pensamientos mundanos, que lo único importante es Dios”
Algunos de estos personajes -doblados al español latinoamericano- relatan el “dolor” de haber perdido a sus mejores amigos después de que decidieran alejarse de la “fe verdadera”. Cuando un hermano abandona -o es expulsado- del culto, queda totalmente prohibido dirigirle la palabra. Lo contrario puede suponer la expulsión y el sometimiento a un duro ostracismo.
Otros protagonistas anuncian desde detrás de la pantalla que su vida es mejor desde que dejaron de ver “perniciosos” programas de televisión en los que salían escenas de pasión impuras. Y una joven explica lo bien que le va desde que abandonó la universidad y se alejó de la influencia de Satán, para poder dedicar toda su vida a la fe.
“Te dicen que la universidad está llena de pensamientos mundanos, que lo único importante es Dios”, cuenta Joana, unas horas antes de la reunión. Ella misma no era una buena estudiante porque en casa la habían convencido de cualquier cosa que le contaran sus profesores que fuera en contra de su doctrina religiosa era mentira. “En lugar de ir a clase, te dicen que dediques la vida a hacer más adeptos”, explica. La joven, que ahora estudia una carrera de psicología, llegó a dedicar 70 horas al mes a predicar la palabra de Jehová desde los carritos que se pueden ver en las calles de muchas ciudades.
Cuantas más horas dedicadas, mayor es la admiración y reconocimiento de la comunidad. “Si tienes un trabajo y luego te dedicas a predicar, no tienes tiempo de estudiar, de hacer amigos o de ir al cine. Toda tu vida son los Testigos: es lo que buscan, para que no te plantees dudas”, relata. Pero fue en estos puestos cuando se empezó a hacer preguntas e inició, sin saberlo, el camino para salir de una religión que una jueza ha definido, por primera vez en una sentencia pionera, como una “secta”.
Un “acoso y derribo” por apóstata
La reunión de esta tarde es la culminación del proceso de expulsión que ha vivido Joana, que empezó con el llamado ‘comité judicial’ en el que los ancianos deciden si el hermano al que se juzga ha cometido algún pecado. “Es muy fácil haber hecho algo mal, porque para ellos todo está mal”, se lamenta Joana. No se puede beber, fumar o recibir ni dar sangre. Incluso la “inmundicia” está tipificada en documentos internos, a los que ha tenido acceso elDiario.es, como pecado.
La gran mayoría de comités judiciales acaban en expulsión. “Son una especie de castigo ejemplar para el resto de hermanos”, afirman desde la Asociación Española de Víctimas de los Testigos de Jehová. “No se trata de resolver la verdad ni de ser justos. Se trata de aplacar cualquier indicio de duda”, remachan.
Joana no se presentó a su comité judicial y tampoco apeló la decisión, a sabiendas de que el proceso era “un paripé”. A ella se la juzgó por apostasía, un pecado que es como “un cajón de sastre”. En su caso, la expulsan simplemente por participar en una fiesta de Navidad. Los Testigos de Jehová no pueden celebrar nada que no sea la conmemoración de la muerte de Cristo. El resto de festividades, aunque sean religiosas y celebradas por otras ramas del critianismo, son “mundanas” y, por tanto, una puerta abierta a Satán. De hecho, Joana no celebró su cumpleaños hasta que cumplió 25.
“A los jóvenes nos obligan a vivir una doble vida”, explica. A medida que van creciendo, muchos testigos anhelan hacer lo que cualquier adolescente: salir, explorar su sexualidad, bailar… Por eso, muchos carecen de redes sociales y optan por “pecar” a escondidas, a riesgo de perder toda relación con su familia y amigos si son descubiertos.
Pero el Consejo de Ancianos puede ser muy concienzudo. Joana tenía las redes sociales privadas, incluso bloqueaba a los testigos de Jehová que la seguían; aun así, ante las sospechas de que se podría estar descarriando, pidieron a diversos hermanos que averiguaran dónde trabajaba y, de ahí, empezaron a mirar los perfiles de sus compañeros en busca de fotografías donde se la pudiera ver. Y encontraron una en una fiesta de Navidad. “Salía yo con un gorro de Papá Noel”, dice. Aquello la condenó automáticamente como apóstata.
En ese momento empezó un proceso de “acoso y derribo”: “Se presentaban en mi casa, no dejaban de llamarme para que me arrepintiera y volviera”, cuenta la joven, que para entonces ya había dejado de ir a las reuniones. La insistencia era tal que hasta sus padres, que siguen en la religión, debieron cambiarse de congregación “para no sufrir acoso”.
“Primero está Jehová y luego tú”
El final de la sesión ya se acerca y cada músculo de Joana se va tensando. Sabe que casi ha llegado el momento. No deja de mirar de reojo a una mujer latinoamericana de mediana edad que se sienta a su lado. De vez en cuando, ésta le coge de la mano y le asegura que es “un alivio” volver a verla. Joana sabe que no volverá a hablar con esa mujer. Ni con ninguno de los que se encuentra en ese salón.
Sus padres, que también son Testigos de Jehová, no han asistido a la reunión. De hecho, hace semanas que no les ve. Ellos saben de los pecados cometidos por su hija, pero en un primer momento les dio igual. Intentaron que hablara con los ancianos, que se arrepintiera y seguro que la dejaban volver. Pero el problema es que ella no quería volver.
Primero está Jehová y luego tú
Cuando así se lo comunicó a sus padres, supieron que una vez Joana fuera expulsada de los Testigos de Jehová no les estaría permitido hablar con su hija. Así que quedaron a comer en un restaurante chino cercano al trabajo de la joven para despedirse. Su madre hacía tiempo que se mostraba disconforme con las elecciones vitales de su hija, que había empezado a estudiar en la universidad, había encontrado un trabajo y tenía amigos que no eran testigos. Por eso, la despedida fue tajante: “Primero está Jehová y luego tú”, le espetó su madre.
Hoy, meses después de aquella conversación, Joana asegura que su madre ha cambiado la actitud y se muestra algo más cercana y “relajada”, a diferencia de otros miembros de su familia cercana, que sí le han retirado la palabra completamente. Pero en aquel momento y después de ese desplante, para Joana fue “un trámite” que sus hermanos y hermanas de congregación le retiren la palabra y estaba dispuesta a afrontarlo con tal de salir de ahí, de esa organización que le ha “destrozado la vida”. Toda su juventud se ha basado en la obediencia ciega a unos preceptos que nunca entendió, pero que, hasta hace poco, tampoco cuestionó.
Se le escapa la risa nerviosa cuando sabe que el final se acerca. Su expulsión se hará oficial en la sección “Anuncios”. Entre cuestiones logísticas como misas especiales, defunciones o reclamos de pagos para excursiones, uno de los ancianos menciona estas palabras: “Joana ya no es testigo de Jehová”. Sin más explicación, sin más detalles. Se nota la tensión en el ambiente, pero ninguno de los presentes mueve ni un músculo en dirección a la joven.
Después del anuncio, toda la congregación se dispone a cantar la canción “Caminaré en integridad” como si no acabaran de arrancar de cuajo a una amiga, a una familiar, para siempre de sus vidas. Pero así ha sido. Al acabar la sesión, la mujer que hace pocos minutos cogía la mano de Joana entre las suyas, ni siquiera la mira. Hacerlo podría comportarle la expulsión. Los hermanos se apartan a su paso y ella sale del Salón como Moisés, dividiendo las aguas.
Pero hay quien va más allá de la indiferencia y se atreve con el desprecio: una niña se gira para dar la paz a los dos amigos que han venido a acompañar a Joana, a la que no dirige ni una mirada a pesar de que se encuentra entre ambos. Estrecha la mano a uno y a otro, sin otro interés que el de recordar a la joven que ya no es bienvenida. “Tanto odio en un cuerpo tan joven”, se lamenta uno de sus acompañantes.
Joana no ha venido hoy al templo porque le guste victimizarse, sino porque aún le queda una lucha. Conseguir que su nombre no aparezca en las comunicaciones oficiales de los Testigos de Jehová al lado del término ‘pecadora’. “Que me dejen en paz ya”, se lamenta. Ha traído consigo una carta, redactada por un abogado, en la que pide que se retiren sus datos de las páginas web. Avanza lentamente, pero firme, por el pasillo hasta llegar a las oficinas, donde se la entrega en mano a uno de los ancianos. Este le dedica una mirada breve, pero llena de emoción, para luego bajar los ojos, recoger la carta y darle la espalda.
“Este hombre me crio de pequeña. Lo quiero como si fuera mi abuelo y sé que él me quiere a mí”. Aun así, forma parte del comité que ha decidido que Joana será exiliada de esta comunidad para siempre. La joven sale del salón sin mirar atrás, sabiendo que ha vuelto a nacer. Que su vida empieza, casi literalmente, de cero. Sin familia y casi sin amigos, pero también sin prohibiciones ni culpa.