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Cada año son más los que felicitan las fiestas de una manera menos ideológica, o más natural y más ancestral
El Oráculo de Delfos, grabado en el friso del Templo de la Sabiduría griega (destruido en el siglo IV por Teodosio en nombre del cristianismo) era “Nosce te ipsum” (conócete a ti mismo). Varios siglos antes, el poeta Píndaro escribía en uno de sus poemas “llega a ser quien de verdad eres”, alentando a las personas a pensar por sí mismas, y a no dejarse afectar por el pensamiento dominante. De hecho, la conciencia humana, en todas sus expresiones en diferentes lugares y culturas a lo largo de la historia, insta a la libertad de pensamiento y a la independencia ideológica, como uno de los grandes valores y las grandes virtudes del ser humano.
En este sentido, me ha sorprendido mucho una polémica que se ha suscitado en estas fiestas de fin de año con el rechazo de algunos a otros modos de felicitar las fiestas. Muy aburridos tienen que estar los del Partido Popular de la Comunidad de Madrid, y algún que otro escritor muy polémico y mediático, para denostar a quienes felicitan las fiestas sin hacer mención a la navidad cristiana, como si hubiera obligación de celebrar lo que ellos impongan como lo único celebrable. Quizás es que yo soy una ingenua y creo estar viviendo en un país democrático, en el que no se impone ningún pensamiento único, y en el que cada quién puede pensar y vivir como quiera; sin dañar y sin imponer nada a nadie.
Y es que cada año son más los que felicitan las fiestas de una manera menos ideológica, o más natural y más ancestral, como “Feliz Solsticio de Invierno”. Quien tenga un mínimo de interés en la historia, puede perfectamente informarse sobre el origen de estas fiestas, que se remonta a muchísimos siglos antes de que el emperador Teodosio nombrara al cristianismo como religión oficial del Imperio romano, en el siglo IV; a partir de lo cual comenzó el inicio de su hegemonía en Occidente.
Todas las culturas, desde el inicio de la humanidad, han celebrado las fiestas del Solsticio de Invierno en esos días que comienzan a alargarse cuando comienza la nueva estación. Era, antes del cristianismo, la celebración natural de todas las culturas precristianas, que, además del cambio de ciclo de la naturaleza, celebraban el nacimiento o renacimiento del Sol, de la vuelta, tras la oscuridad y la hibernación otoñal, de la luz, de la vida, de la alegría, lo cual ocurre entre el 21 y el 25 de diciembre.
A partir de ese día que marca un nuevo recorrido del Sol en nuestro planeta, empieza a regalarnos más luz, poco a poco y día a día; comienza a “renacer”, y de ahí los mitos del nacimiento o renacimiento que se han celebrado, en su significado más natural y profundo, desde los inicios de la historia humana. Porque gracias al Sol renace la naturaleza en primavera, se renuevan los árboles y las plantas en un nuevo ciclo de sus vidas, se derriten los hielos que se convierten en agua que a través de ríos y arroyos en su camino hacia el mar humedecen la tierra; gracias al Sol florecen las semillas que alimentan a tantas aves y animales, y florecen las cosechas para alimento del hombre, y puede ser posible la vida, en definitiva.
No es nada extraño, pues, que las culturas anteriores al cristianismo consideraran y veneraran al Sol como un dios: Ra en Egipto, Apolo en Roma, Helios en la antigua Grecia, Lugh de los celtas, e, incluso, en la antigua Celtiberia también teníamos a nuestro propio dios del Sol, Baelisto. Y tampoco es nada raro que los romanos celebraran en estas fechas sus fiestas del Natalis Solis Invictus (Nacimiento del Sol Inconquistable), en honor al Sol, y de las Saturnalias, en honor a Saturno, el dios de la Tierra y las cosechas. Estas dos fiestas romanas son el origen más directo de la Navidad cristiana. Y el cristianismo acabó con todas esas antiguas celebraciones comunitarias, y se las apropió, cambiando su significado de acuerdo a su ideario; y haciéndolas coincidir con las fechas de las celebraciones “paganas”, para que fueran mejor asumidas y aceptadas. Curiosamente eran los mismos que ahora apelan al valor de conservar las tradiciones.
Vemos, por tanto, que si queremos defender, de verdad, la tradición, podemos, incluso, retroceder muchos siglos más allá para encontrarnos con celebraciones que también están en nuestros orígenes, en nuestra historia, en nuestra memoria morfogenética; mucho antes y de manera más profunda, espiritual y natural que otras. Porque, aunque a Pérez Reverte le parezcamos gilipollas (esta fue su expresión) los que intentamos no utilizar las palabras al uso en estos casos, lo que hay detrás es que no está de más reivindicar el significado natural de estas fiestas; porque sabemos que hay otras formas que nos parecen más bonitas, conscientes y auténticas de sentirlas y celebrarlas. Y más verdad. Sin imponerlas a nadie, por supuesto.
Y respecto al rechazo al pensamiento, digamos, divergente, me viene a la mente una idea maravillosa del gran Erich Fromm, quien decía que “nuestra capacidad de dudar, de cuestionar y de “desobedecer”, es sin duda el único medio de evitar el fin de la civilización y de hacer posible el futuro de la humanidad”. Es obvio que la falta de conciencia del pensamiento ultra conservador y neoliberal la está destruyendo.