El líder de los rebeldes islamistas que han tomado el poder en Damasco lleva años tratando de distanciarse de su pasado yihadista para ofrecer un modelo más inclusivo y únicamente centrado en la causa siria
Cuando los rebeldes sirios tomaron Alepo el pasado 30 de noviembre, la primera parada de la ofensiva relámpago que precipitó el derrumbe del régimen de Bashar el Asad en menos de dos semanas, el pánico se extendió por parte de la ciudad. «Nuestra gente tenía tanto miedo que se quedó encerrada en casa varios días», asegura a este diario un alto cargo de una oenegé europea presente en el país. En las distintas ciudades donde opera la organización, principalmente a través de personal local sirio, se empezaron a tomar medidas. En Hama se dispuso todo para ordenar la evacuación y, en Damasco, parte del personal se trasladó a las zonas alauíes de la costa en busca de seguridad. «Básicamente temíamos que empezaran a rodar cabezas de nuevo, como sucedió cuando el Estado Islámico (EI) tomó parte de Siria en 2014: o estabas con ellos o eras asesinado», dice el cooperante europeo.